Historias extraempresarias lunes, 1 de septiembre de 2014
















Cuando estés así, sacate el diablo de tu corazón
Fito Páez

I. El intenso debate en torno a las historias de Relatos Salvajes llega alimentado por su éxito comercial, fenómeno que excede a su campaña publicitaria (otras películas con similar despliegue propagandístico han tenido una peor performance en la taquilla) y que, a mí entender, tiene que ver con uno de los éxitos indiscutidos del film: que varios de sus relatos tocan una fibra sensible en el espectador local.
Lo primero que se me ocurre es que esta película viene a llenar un vacío. Un vacío de historias sobre "el porteño que dice basta", el equivalente al John Doe going postal que los norteamericanos ya trazaron, con distintos niveles de calidad, en Un día de furia o Breaking Bad. El cine (en especial el cine de ficción) no tiene por qué "reflejar" nada, pero el nivel de estrés, mala sangre, mala leche, prepotencia y dolor psicológico con el que convivimos a diario en Buenos Aires es una especie de enfermedad sin síntomas cinematográficos. Y Relatos Salvajes es el primer síntoma de esta enfermedad.

II. Las seis historias tienen un sesgo de clase (media): no por nada el cuento en las rutas salteñas con aires a Duel revisita los mismos tópicos que el debut de Spielberg — si bien el personaje de Duel era el típico lower-middle class y el personaje de Sbaraglia proyecta la suma de todos los miedos de la clase media-alta porteña.
En este contexto, el más divertido y efectivo (¿efectista?) de todos los relatos, aquel que tiene a Darín como vengador anónimo, es también el más problemático en términos ideológicos. Y no me refiero por "el contenido" de sus acciones o su discurso: toda película puede leerse más allá de lo que dicen sus personajes (existe la distancia irónica) o más allá de las intenciones de su director (The Fountainhead, basada en el libro de Ayn Rand, me parece tan apegada al discurso capitalista puro que es imposible no recibirlo en clave crítica).
El problema con Bombita, el personaje de Darín, es que su pasaje al acto contra el sistema de grúas del GCBA y los pedidos de la ciudadanía (en el relato) para que le ponga una bomba a la AFIP (la escena más festejada de la película por el público en cualquier cine Hoyts, hagan la prueba) no es más que eso: un acting out que convierte el individualismo anti-estado del tipo común y corriente en una especie de justicia poética, un V de Venganza que en lugar de torturar militantes y volar el Parlamento británico se contenta con reventar su propio auto en un estacionamiento municipal mientras Szifrón aclara, mediante uno de los diarios imaginarios que cubre la noticia, que, ojo, "no hubo heridos".

III. Si Relatos Salvajes es la gran película argentina sobre las personas que pierden el control, ¿dónde están las oficinas de Movistar, el servicio de atención al cliente de Fibertel, la cola del Rapipago, los 35 minutos de espera en Santander Río, el Answer Seguros que no responde por los daños de los autos que estaban al lado del Chevrolet de Darín? Suponiendo (como creo yo) que no hay nada malo en dedicarse a contar exclusivamente las historias de la clase media porteña (después de todo, las clases medias como tales llevan muy pocas décadas en ese planeta y desde entonces han echado mano al séptimo arte para ir forjando su identidad) hay un gran ausente acá y son las marcas, las empresas. Todo lo otro que se cuenta es un primer síntoma sobre el malestar en la cultura argentina. Pero faltan otros. Como diría la novia del último relato: también filmame esto, Néstor.

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