Tal vez sea el cansancio de la campaña, pero desde esta posición no parece que el 22 de noviembre se vaya a jugar el futuro de la democracia popular (o de la República) en Argentina, sea quien gane las próximas elecciones presidenciales.
A pesar de estos años de "febrilidad estancada" (no existe mejor definición para los últimos cuarenta meses del kirchnerismo), colegas, amigos y conocidos han comprado una idea que dice más o menos así: si a partir de diciembre el Poder Ejecutivo queda en manos de la alianza PRO-UCR encabezada por Mauricio Macri descenderán sobre el país una serie de maldiciones, casi todas de índole económica.
Antes de entrar a diseccionar estos futuros planes, una pregunta: ¿Cuál es la alternativa que se le presenta a los votantes en este ballotage? Daniel Osvaldo Scioli, peronista tardío, gobernador saliente de la provincia de Buenos Aires y candidato por descarte de la presidenta Cristina Kirchner, quien no pudo, no quiso o no supo nombrar un sucesor que representara mejor los valores del movimiento político que encabeza.
No se trata solo de su gestion gris al frente de la provincia más poblada del país, ni de su dudoso historial en materia de derechos humanos, ni de los nombramientos cuestionables que propuso en todas las áreas sensibles de gobierno. En términos políticos, el sciolismo es una versión empeorada del kirchnerismo, que retiene todo lo malo y casi nada de lo bueno del partido político que le dio origen. (A tal punto que muchos de los que hoy lo apoyan desde el progresismo o la
"izquierda peronista" se conforman con que su gestión no barra con
los derechos sociales instalados durante los tres gobiernos Kirchner. Nadie habla de "profundizar" nada en 2016.)
Una posible excepción es el área económica. Pero incluso aceptando que el "equipo económico de Scioli" es mejor que "el equipo económico de Macri" -premisa a la que adhiero, con reservas-, no encuentro aquí una brutal oposición de modelos, como la que podía existir a fines de 2001 entre devaluadores y dolarizadores. El motivo es sencillo: el daño (económico) ya está hecho.
Los intentos, si acaso loables, de "incentivar el consumo" y "proteger a la industria" en un contexto donde el gobierno nacional propuso "vivir con lo nuestro" mientras se mantuvieron e instalaron medidas socialmentre regresivas como esos guiños/compensaciones a la clase media y media-alta llamados dólar ahorro y electricidad a 40 pesos el bimestre en Santa Fe y Scalabrini Ortiz derivó en una moneda prácticamente despojada de su valor, un mercado paralelo de divisas y un Banco Central reventado. Lo que comienza a aparecer como inevitable en el horizonte es que quien sea que reemplace a Cristina Kirchner en el sillón de Rivadavia deberá ajustar (esa es la palabra, tut mir leid) una serie de indicadores macroeconómicos con medidas que se caen de maduras y que serán, inevitablemente, impopulares (y no me refiero únicamente a su efecto en el humor social sino en cómo van a afectar, concretamente, el bosillo del laburante).
Dicho en otras palabras, si Scioli gana, no nos salvamos del ajuste. Si Scioli gana, él será el encargado del ajuste con rostro humano, a la Dilma.
La nueva ley de partidos políticos, con su sistema de elección en tres vueltas, fue "purificando" candidaturas. Por primera vez desde su creación, lo que solía ser un festival de narcicismo fue derivando en una oferta más clara de alianzas políticas. No faltaron opciones variadas en la primera vuelta, pero ahora solo quedan tres: Scioli, Macri o blanco/nulo.
Es cierto que la opción por esta versión peronista-conserva del FpV parece prometer -si no a partir de sus expertos, por su base corporativa de apoyos- una transición más moderada hacia (digámoslo como si fuésemos economistas pro-mercado) una macro sincerada, con el kirchnerismo emocional como guardián del modelo político. Pero en el paquete vienen otras cosas que, si se piensan en frío, no son mejores que lo que ofrece el macrismo. ¿O acaso Sergio Berni es mejor que Guillermo Montenegro? ¿O Ricardo Casal va a ser mejor ministro de Justicia que cualquiera que nombre Macri excepto, digamos, Martín Ocampo? ¿Alejandro Granados no es más o menos (o igual de) peligroso que cualquier outsider o famoso sin experiencia como los que el macrismo gusta "sumar" a su "equipo"?
Por otra parte, creer que el macrismo y su equipo pro-mercado va a barrer en cien días con "los logros sociales de los gobiernos populares de Néstor y Cristina" es (1) olvidar que Cambiemos seguirá siendo una fuerza minoritaria en el Congreso y deberá negociar, en el mejor de los casos, un gobierno de coalición con Sergio Massa, quien tiene su propia base de apoyos industriales y sindicales opuestos a cambios bruscos y, sobre todo (2) subestimar el tejido social que el kirchnerismo ayudó a construir en todos estos años. Por otro lado, la salida "institucionalista" del gobierno de CFK, con nuevos derechos sociales consagrados por ley, parece haber sellado las conquistas que los alarmistas parecen más preocupados en mantener. ¿Que habrá tensiones si el PRO resulta vencedor y comienza a circular su propio relato? Sin dudas. Ahora bien, no quiero sonar provocador, pero que ciertas organizaciones de la sociedad civil y de derechos humanos se vean obligadas a andar en bici sin rueditas resulta, cuanto menos, un desafío interesante a futuro.
(Una disgresión: en los últimos días, algunos personajes de Tuiter Argentina parecen entusiasmados con la idea de que una victoria macrista "desabroche del presupuesto público" a los "artistas K" y se pueda desarrollar el arte por el arte sin un star-system que, en algunos casos, es cuasi-parasitario. Me permito dudar: el PRO ha dado sobradas pruebas de que existen prácticas similares en su administración. De hecho, hablamos de un fenómeno que atraviesa a casi toda la clase política argentina y que también ocurre en el caso del periodismo, el sistema de medios y la publicidad oficial, aunque este último tema excede el espacio de estas líneas).
Mi punto es que si el scioli-kirchnerismo pierde el ballotage, lo habrá perdido antes del día de la elección, un poco como en 2013, cuando decidió llevar a Martín Insaurralde en provincia de Buenos Aires para mimetizarse con el rival político de turno. (La ironía última de tener que vender tus "ideales" para ganar, y encima no ganar). Las últimas dos grandes medidas del kirchnerismo -el plan Procrear y la estatización de YPF- datan de hace tres años. Ley de rendimientos decrecientes: hay muchísimo más estado (recursos, ministerios, nuevos tribunales) para muchísimos menos avances. Como ese intento desesperado por mantener, ni siquiera reducir, el índice que muestra que uno de cada tres trabajadores no está registrado o las cincuenta cadenas nacionales para inaugurar una fábrica de bochas de inodoro con una inversión de un millón de pesos. El lejano recuerdo de la tarjeta SUBE (2009) como una de las últimas medidas que le solucionan los problemas a la gente. Hipótesis: la potencia creadora del gobierno está tan en baja que casi le hacemos un favor si forzamos una renovación.
De la vereda de enfrente, lo que ya sabemos: que no hay futuro ni esperanza posible con Patricia Bullrich, Laura Alonso, Silvana Giudici, Prat-Gay, la alianza del Pacífico y el salto sin paracaídas a la "economía creativa".
Los doce años de gobiernos Kirchner terminan con un ambiente político, económico y periodístico denso, casi tóxico, y hay elementos para ganar y para perder gane quien gane las próximas elecciones (que haya más de lo segundo que de los primero es mi apreciación personal, que no todos comparten), por lo que la prescindencia es ciertamente una opción. Se entiende que varios no lo vean así y estén, por estos días, militando activamente el voto a favor de uno y otro, cosa que respeto, pero por todo lo expuesto no deberíamos comprar at face value ninguno de los dos "modelos" propuestos. O como dice uno que yo sé: "El drama del sobrepolitizado es que para seguir discutiendo se tiene que inventar un Scioli y un Macri que no existen".
No desperdiciemos saliva que, pase lo que pase, en julio de 2016 todos vamos a estar diciendo:
- A mí no me miren, yo voté por Kodos.