Comida y cuestión de clase / 2 miércoles, 4 de julio de 2007

Snobismo, moda y paranoia con la comida y el desnudito de hoy
por Marcelo A. Moreno
Clarín, 27-06-2007



Durante milenios la comida fue una de las principales preocupaciones de la humanidad por una razón sencilla: salvo para las clases pudientes o medias, hasta bien avanzado el siglo XX, su provisión no estaba asegurada. Y aún en ese siglo, las hambrunas no dejaron de asolar con su paso fúnebre. Incluso en el XXI —e incluso dentro de nuestro país— hay porciones de la población que carecen del vital elemento o cuentan con él de manera insuficiente.

Para gran parte de nuestras sociedades —y quizá para la mayoría de los hombres— la salvaje injusticia de que a unos les sobre hasta salirles por las orejas lo que a otros les falta hasta la inanición está ya "naturalizada", como la lluvia, el olor a la madera o la muerte.

Pero aún entre los millones y millones que no tememos por nuestra provisión diaria de alimento, la comida sigue ocupando un lugar central y vital.

La cultura de lo gourmet invade el planeta, encaramada en los medios, en especial la TV, donde ya tiene canales exclusivos. Y no se trata, por cierto, de las recetas de doña Petrona con Juanita alcanzándole las yemas, sino de refinadísimas complicaciones con ingredientes globalizados, realizadas con productos cuanto más exóticos mejor, todo finamente sazonado con reflexiones casi filosóficas sobre el arte de preparar, de servir y de comer. El receptor ya no es un público doméstico de amas de casa ancladas en la sagrada misión del ahorro sino uno mucho más vasto y con pretensión sibarita, que no le hace ascos al gasto en curiosidad.

Por eso mismo cada vez más el conocimiento gourmet funciona en la sociedad global un poco como las grandes marcas: contraseña internacional de la posición económica y social del portador. Así, dos individuos que no hablen la misma lengua materna y se comuniquen en inglés, uno nacido en Tegucigalpa y otro en Kiev, y que resulten vecinos de vuelo pueden mantener una larga conversación sobre cocciones, tipos de pescados, clases de curry y recomendarse mutuamente especialidades de restoranes de ciertas capitales.

Por otro lado, la comida es una de las obsesiones del rubro belleza/ salud. La cultura de lo diet invade el planeta con sus tótems de belleza y vigor y sólo fumar hoy parece más políticamente incorrecto que ser gordo. La dieta estricta, el peso escaso y el ejercicio constante se comercializan como pasaportes infalibles hacia una prolongadísima felicidad.

Pero al mismo tiempo la comida también preocupa por razones que alimentan una paranoia tóxica: ¿los diversos procesos industriales a los que están sometidos muchos alimentos nos estarán deparando temibles o flamantes enfermedades? ¿El engorde químico de ciertos animales destinados a la alimentación no trae consecuencias? ¿Todo el arsenal de conservantes, endulcorantes, colorantes y saborizantes resulta complemente inocuo?

Tendencia, snobismo o interés vital, lo cierto es que tampoco la comida se salva de la verdad de Lichtenberg: "la mayoría de los hombres viven más según los dictados de la moda que los de la razón".


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Este artículo va por los mismos carilles que esta entrevista a Matías Bruera.