Justicia poética y películas con mensaje viernes, 4 de marzo de 2011

















“But, my dear Sandy, should it ever become known that we've closed our eyes to the deaths, none of us would survive the scandal.”
Arthur Hammond en The Constant Gardener

I. De moralejas y finales felices

A medida que pasan los soportes una tendencia sigue imponiéndose en las narraciones de ficción: la justicia poética, los finales felices. “Creer en la justicia poética, es una forma de creencia como cualquier otra”, explicó alguna vez Mirta Varela. Y agregó: “Yo siempre digo que en Dios no creo, pero en la justicia poética sí. Porque en algo hay que creer, y me parece bastante más entretenida la justicia poética donde el crimen paga, los buenos son buenos y los malos son malos”.

Su postura es válida, y me gusta recordarla porque le escapa al denuncismo fácil. No obstante, si lo pienso un poco, resulta que el “mensaje feliz” me molesta tanto como “el mensaje triste”. Quizás el problema sea –claro– la idea de que las obras tienen que llevar un mensaje. Algunos le atribuyen a Hitchcock una posible respuesta a los amantes de esa estructura: “Para los mensajes está el correo”. Como recordaba Edgardo Gutiérrez, retomando a Adorno
Si se consideran las obras del propio Brecht, se verá que no es el compromiso lo que les otorga calidad, sino las innovaciones dramáticas en las que desembocó el teatro didáctico, que conducían a la destrucción de la unidad de sentido. Es eso lo que constituye su compromiso y no los contenidos de sus piezas que, en el fondo, decían cosas ya sabidas: que los ricos la pasan mejor que los pobres y que reina la injusticia y la opresión en el mundo. El contexto histórico es, pues, un dato esencial y hay que tomarlo como una condición del compromiso.

II. “Un secreto que va a cambiar el destino del mundo”. O no.

Pensaba en cosas como estas cuando el otro día leí la siguiente afirmación:
El concepto de ideología debe ser desvinculado de la problemática “representacionalista”: la ideología no tiene nada que ver con la “ilusión”, con una representación errónea, distorsionada, de su contenido social. Para decirlo brevemente: un punto de vista político puede ser bastante exacto (“verdadero”) en cuanto a su contenido objetivo, y sin embargo, completamente ideológico. Una ideología, entonces, no es necesariamente “falsa”: en cuanto a su contenido positivo, puede ser “cierta”, bastante precisa, puesto que lo que realmente importa no es el contenido afirmado como tal, sino el modo como este contenido se relaciona con la posición subjetiva supuesta por su propio sujeto de enunciación. Estamos dentro del espacio ideológico en sentido estricto desde el momento en que este contenido –“verdadero” o “falso” (si es verdadero, mucho mejor para el efecto ideológico)- es funcional respecto de alguna relación de dominación social (“poder”, “explotación”) de un modo no transparente: la lógica misma de la legitimación de la relación de dominación debe permanecer oculta para ser efectiva.
La cita de Zizek sirve para entender un poco lo que sucede con los cables del Departamento de Estado filtrados por Wikileaks. ¿Cumplen con el objetivo último de "exponer la verdad"? ¿O de alguna manera comparten cosas que sí, al gobierno norteamericano no le gusta que se expongan, pero cuyo conocimiento público, por más escandaloso que sea, no cambia las coordenadas ideológicas de nadie (ni de los gobiernos ni de los pueblos)?

I know what you did to Arthur. I know you killed him.
Michael Clayton


"¿Y entonces?", agregaríamos nosotros.


















III. Saben muy bien lo que están haciendo, pero lo hacen de todos modos


La clave está en que hoy la denuncia, la exposición de una verdad, no alcanza para derrumbar un edificio ideológico. Como dice Zizek
El punto de partida de la crítica de la ideología debe ser el reconocimiento pleno del hecho de que es muy fácil mentir con el ropaje de la verdad. Cuando, por ejemplo, una potencia occidental interviene en un país del Tercer Mundo porque se conocen en éste violaciones de los derechos humanos, puede ser “cierto” que en ese país no se respetaron los derechos humanos más elementales y que la intervención occidental puede ser eficaz en mejorar la situación de los derechos humanos y, sin embargo, esa legitimación sigue siendo “ideológica” en la medida en que no menciona los verdaderos motivos de la intervención (intereses económicos, etc). La forma más notable de “mentir con el ropaje de la verdad” hoy es el cinismo: con una franqueza cautivadora, uno “admite todo” sin que este pleno reconocimiento de nuestros intereses de poder nos impida en absoluto continuiar detrás de esos intereses. La fórmula del cinismo ya no es la marxiana clásica “ellos no lo saben, pero lo están haciendo”; es, en cambio, “ellos saben muy bien lo que están haciendo, y lo hacen de todos modos”.
En un mundo como el nuestro, una cita como la del principio -la improbable carta de un ministro británico admitiendo un crimen- no generaría mayores cambios en la estructura social. Por eso –y no sólo por querer “pasar un mensaje”– es que estas películas no funcionan: en las democracias posmodernas, la exposición de una denuncia no desata el cambio social. “None of us would survive the scandal”, juraba el ministro ficticio de The Constant Gardener. De vivir entre nosotros, le sorprendería el número de sobrevivientes.

2 comentarios:

*Peripecias* dijo...

Si sabremos nosotros todos los que sobreviven.
Exelente blog.

gonzalezdeleon dijo...

Discusión 2004 en torno a Farenheit 911 y la reelección de George W. Año 2000: "Bush, honesto, cívico, republicano, liberal. Lo voto". En 2004: "Bush, ladrón, asesino, republicano, liberal. Lo voto".