Esta semana junto a Patricia terminamos de ver "Westworld", una de las series "prestigiosas" del momento. Dirigida por Jonathan Nolan, "Westworld" llegaba con fuertes recomendaciones por su supuesta originalidad a la hora de contar la historia de un parque de diversiones temático en el Viejo Oeste. Situada en el futuro, la serie de 10 capítulos nos presentaba una historia llena de trampas y giros argumentales apoyados en un score épico que le intentaba imprimir un aire de importancia y solemnidad. Lo que al principio parecía un misterio fascinante fue decayendo con el correr de los capítulos. ¿Los motivos? Como espectador, sentí que me llevaban de las narices hasta la "revelación final", con los escritores resolviendo el problema planteado por el guión a través de una variedad de soluciones "deus ex machina" que, para colmo, iban acompañadas por subrayados y explicaciones. Como explicó Esteban Podetti a propósito de otras películas: "por ejemplo, te muestran la parte de afuera de una casa, y después la parte de adentro y vos pensás que es de la misma casa, y resultan ser dos casas diferentes, pero mal, y después decís 'aaaah, cómo me hicieron entrar. Qué habilidad cinematográfica (suponiendo que digan ese tipo de cosas en su habla cotidiana)'. No, querido. No es así. El tipo no es hábil. Hizo trampa. Un jugador de póker con cartas marcadas no es un 'habilidoso jugador de póker', sino un TRAMPOSO."
El problema con Jonathan Nolan -hermano menor del director de "Inception", otro cerebrito con aires de pseudointelectualidad- es que se apoya únicamente en el ingenio. Todos nos bancamos una película astuta ("The sting", "Los sospechosos de siempre", incluso "Memento"), sobre todo cuando en la pantalla también se respira cine, humor, suspenso. El problema es cuando pasamos a pensar el cine únicamente en términos matemáticos, con un guionista calculador presentando "ecuaciones" a resolver (y para Nolan, mientras más intrincadas, mejor). El resultado final es el mismo que uno tiene al ver "Inception": no bien termina, abombado por la batería de estímulos, uno siente que vio una obra maestra. A las tres semanas uno empieza a pensar que en realidad era una pavada. A los seis meses ya se la olvidó y sabe que no la va a ver nunca más en su vida.
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Por estos días otro director "difícil" divide las aguas. David Lynch, de 71 años, estrenó una nueva temporada de Twin Peaks, ¡26 años! después del final con suspenso de la Season 2. (La serie había sido cancelada por la cadena ABC luego de que la propia cadena apurara al director para que revelara la identidad del asesino de Laura Palmer). De cómo Lynch pudo negociar 18 capítulos más para seguir contando la historia de Twin Peaks merecería un capítulo aparte: solo diremos que la era de HBO, Showtime y Epix (y de Netflix y Amazon, por supuesto) está cambiando radicalmente la forma en la que se produce y se mira televisión.
Los que esperaban un Lynch más domesticado se van a llevar una sorpresa, porque esta nueva temporada / serie limitada es más radical que nunca. Y si bien por momentos extraño el melodrama y el humor inocente que acompañó las primeras dos temporadas de Twin Peaks, abrazo con gusto la oscuridad de esta entrega por parte de un director que aquí está más cerca de "Lost Highway" o de "Inland Empire" que de cualquier otra cosa que puede haber hecho en el pasado.
El contraste con el show "difícil" de Nolan es claro. En "Westworld" no entendemos qué está pasando hasta que llega el director y saca un truco que sólo él sabía (como en "The Prestige") y se nos explica con lujo de detalles qué pasó y por qué fuimos engañados. En la nueva "Twin Peaks" no hay sobreabundancia de información: muy por el contrario, los diálogos y las pistas escasean. Sin embargo, por algún motivo, no estamos en pelotas. En 2007, tras lanzar "Inland Empire" (una atrapante pesadilla de tres horas con Laura Dern y Jeremy Irons), Lynch recomendó no dejarse asustar si en algún momento creíamos no estar entendiendo "la trama". "Los espectadores entienden más de lo que suponen que entienden", dijo.
Anoche, tras ver el episodio 8 -el momento más radical en la historia de la ficción televisiva del siglo XXI- nos quedamos pensando con Patricia de qué iba todo esto. "El origen del mal", dijimos, casi a unísono. Hoy entro a AV Club a ver qué pensaban en Estados Unidos y Erik Adams dice: "this was essentially an origin story". O sea, creemos que no sabemos, pero sabemos. Y en el medio nos dejamos llevar por la sensualidad de las imágenes.
Eso es cine (o televisión).