Decretazo / 7 miércoles, 29 de febrero de 2012

CONSIDERANDO:

Que el Movimiento Zizekista finalmente ha tomado el poder en la República Argentina.

Que tal como dijera el filósofo SLAVOJ ZIZEK, reivindicando al LENIN posterior a 1917, "dar un golpe de Estado es fácil, es en la esfera de los rituales cotidianos donde se hace la verdadera revolución".

Que resulta difícil llevar adelante una genuina transformación social en todos los niveles si no se cuenta con cuadros políticos adecuados.

Que la nacionalización completa del sistema bancario, realizada conforme las directivas del artículo 4 del Decretazo/6, genera las condiciones económicas para estas incorporaciones.

Que, de acuerdo al mandato de la Asamblea Constituyente, el Presidente de la Nación Argentina tiene la atribución de nombrar a los MINISTROS POPULARES y otros funcionarios en sesión pública convocada al efecto.


Por ello y en uso de facultades que le son propias:

El Tribunal Revolucionario de la República Argentina

DECRETA:

Artículo 1: Designar como titular del MINISTERIO POPULAR DE DERECHOS HUMANOS al juez BALTASAR GARZÓN REAL.

Artículo 2: Desginar como titular del MINISTERIO POPULAR DE ECONOMÍA al licenciado STEINGRÍMUR J. SIGFÚSSON

Artículo 3: Designar como titular del MINISTERIO POPULAR DEL TRABAJADOR al señor ROBERTO "BETO" PIANELLI

Artículo 4: Designar como titular del MINISTERIO POPULAR DE EDUCACIÓN a la doctora GUILLERMINA TIRAMONTI

Artículo 5: Designar como titular de la SECRETARÍA POPULAR DE POLÍTICAS UNIVERSITARIAS al profesor CARLOS MANGONE

Artículo 6: Designar como titular del MINISTERIO POPULAR DE INDUSTRIA al ingeniero ENRIQUE MARIO MARTINEZ.

Artículo 7: Desginar como titular del MINISTERIO POPULAR DE TRANSPORTE al arquitecto JAIME LERNER

Artículo 8: Designar como titular del MINISTERIO POPULAR DE DESARROLLO SOCIAL al doctor JAVIER AUYERO

Artículo 9: Desginar como titular del MINISTERIO POPULAR DE IGUALDAD DE OPORTUNIDADES a la doctora DIANA MAFFIA

Artículo 10: Designar como titular del MINISTERIO POPULAR DE CONTROL DE SERVICIOS PÚBLICOS al doctor LEANDRO DESPOUY

Artículo 11: Designar como presidente del TRIBUNAL REVOLUCIONARIO DE DEFENSA AL CONSUMIDOR al senador RUBÉN GIUSTINIANI

Artículo 12: Designar como titular de la SECRETARÍA DE TRANSPARENCIA FISCAL DE INTENDENCIAS al diputado MARTÍN SABBATELLA

Artículo 13: Designar como titular de la AUTORIDAD FEDERAL DE SERVICIOS DE COMUNICACIÓN AUDIOVISUAL al doctor MARTÍN ALFREDO BECERRA

Artículo 14: Designar como titular de la POLICÍA FEDERAL ARGENTINA al Dr. MARCELO FABIÁN SAÍN

Artículo 15: Designar como titular de la BIBLIOTECA NACIONAL al doctor SLAVOJ ZIZEK

Artículo 16: Comuníquese, publíquese y archívese.

Los Edukadores martes, 28 de febrero de 2012

boedomonamour
Los hijos de campesinos santiagueños ven Los Edukadores en Canal 7 y finalmente se convencen que el capitalismo no da para más.

fedebillie
@boedomonamour Mirá, Los Edukadores no porque es medio blandengue. Pero te re apruebo las partidas para un Goodbye Lenin para todos.

boedomonamour
@fedebillie A full, hay q hacer la versión local, "Goodbye Menem", con una vieja tilinga enajenada comprando importados en el Jumbo

La tragedia del sistema de concesionarios viernes, 24 de febrero de 2012



















El accidente en la estación Once obliga a una profunda revisión de la política de servicios públicos y a una planificación integral del área de transportes.

por Carlos Leyba
Debate, 24-02-2011

La muerte, la mutilación, las heridas de cientos de personas, con todo el horror que exhiben, son apenas una parte de la tragedia a la que, sin duda, además de los sufrientes, han sido condenadas las familias que quedaron sin padre, sin hijos, sin hermanos.
Y también el miedo y la sospecha. Y el riesgo al que -durante el tiempo que dura la memoria y la improbable transformación del sistema- estarán condenados los usuarios de esos servicios.
El castigo, si cabe, estará muy bien. Pero la primera pregunta es cómo evitar la repetición de la tragedia. La mirada sobre el futuro señala otra dimensión del desamparo que resume una tragedia.
Desamparo, tal vez, sea la definición más aproximada: incumplimiento de los deberes de protección de los responsables de brindarla.
Esta afirmación no necesita de pericias técnicas. Sólo bastan las imágenes del ascenso y descenso de los pasajeros en horas pico, cada vez más numerosas; la manera en la que viajan, cada vez peor; y el estado interior de los vagones, cada vez más desvencijado.
¿Con qué nos vamos a comparar? ¿Cuál es el estándar? ¿Cuál es nuestro mejor posible? Las respuestas son responsabilidad del concedente.
La autoridad debe señalar cuál es el modelo deseado para saber cuán lejos o cerca estamos del mismo. Podría ser que, desde la perspectiva de la autoridad, lo que tenemos es “lo que hay”. O que, por el contrario, hay algo mejor en ciernes. En términos de esta tragedia, “lo que hay” tuvo este problema y punto. O bien, este problema deriva de “lo que hay”; y hay que cambiarlo por algo mejor en ciernes (que está en desarrollo).
Cuando el Estado concede lo hace para tener un servicio. ¿El que estaba brindando ese tren una hora antes de la tragedia? ¿Ése era el correcto para la autoridad? ¿El que calla otorga?
Las pericias abundarán. Cuestiones del material eléctrico y de seguridad; el estado de las vías y del parque de tracción. Asignar culpas. Las auditorías de organismos independientes; los dirigentes sindicales ya habían hecho denuncias públicas. Fernando Solanas filmó un documental que graficó la desidia de concesionarios y autoridades.
Pero hay un diagnóstico de la vida cotidiana que señala que, quien puede usar otro medio, simplemente lo hace. El tren es un “no hay más remedio”. Con excepciones, sólo viajan los que no lo pueden hacer de otra manera. Los que viajan pagan muy poco de manera directa. Pero, de manera indirecta, pagamos una inmensidad a través de los subsidios. Los concesionarios reciben mucho más del valor de lo que brindan: un intercambio desigual cuasi monopólico cobijado por el desamparo de la autoridad respecto de los usuarios.
¿Qué concesión de transporte ha generado pérdida? ¿Quién la devuelve? ¿Qué exige el Estado por los subsidios que paga? ¿Cuál es la contraprestación adecuada para el secretario de Transporte? ¿La que se brinda en un día feriado? ¿Qué política ferroviaria sería esa?
¿Alguien puede imaginar que quien pudiera pagar por viaje lo que finalmente cobra el concesionario lo pagaría a cambio de lo que recibe? No. Hay un intercambio desigual amparado por el Estado. Lo que el Estado pone no genera el servicio que debería brindarse.
No se trata sólo del tren. No tenemos un sistema de transporte “de matriz diversificada con inclusión social”. Tenemos un sistema amortizado que es un mecanismo que pone en evidencia la densidad urbana de la exclusión social. No es sólo esto. La precariedad del sistema incluye a las rutas nacionales; la ausencia de transporte ferroviario de cargas y pasajeros a larga distancia; la irracionalidad de transportar 100 millones de toneladas con camiones que cargan 30. Celebramos haber incrementado en un año (2011) el parque automotor en un 8 por ciento de unidades, sin aumentos similares en disponibilidad de vías, combustibles y lugares de guarda en las grandes ciudades.
El presente fracaso del sistema de transporte colectivo, entre otras cosas, irá agravando, como decía Juan Perón en 1972, los problemas de “una civilización del automóvil que se asienta sobre un cúmulo de problemas de circulación, urbanización, inmunidad y contaminación”. Hace cuarenta años.
En otra perspectiva, ¿por qué, a las condiciones de vida difíciles, hijas de un sistema de distribución derivado de uno de producción basado en la dinámica primaria del crecimiento, le seguimos sumando la precariedad de los servicios? La estructura productiva determina la distribución, el desarrollo de condiciones de equidad y de nivel de ingresos. Pero la estructura de los servicios básicos, transporte, salud, educación, seguridad, es la consecuencia directa y obligada de la acción pública.
Julio H.G. Olivera, el economista argentino vivo más respetado por todos los profesionales de todas las corrientes de pensamiento, al presentar el Plan Fénix señaló que el desequilibrio mayor “nace directa o indirectamente de la insuficiencia en la provisión de bienes públicos, desde la seguridad jurídica hasta la salud, la educación y la paz social”, porque “los bienes públicos no son sustitutos sino complementos insustituibles de los bienes privados” (tenemos) “una debilidad estructural, destinada a persistir mientras no alcance la oferta de bienes públicos el nivel indispensable para la plena utilización de los recursos productivos”.
Nada de esto que pasa puede entenderse sin comprender la insuficiencia que señaló Olivera; y que se suma a la precariedad del punto de partida (las condiciones de vida) del viaje de cada uno, que esta vez terminó en tragedia.
Todo desamparo es ausencia de vocación por prever y planificar. Es hijo de la filosofía del paso a paso y dejame a mí. No pasa el test de ningún profesional experto.
Una publicidad oficial dice “Si se pudo evitar, entonces no fue un accidente”. Es verdad.
Antes de las pericias el secretario de Transporte -que se ha revelado como una persona de valoraciones pequeñas- brindó dos afirmaciones que sustentan que la cantidad de muertos se pudo evitar. Dijo que viajaba demasiada gente. Y que, habitualmente, se pasaban al primer vagón. La suma habría potenciado la catástrofe.
Esas dos situaciones se habrían podido evitar, con los mismos trenes, con más frecuencias y confort. Lo suficiente como para no generar desesperación por subir y bajar. Aún más, se habría evitado con trenes de más capacidad. Relevo de prueba. Después, las pericias y las instancias judiciales que -es lo más probable- no llegarán a nada. Pero la evidencia propuesta por el secretario (pasajeros de más y agolpados) es la ausencia de inversión y control. Suficiente.
Denuncias y auditorías que alertaron murieron, de la misma manera que morirán las pruebas con las que se pretende incriminar a un ex secretario de Transporte.
Exponer el inventario de otras catástrofes ferroviarias fue un sinsentido. Toda catástrofe es única. La primera reacción civilizada no es comparar sino tratar de ejecutar el amparo de los que sufren. La segunda es explicar cómo se piensa hacerla irrepetible. Lo demás está de más.
Hacerla irrepetible tiene como condición necesaria inventariar el desamparo previo y continuado, al que la tragedia está unida.
Un antecedente. Cristina Kirchner publicará el Informe Rattenbach sobre la tragedia de Malvinas, que versa sobre el desamparo, el incumplimiento de los deberes de protección de la vida de los soldados argentinos. El Informe -gran parte- lo conocemos hace décadas como conocemos el estado del servicio ferroviario. Pero es de destacar la publicación oficial, dispuesta por CFK: equivale a un acto de contrición en la continuidad del Estado por ella representado. La manifestación expresa del dolor por el incumplimiento, la renuncia a repetirlo y el propósito del cambio necesario para que no se vuelva a repetir.
Esta tragedia obliga a un Informe Rattenbach sobre el sistema de transporte. La cuestión tiene más años que Malvinas. Y, en vidas, más muertes. Es un sistema en crisis.
Esta tragedia podría ser el disparador de ese Informe que no debe sucumbir a la tentación del pasado, que llega hasta el miércoles de esta semana, sino que debe abrir la perspectiva de una seria discusión para lograr el diseño, compartido por todos los sectores políticos (todos), sociales y económicos, con la amplitud y perspectiva de continuidad, para que, como decía Olivera, se alcance una oferta del bien público transporte del nivel indispensable para la plena utilización de los recursos productivos y la garantía de integración del territorio y la calidad de vida.
La rifa de la acumulación de bienes y saberes, realizada por generaciones de argentinos, denominada “privatización”, está concluyendo ominosamente en la conformación de una oligarquía de concesionarios que fabrican, a velocidad meteórica, fortunas hijas del dispendio del Estado sin retribuir a cambio oferta de servicios por las que el Estado y los ciudadanos pagan.
Este sistema de concesionarios está hoy en nivel de escándalo en las áreas de transporte y energía.
La única manera de reparar el daño y evitar nuevas catástrofes es tratar de retirar esas concesiones por incumplimiento y sin compensación alguna. Ésa es la condición necesaria para que una política nacional de bienes públicos tenga alguna viabilidad. Sin pagar y sin cambiar un concesionario por otro.
Lo que fracasó en petróleo y en transporte es un sistema y, por cierto, los hombres que han estado de uno y otro lado a cargo de ello. Pero de nada vale el cambio de hombres sin cambio del sistema. Eso ya lo hemos visto.

Capitalismo y subsidios a los trenes

Una protesta de consumidores

Para dar una adecuada interpretación a los hechos ocurridos la semana pasada en la estación Constitución es necesario recordar cómo entienden los países capitalistas el subsidio al transporte y los derechos de los usuarios.

por Susana Torrado*
21-05-2007

El martes pasado, en la estación ferroviaria de Constitución, tuvo lugar una gresca de proporciones motivada por la suspensión de la salida de trenes por parte de Transportes Metropolitanos, la empresa concesionaria del servicio.

Este hecho dispara varias reflexiones. En primer término, se señala que esa empresa recibe significativos subsidios del Estado argentino, los que estarían motivados por el propósito de ayudar a la gente de menores recursos, ya que ésta es la principal usuaria de esos servicios. Creo que hay aquí un error de perspectiva: lo que se subsidia no es el bolsillo de los pobres; lo que se subsidia es la posibilidad de que los empresarios y los gobiernos cuenten en sus lugares de trabajo con la mano de obra necesaria para el desempeño de sus actividades, es decir, lo que se subsidia es el desplazamiento laboral indispensable para mantener la actividad económica.

En todos los países capitalistas se realizan sin cuestionamiento los subsidios al transporte, no ya porque ayudan a los más débiles sino porque su inexistencia comprometería la disponibilidad de trabajadores y/o tendería a disminuir la ganancia empresaria, ya que el costo del transporte al lugar de trabajo forma parte del salario.

Paradojalmente, en la Argentina, el único sector en el que esta premisa es aceptada sin polémica es el servicio doméstico "cama afuera" (el costo del desplazamiento de la empleada se adiciona a la remuneración horaria), una actividad no empresaria. Por lo tanto, lo que hay que discutir no es sólo la legitimidad del subsidio a la firma concesionaria sino el hecho de que, con los impuestos pagados por todos los trabajadores, se subsidie la ganancia empresaria en general, con el argumento de que el salario no debe incluir el costo del transporte.

En segundo término, no he escuchado ningún análisis en el que la revuelta del martes 15 sea encarada no ya como una protesta de trabajadores sino como una protesta de consumidores. En las sociedades de capitalismo avanzado, los trabajadores fueron reconocidos primero como fuerza de trabajo, luego como ciudadanos (cuando se universalizó el derecho a votar) y, finalmente, como consumidores de los propios productos que producen.

Sin este consumo no podría realizarse la ganancia capitalista. Este último reconocimiento parece estar muy retrasado en nuestro país, al menos por parte de la clase empresaria. Son los trabajadores los que empiezan a reivindicar condiciones aceptables para realizar un consumo (el desplazamiento laboral) que, además de costearse con su propio salario a través de las rentas generales del Estado, beneficia directamente a sus empleadores.

En tercer término, he oído numerosas voces que, concediendo que la protesta tiene alguna justificación por las condiciones infrahumanas en las que se viaja, enfatizan que la misma fue "desproporcionada" respecto a las causas que la originaron.

Como si los ciudadanos que intervinieron en los hechos del martes 15 hubieran debido primero analizar hasta qué punto podían llevar sus actos de protesta, para pasar luego a su ejecución. Lo que pasó aquel día fue un estallido de cólera colectiva, de personas que sintieron que se colmaba el límite del maltrato. En situaciones semejantes no hay lugar para la racionalidad ni tiempo para evaluar los efectos de la conducta inmediata. Reclamar "racionalidad" en este tipo de sucesos es perder por completo de vista la naturaleza de su aparición y, por lo tanto, errar en el diagnóstico que prevenga futuras manifestaciones. Cabe destacar, de paso, que algunos medios informaron acerca de perjuicios causados a locaciones de Transportes Metropolitanos (boleterías, oficinas, maquinarias dispensadoras, etc.), pero no dan cuenta de daños causados a comercios particulares en el mismo lugar de los hechos.

Todo lo anterior no significa justificar el uso de la violencia en la reivindicación de derechos. Tampoco negar la posibilidad de que grupúsculos inherentemente violentos hayan aprovechado la ocasión para añadir leña al fuego. De lo que se trata es de incorporar al análisis de la protesta social dimensiones (por ejemplo, la de consumidor-usuario) que tienen igual legitimidad que la reivindicación por salarios e ingresos.

* SOCIOLOGA, PROFESORA EMERITA DE LA UBA, INVESTIGADORA DEL CONICET

Dos líneas jueves, 23 de febrero de 2012




















"Que sea la Justicia quien busque responsables", lanzó Juan Pablo Schavi en una conferencia de prensa sin lugar a preguntas. Oídos sordos. Cero responsabilidad política. Una vergüenza.
El 678ismo del Secretario de Transporte, contestando editoriales a horas de un horrible accidente ferroviario, es una falta de respeto.

El cementerio de los elefantes viernes, 10 de febrero de 2012


















por Enrique Orozco

El habla
De periodismo habla cualquiera. Menos nosotros. Los que trabajamos y vivimos en los medios, los asalariados del rubro, los que somos mayoría pero no gobernamos, los que de a ratos obturamos el deseo de cualquier patrón. El periodismo puede ser definido según sus manuales, según sus orígenes, según su importancia, según su política y según sus intereses. El periodismo es una cartografía de grupos empresarios y una legión de nombres propios. Un archipiélago de pymes unipersonales que aparecen y desaparecen; un mundillo de vedettes sin erotismo. Es un arma que puede ser letal y también una relación compleja entre capital y trabajo. Es el parloteo de una civilización que se extingue. El periodismo es esa manada de pibes que creyeron que esa era la forma de contribuir a que las cosas vayan mejor. Un submundo de precarizados que, cuando hablan, parecen nuevos ricos. Una burocracia de viejos y de jóvenes que ya se cansó de todo y se muere de escepticismo y quietud en las redacciones. Y es un montón de terquedades que abren hendijas hacia otro horizonte. El periodismo es un recorrido cada vez más corto y más uniforme. El periodismo es una mierda, sí, pero casi todos somos periodistas o tendemos a serlo. El periodismo es el reverso de la política y la política lo quiere de su lado. El periodismo es propaganda. El periodismo es un enfermo terminal que sigue organizando sentidos hasta el último día.

La ideología
El periodismo insiste en ser una forma de intervención pública que, a través de un discurso repetitivo, encarna en el costado retardatario del sentido común. Cada vez más una ideología y cada vez menos un oficio. Eso es lo que nos interesa y debería interesarles también –por motivos distintos pero convergentes- a los que trazan sus líneas directrices. Porque se están suicidando demasiado rápido, muchachos. Y ustedes lo saben. El periodismo –a través de sus múltiples soportes- prescinde de la realidad que antes decía reflejar y se propone, antes que nada, defender su propia mirada del mundo. Dedica tuits, horas de vivo y páginas a reafirmar certezas que eclosionan en forma permanente. Echa tierrita sobre un campo minado y sigue caminando como si hubiera desactivado el explosivo. Hay una enorme porción de la experiencia social que se le escapa y hay una zona en expansión que ha renunciado a visibilizar. Predica por un horizonte favorable a sus intereses, detrás de la utopía de un liberalismo popular que consuman con fruición incluso sus víctimas. En Argentina funcionó durante décadas, hay que decirlo. Hasta el 2001, para evocar esa bisagra que la clase dominante cree haber dejado atrás y a la que tanto nos gusta volver a nosotros. Irresponsablemente. La institución que había ganado mayor “credibilidad” -es decir, más terreno político- tras el regreso de la democracia ahora se quedó sin política. Hace agua. No sabe moverse en un escenario en el que su rol se volvió patente y fue impugnado en gran parte de la región. Los medios operan en carne viva sobre los hechos que les interesan. Buscan incidir, afirmar la primera versión de la historia, sofocar cualquier voz disonante, transformar en show el dolor. La inmediatez y la superficialidad se retroalimentan. Ahí, las nuevas tecnologías –esa formidable democratización de la palabra- no van a contramano de la lógica mediática sino que afianzan la carrera por empaquetar la realidad y arrebatarnos la experiencia. Presurosos por imponer su lógica, se esfuerzan por adaptar lo que sucede a la arena del espectáculo. Pero la ideología periodística no se agota en lo que sale hacia fuera. Hacia adentro, los medios sistémicos son incubadoras de cinismo, escepticismo y sumisión. El cinismo es el elemento no dicho del catecismo de la libertad de expresión. Desconfiar siempre de las buenas intenciones de los que proponen algún tipo de transformación. Descreer siempre. Convalidar al fin, siempre que se pueda, el estado de cosas imperante. El escepticismo es la condición sine qua non. Nunca nada cambia para mejor.

La contradicción
El periodismo ortodoxo entiende la política únicamente en dos de sus facetas, la del robo, evidente y a gran escala, y la de la rosca. Allí donde la política habla de militancia y ofrenda, épica y amor (haciendo uso de su propia dosis de cinismo), el periodismo repone las nociones de punteros, activistas, mafias y piqueteros. El periodismo, que perdió su épica, se aplana así en una mirada despolitizada de la política. Para abordarla, decide comprimirla. Pero ya no puede. Esa cosmovisión se forjó en los años noventa en sincronía con el surgimiento de una generación ultraprecaria que mataba por ocupar un lugar en el firmamento mediático. Lo nuevo de esta década es la elocuente incapacidad de los medios sistémicos para asumir que la crisis de las instituciones también los incluye y la necedad para atrincherarse en el rol de víctima. Contribuye a eso la ausencia de roce social –tan constitutiva como la de cualquier elite- de la casta que conduce los medios. Es lógico: los mastodontes del periodismo pertenecen a un estamento privilegiado que, en el mejor de los casos, solo atina a leer lo que sucede en la base de la sociedad cuando le resulta fácilmente etiquetable. Pero lo que no acarreaba trastornos en la era del repliegue de lo público y la privatización de la existencia, ahora genera costos. El periodismo, que ayer marcaba el pulso de lo social, hoy queda la mayoría de las veces en off side. Los periodistas deberíamos tender hacia un contacto cada vez mayor con el universo que pretendemos relevar pero sucede al revés: salir al mundo sólo será posible si lo hacemos en busca de confirmar las tesis elaboradas en una cabina. Como en la política, a medida que se asciende se pierde vínculo con el afuera. Así se consolida la ignorancia ilustrada. En el periodismo actual, como en la política, no hay tiempo para el asambleísmo ni margen para los librepensadores. Los puestos de comandancia suelen estar reservados. Lo mismo sucede en los partidos y es lógico que también suceda enlos medios que amplifican el discurso del gobierno. Nadie sale indemne. Por eso, para nosotros, la crisis de los medios en Argentina es muy parecida a la que sufrió la política en el 2001. Se inicia en ese paredón lleno de luz que decía: “nos mean y la prensa dice que llueve”. El abajo que descifra el arriba. Sobre ese terreno, se proyectan las nuevas tecnologías que desbordan el oligopolio discursivo y multiplican decires. Pero esa es otra discusión, la que tiene que ver con la técnica y sus usos posibles.

La risa
El kirchnerismo lo advirtió tardíamente pero fue capaz de situar a los medios como actores políticos con intereses concretos. Kirchner los subió al ring y le fue bien. Comenzó de manera errática apuntando bajo hasta que dio un salto de calidad y enfrentó a Clarín, el socio discursivo predilecto de su mandato. En paralelo, casi con desesperación, comenzó a edificar un pool de medios afines. La continuidad de la política pasó a ser la guerra a través de los medios. Desde entonces, parece que no hay vida por fuera de la mediatización. El Gobierno se concentró en golpear al enemigo, dar a conocer sus intereses inconfesables y enchufar un parlante propio que propague buenas noticias para contrarrestar la agenda y el poder de veto mediático opositor. El kirchnerismo alumbró entonces el show de la buena onda y la autocelebración. Comenzó a reír. Adaptó formulas televisivas a sus necesidades discursivas. Se encandiló con su chiche nuevo y se engolosinó en el mundo de sentidos que inventó para ser feliz. Obtuvo, por fin, su ansiada realidad virtual. Sumó adeptos en pala, accedió a los jóvenes y siguió riendo. Se contentó con saber que el enemigo era feo y era falible. Eso lo llevó a reír incluso la noche del asesinato de Mariano Ferreyra. El discurso de las distintas elites opera en forma refractaria. Deja afuera porciones de la realidad con las que el enemigo nos aburre e ignora lo mismo que el enemigo, eso que transcurre en la base social, a espaldas de los massmedia. Ahora el control remoto garantiza una realidad virtual para cada subjetividad. Pero los polos se paralizan ante lo imprevisto, cuando ese universo paralelo e invisibilizado emerge en forma de esquirlas. Lo más estimulante de este tiempo fue el debate y la sanción de la ley de medios, que impulsó el kirchnerismo cuando volvió a abrirse a demandas preexistentes de los sectores populares. La Ley 26.522 habilitó la posibilidad de una democratización real, algo que el sector privado no puede digerir. Está a la vista: el gobierno no depende de que la Ley entre en vigencia para construir su propio arsenal simbólico. La necesidad es de la infinidad de medios alternativos y comunitarios y de las organizaciones que no tienen posibilidad de enunciar sus prioridades. La necesidad es de los que apostamos a crear otros modos posibles de intervenir, a decir de otra manera, a buscar más allá de este menú que nos venden como nuevo pero se repite cada día.

El porvenir
El periodismo tiene un futuro incierto. Su pobreza simbólica y su obviedad lo encaminan a una supervivencia hecha de estertores que, sin embargo, puede durar décadas. A los medios no le ha llegado su propio Kirchner, ese representante del anciano régimen que tomó cuenta de la crisis terminal que carcomía a los de su clase y decidió abrirse a lo nuevo para sobrevivir. Los medios no ven esa necesidad. Sólo promueven jóvenes que cumplen con el requisito de ser viejos y leales. Pero nadie tiene el futuro asegurado. Hasta los blogs, esa forma de periodismo catártico que fue novedosa y vital, puede volverse previsible y dejar de decir. La crisis de los medios sistémicos es una hermosa oportunidad. Quedan pocos nichos en el cementerio de los elefantes y los grandes saben que pocos sobrevivirán. Quizás sean los que encuentren la lucidez para reubicarse en un lugar más modesto en sociedades hiperinformadas que ya no se orientan solo por los mensajes que emite la industria periodística. ¿Cómo sigue la película? No sabemos. Pero nos interesa rescatar, entre la intuición, los indicios ciertos y la apuesta, a unos cuantos veteranos en su mayoría anónimos y a la nueva generación de periodistas –esa guerrilla dispersa y sin armamento propio- que nace entre las cenizas del periodismo sistémico y en busca de un aprendizaje que trascienda la escuela inicial mediática que ofrece el kirchnerismo. Desde arriba y desde afuera, resulta difícil y probablemente inútil verlos. La aristocracia del rubro, que tiene garantizado el bronce, tampoco necesita prestarles atención. Pero ese periodismo exógeno existe y presiona para sepultar a la ignorancia ilustrada que sigue cobrando el sueldo aunque ya tiene la jubilación lista. Ni pesimistas ni ingenuos. Una parte de ese futuro que llegó hace rato está en nosotros.

Estantería mental

Decía Podeti al pasar, como quien no quiere la cosa:

Ud. ha leído montones de contratapas de libros, o casi terminado el CBC, lo que le ha permitido construir en su mente una superestructura filosófico-ideológica de hormigón armado, sin fisuras ni incoherencias ni contradicciones de ningún tipo. Bueno, salvo que le gusta usar ropa interior de piel de animales bebé. Eso, nada más. ¡Qué qué pasa, ahora resulta que no se puede ser militante de Greenpeace y usar ropa interior de piel de animales bebé! ¡Un par de calzoncillos, nada más, loco, ni siquiera es que me estoy poniendo tooodo un tapado de piel de animales bebé! ¡Dale, loco, dejame vivir, aparte eran animales bebé con enfermedades terminales, eso decía en el folleto! Qué caramba. Bueno, pero sólo eso. Entonces ud. agarra y cada vez que aparece algún tema como por ejemplo la falta de inspecciones de seguridad en los peloteros infantiles, ud. se fija en el sector de la estantería mental que corresponde al tema qué opinión pre-redactada figura, la adapta así más o menos al tema y la emite. Por ej, si ud. es capitalista, dice: “El Estado no debería entrometerse en la libertad de los comerciantes para utilizar materiales económicamente viables (como polietileno o cartón sucio o mierda) en la construcción de peloteros”. En cambio, si es comunista: “El Estado debería expropiar la totalidad de los peloteros del país y convertirlos en campos de reeducación para niños pequeño burgueses”. Y si es kirchnerista: “Oleeee, ole ole olaaaa, rodraaaa, rodraaaa”.

Una respuesta a Marcelo Birmajer lunes, 6 de febrero de 2012
















El escritor Marcelo Birmajer publicó el sábado una comentada columna de opinión en Clarín titulada A mi sí me gusta la SOPA. Más allá de su afán polémico, el texto sufre de un problema central: plantea la pregunta equivocada. El escritor comienza interrogándose: "¿Es perjudicial o beneficioso el actual sistema de tráfico de películas y canciones por Internet?".

Ante todo, algo en lo que coincidimos: a diferencia de varios defensores del copyright, Birmajer entiende que al empresario que lucra con derechos que no les pertenecen no le cabe la misma responsabilidad que al "consumidor final" de algunas canciones por la que no abonó (como la conocida publicidad de "no robarás..." que reduce todos los actos de distribución a la idea burguesa del robo).

Pero a continuación comenta algunas sandeces (como que que la libertad de expresión rige plenamente en Occidente y sólo falla "en países como Irán o Cuba") y repite algunas de las muletillas preferidas de las cámaras empresarias. La primera: que "hay que trabajar para vivir" (¿quiénes? ¿todos? ¿algunos? ¿trabajadores, rentistas, capitalistas?). La segunda: que los artistas viven de lo que cobran por derechos de autor (¿cuántos de ellos?).  Si se me permite un juego con el título de su columna, me parece que a Birmajer le gusta la SOPA porque es uno de los laburantes mejor pagos de Knorr. Habría que ver qué piensan los demás "creadores".

Más interesante resulta su metáfora del semáforo, donde Birmajer concluye que sin una fuerte regulación estatal (con "castigos lógicos") los usuarios terminan haciéndose "como pueden" del material protegido. Desnuda así el estatus histórico, artificial y convencional del sistema de derechos de autor, que tantos intentan naturalizar como si fuera (y siempre hubiese sido) el aire que respiramos.

Entonces, frente a la duda inicial de Birmajer ("¿Es perjudicial o beneficioso el actual sistema de tráfico de películas y canciones por Internet?") me gustaría plantear la pregunta opuesta: "¿Es perjudicial o beneficioso el actual sistema propietario de derechos de autor?".

¿Qué tan compatible con "vivir del trabajo" es que el post mortem auctoris, es decir, el plazo desde la muerte del autor para que su obra pase al dominio público, sea de setenta años? ¿Privatizamos también los chistes solo porque muchos comediantes que pretenden "vivir de su trabajo" escriben libros? ¿Tiene sentido multar a una mina con un quinto de millón de dólares por bajarse del Kazaa veinte canciones de No Doubt? Llegados al año 2012, el sistema que Birmajer defiende con uñas y dientes presenta serios problemas prácticos, que el escritor se niega a reconocer.

***

Update: Los amigos de derechoaleer.org me acercaron este link en el que Birmajer se muestra menos condescendiente con "los delincuentes que, por medio de Internet, distribuían masiva y gratuitamente canciones ajenas". Más lejos, entonces, de poder llegar un acuerdo con alguien con una visión tan reaccionaria.

Creatividad y derechos de propiedad intelectual jueves, 2 de febrero de 2012




















La Organización de Estados Americanos (OEA) recibió esta semana un informe de la World Intellectual Property Organization (WIPO) donde se mide la "importancia económica" de los derechos de autor medidos como porcentaje del PBI de una serie de países seleccionados. Pero lo que me llamó la atención fueron las declaraciones del presidente de la WIPO, Dimiter Gantchev:

Continuing this line of thought, Gantchev said that Intellectual Property is one of the tools that can “protect and promote creativity,” continued Mr. Gantchev. “In fact, we don’t know whether we have become more creative today than what we were one hundred or two hundred years ago (...)”

Luego explica que lo que sí puede medirse es el impacto económico de esta legislación por medio de "marcos conceptuales", como el que mide la creación de empleos o el aumento del intercambio que genera la explotación de derechos de autor.
Vamos de vuelta, por si no se entendió: el titular de la organización que defiende el copyright a nivel mundial confiesa que no hay forma de saber si los derechos de autor generan o no obras más creativas, derrumbando así el principal caballito de batalla quienes la impulsan hasta niveles insospechables.


Imagen: CafeYak bajo licencia Creative Commons