El verdadero amor y la violencia nunca son absolutamente externos el uno al otro: a veces, la violencia es la única prueba de amor. El club de la pelea de David Fincher, un logro extraordinario para Hollywood, trata sobre este nudo entre amor y violencia.
El insomne héroe de la película (Edward Norton) sigue el consejo de su doctor y, para descubrir cómo es el verdadero sufrimiento, comienza a visitar un grupo de autoayuda de víctimas de cáncer. Sin embargo, pronto descubre que tal práctica de amor al prójimo descansa en una posición subjetiva falsa, y se involucra en un ejercicio mucho más radical. En un vuelo, se encuentra con Tyler (Brad Pitt), un joven carismático que le explica la nulidad de su vida, llena de fracasos y de la cultura vacía del consumo, y le ofrece una solución: ¿por qué no pelear entre ellos, pegándose hasta quedar deformes? Gradualmente, se desarrolla un movimiento entero a partir de esta idea: se llevan a cabo peleas nocturnas secretas en los sótanos de los bares por todo el país. El movimiento se politiza rápidamente, organizando ataques terroristas contra grandes corporaciones.
En el medio, hay una escena intolerablemente dolorosa, digna de los más bizarros momentos de David Lynch: a fin de obligar a su jefe a que le pague por no trabajar, Norton se tira al suelo en la oficina, pegándose hasta sacarse sangre, antes de que llegue la seguridad del edificio; delante de su jefe avergonzado, el narrador actúa así sobre sí mismo la agresividad de los jefes hacia él.
¿Qué simboliza esta autopaliza? La identificación escatológica del sujeto, que equivale a adoptar la posición del proletario que no tiene nada que perder. El sujeto puro sólo surge a través de esta experiencia de autodegradación radical, cuando provoca al otro a sacudirlo de un golpe, vaciándolo de todo contenido, de todo soporte simbólico que podría conferirle un mínimo de dignidad. Por consiguiente, cuando se golpea delante de su jefe, su mensaje es: “Sé que usted quiere pegarme, pero, usted ve, su deseo de pegarme es también mi deseo, así que, si usted fuera a pegarme, estaría cumpliendo el papel de sirviente de mi deseo masoquista perverso. Pero usted es demasiado cobarde para actuar su deseo, así que lo haré por usted – aquí lo tiene, lo que usted realmente quiso. ¿Por qué está tan avergonzado? ¿No está listo para aceptarlo?”. Crucial es la brecha entre la fantasía y la realidad: el jefe, claro, nunca habría pegado efectivamente a Norton, él meramente estaba fantaseando con hacerlo, y el efecto doloroso de la autopaliza de Norton pivotea sobre el hecho mismo de que él actúa el contenido de la fantasía secreta que su jefe nunca podría actualizar. El pegarse a sí mismo demuestra que el amo es superfluo: “¿Quién lo necesita para aterrorizarme? ¡Puedo hacerlo yo mismo!”. Es así que sólo a través de golpearse primero a sí mismo, uno puede liberarse: la verdadera meta de esta paliza es sacar lo que en mí me ata al amo.
Slavoj Žižek, “A propósito de Lenin”
Hace 5 años.
3 comentarios:
Esa escena es brillante.
Recomendás mucho A propósito de Lennin y empecé a leerlo por eso.
Es un libro genial.
Que gran pelicula.
Justamente hoy lei un post con un analisis muy bueno del club de la pelea.
Por si lo quieren chusmear:
http://blog.wekeroad.com/movies/marla-singer-didnt-exist
Mi primer libro de Zizek y mi última película de Fincher. Grosísimos ambos.
Siempre cito Fight Club a mis alumnos como un ejemplo de que la violencia callejera es horizontal y debería unir, no separar, como la violencia de clase/estado.
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