Contribución a la crítica de la verdad periodística domingo, 30 de diciembre de 2007

Quería cerrar el año con una nota que Gustavo Noriega rescató para la edición de diciembre de El Amante. Nota que, a pesar de haber sido publicada hace casi quince años, mantiene la más absoluta vigencia y resume con precisión el estado actual del periodismo. Su autor, Claudio Uriarte, escribió durante más de diez años para Página/12. Murió a mediados de este año.

Un detalle: quizás se rían al notar la denuncia de los rankings y la supuesta contradicción en la que incurro al publicar esta nota a continuación de los míos. Ya hablaremos de eso: por lo pronto, préstenle atención a esa y otras variables que señala como características del actual estado de cosas. Sin más preambulos, espero que la lean -y comenten- porque no tiene desperdicio.





Revista La Caja N° 3, abril de 1993
Contribución a la crítica de la verdad periodística
por Claudio Uriarte


“Un demócrata de vieja cepa no pediría hoy libertad de prensa, sino libertad respecto de la prensa”
Oswald Spengler, La Decadencia de Occidente (1922)


Los diarios, semanarios, quincenarios y demás ediciones periódicas son publicaciones que sólo deberían salir de vez en cuando. El concepto mismo de periodicidad es lo que debe ser críticamente puesto en duda, tanto más en un mundo en el que el periodismo ha adquirido la legitimidad autorreferente y tautológica de un poder que se encuentra más allá de todo cuestionamiento, y en una sociedad en la que el periodismo ha sustituido efectivamente a la metafísica, la filosofía, la ideología social, la discusión de las ideas y hasta el mismo arte. Se diría que, a medida que estas disciplinas mueren como preocupaciones sociales, el periodismo las vampiriza para capitalizar sus desechos bastardos, como una inconsistente y cambiante ciencia de híbridos que reciclara todo pensamiento para volverlo lugar común, o bien lo acepta sólo cuando éste se había vuelto cliché. El periodismo no sólo sería colección de los fragmentos rotos del gran edificio de la historia, sino basurero de los pedazos en que se ha desmoronado toda reflexión sobre ella.

El periodismo ha otorgado legitimidad a una idea cuya única verdad son los ritmos de reproducción de la fuerza de trabajo de la productividad alienada: la noción de que el tiempo transcurre en períodos de 24 horas por día (o de una semana, o de un año). Los hechos, ante los que el periodismo se comporta como si fuera un recipiente hueco y neutro, se acumulan analizan y desmenuzan en sus prolijos compartimentos temporales como si fuera él lo que les diera forma, y cada tanto se publica un “balance semanal” o “mensual” o “del año” como si el almanaque fuera lo que verdaderamente definiera los límites, la duración y la mecánica de los procesos, y en inconsciente pero perfectamente consistente reproducción de la práctica de la empresa capitalista que a fin de año realiza su “memoria y balance”: se hace un equilibrio de entradas y salidas, de ingresos y deudas en la gran fábrica de procesamiento de la información (que es la materia prima de la que viven estos medios), y en esto se destruyen la idea de historia y el concepto de proceso histórico en el mismo momento en que los periodistas, con paradójica e involuntaria ironía, y como si quisieran curarse en salud del mismo sistema de banalización e intrascendencia a que los lleva su oficio, adornan su producción con adjetivos como “histórico”, “trascendental” y “sin antecendentes”, en parte porque la memoria de la que viven es breve, ignorante, aconceptual y fenoménica, y en parte porque necesitan volver a despertar permanentemente la atención de un proletariado intelectual de lectores abúlicos, convencerlos de repetir la compulsión de consultar el diario cada día. Sin duda, hay que preguntarse si es el periodismo el que destruye la historia o meramente refleja esta destrucción; si la historia misma no se ha vuelto periodística, mecánica y cuantitativa (en cuyo caso el periodismo sería su espejo fiel y funcional, a lo sumo un auxiliar privilegiado de sus medios de reproducción) y fundamentalmente debe aclararse una división metodológica: si se cree en un concepto de historia como universal, con sentidos, procesos, organicidad y lógica propias o si se la considera como un mero receptáculo de hechos. La posición de este artículo es la primera: si la posición del lector es la segunda, abandone la lectura y vaya a comprar el diario.

La irracionalidad del periodismo puede mostrarse con un extremo de su propia práctica; la necesidad, cuando se trabaja un domingo -día generalmente pobre en noticias- para el matutino de un lunes, de exagerar hechos de importancia secundaria para que justifiquen los títulos de un diario, si el domingo en cuestión no ha tenido acontecimientos deportivos importantes. Vale decir que el criterio que manda es el formato del diario, su diagramación, su espectáculo y su propuesta de lo que constituye un día, principio por otra parte idéntico al que rige en los días de más noticias, cuando éstas deben ajustarse a la pauta publicitaria o “forzarse” ligeramente con estratagemas de estilo: “Quedan 48 horas para el vencimiento del ultimátum”, “Serían eminentes definiciones sobre la crisis planteada”, “Primera visita del Papa a Benin” o “La recesión más grave en doce años”. El Guinness Book of Records es el pobre sustituto para los instrumentos de valorización y jerarquización de hechos que sólo puede proveer una filosofía de la historia. Incluso cuando ocurren acontecimientos verdaderamente importantes y novedosos, ya es difícil distinguirlos en esa rutina tipográfica, por más que se apele a titulares catástrofe. Y se aplasta toda proporcionalidad: la seudonoticia de un día cualquiera se infla para que luzca importante; la noticia importante se comprime y achata para que acate el formato del diario. El periodismo comprime el rango dinámico de los acontecimientos, del mismo modo que la música funcional apaga los extremos para compatibilizar a Mozart, Louis Armstrong y Prince.

Actualmente, es cierto, las publicaciones períodicas se han desprendido un poco de estas herramientas primitivas y en lugar de exagerar información abordan temas específicos de actualidad en forma monográfica, publican seudoensayos y ofrecen investigaciones de carácter relativamente intemporal que justifiquen la edición. Sin embargo, y bajo el pretexto de jamás discontinuar el servicio de informar al público, estas nuevas técnicas terminan confiriendo al periodismo una inusitada autonomía respecto a la noticia: el periódico mismo se vuelve protagonista de los hechos y hasta el mismo hecho; su misma existencia resulta noticia. Sin que se note mucho, comienza a cerrarse el círculo de un gesto esencialmente autoritario, de una actividad con capitales, jerarcas, especialistas y reporteros que esencialmente se han nombrado como autoridades a sí mismos, y que se legitiman en la sociedad por el solo hecho de la repetición: cualquier firma reimpresa con frecuencia en un periódico puede convertir al portador en un experto, por lo mismo que decía Joseph Goebbels que la gente creería cualquier cosa si se la repitiera suficientes veces.

El hecho que hay que reprocharle al periodismo no es su frivolidad, su inconsistencia o sus faltas a la verdad, sino que él mismo, por su propia dinámica, es una falta a la verdad, es la versión degenerada de la historia de una sociedad que ha renunciado al concepto de verdad. Al periodismo hay que reprocharle que existe.

Izquierdismo profesional

La dificultad para analizar críticamente este poder radica en un bloqueo conceptual que se encuentra en los dispositivos fundantes del pacto democrático: el proyecto del periodismo como colaborador de la Ilustración, como socializador de ideas, noticias y tendencias y como agitador del iluminismo, la cultura y la información después de siglos de oscuridad y opresión. El periodismo dispuso siempre de una intensa filiación jacobina, que puede rastrearse tangencialmente por el hecho de que en él tradicionalmente encontraron refugio artistas, escritores, intelectuales, contestatarios y desclasados, y que es el hilo que lo conecta al volante político, al cartel callejero y a la pancarta de masas: vendría a ser algo así como el house organ de la sociedad civil. El prestigio iluminista del periodismo se remonta a la historia preburguesa, cuando no sólo se impedía la información, sino la misma alfabetización, donde la cultura era restringida y donde todo saber se correspondía a un determinado poder de clase. El periodismo, en las épocas en que la Iglesia todavía dominaba la cultura, en que la burguesía estaba lejos de desplazar a la nobleza y los señores feudales, hubiera resultado una idea intrínsecamente subversiva, y en la época de la Ilustración y de la burguesía acompaño decisivamente cada avance. El periódico resultaba político por el solo hecho de existir.

Hay una sorprendente continuidad constitutiva respecto a estos orígenes, en una época en que la Ilustración ya no es subversiva, en que el poder quiere alfabetizarnos a todos, pero sólo para que leamos sus órdenes. El periodismo, que recién ahora logra desprenderse un poco del estigma de sus orígenes lúmpenes, siempre ha dependido para sostenerse de la producción de noticias, que en el glorioso pasado eran la verdad, las armas, las redes y las contraseñas de la sociedad emergente y que ahora son las células en las que coagula la descomposición del tiempo. Las noticias son quiebres de la continuidad, son rupturas, anomalías y anormalidades; como decía un veterano Secretario de Redacción argentino a sus subordinados, “la noticia es el hombre que muerde al perro”; y es natural que los más indicados para encontrar, investigar y develar esas noticias sean contestatarios, marginales y desposeídos, que ansían ver en cada sacudón una ruptura y una crisis del poder: “Los mejores diarios de derecha -decía otro experimentado periodista argentino, en las épocas de represión- se han hecho siempre con redactores de izquierda”. Se puede decir que la noticia, punto aislado del decurso de las cosas, y que el periodista debe desentrañar para encabezar una nota, tiene una vida paradójica: los periodistas la anuncian o la denuncian, como si fueran los detectives sociales que descubrieran la verdad de un jeroglífico de múltiples significados posibles, pero que entretanto el público lector la recibe como estructuralmente ajena, como lo que “le pasa” a él y como constatación de su propia inactividad histórica.

El periodismo, de esta manera perfectamente diabólica, tiene para sí lo mejor de los dos mundos, come su torta y se queda con ella, repica y anda en la procesión: al mismo tiempo que está legitimando la pseudohistoria de la productividad burguesa, absorbe, neutraliza y capitaliza para sí a los ingenuos redactores de la izquierda que de otro modo quizá se opusieran a ella, y que en lugar de eso se sienten heroicos, orgullosos y provocativos por el hecho de “llegar” al público con una supuesta verdad liberatoria y desmitificante, lo que antes tenía que ver con propósitos de agitación revolucionaria pero ahora se identifica cada vez más con la vanidad más egocéntrica y frívola, y en realidad sirve solo a los propósitos de los poderes que organizan carcelariamente el tiempo. La masa lectora no es inocente de esta pantomima: el lector sigue y admira a su periodista rebelde y contestatario y cada cosa queda en su lugar, en el diario que ha dejado de ser agitador y movilizador para convertirse en una simulación congelada de enfrentamientos, tendencias y dinámica social, y en maqueta de un Parlamento abierto dentro de una sociedad ideológicamente cerrada: The New York Times, por ejemplo, suele publicar en su página de opinión artículos antagónicos sobre un mismo asunto, lo que a primera vista abre el arco de disenso democrático pero visto más de cerca fija los límites del enfrentamiento y de la oposición posibles.

Iluminista primero, el periodismo se volvió izquierdista a los ritmos de la historia del socialismo, el marxismo, la socialdemocracia y el revolucionarismo leninista. Anarquistas, contestatarios y socialistas primitivos tuvieron a la palabra escrita en el mismo lugar de trascendencia social que el iluminismo burgués; Marx y Engels, como lo prueban El 18 Brumario de Luis Bonaparte o el Manifiesto Comunista no desdeñaron formas periodísticas o semiperiodísticas; la socialdemocracia alemana era notable por su erudición, sus periódicos, sus bibliotecas y sus archivos; la teoría revolucionaria de Lenin proponía que el “organizador colectivo del Partido” fuera nada menos que un diario, aptamente llamado Iskra (La chispa) -el incendio revolucionario iluminaría la oscuridad rusa- y Trotsky relata en sus memorias con estremecimientos casi sensuales el placer que le causaba abrir el diario del día. El periodismo, de hecho, fue a menudo la ocupación “burguesa” del revolucionario profesional, tanto un vector de agitación como un medio de vida.

El periodismo disfruta así de un prestigio un poco tramposo, que consiste en haber sido la oposición de anteayer. El anacronismo de sus laureles consiguió un maquillaje de lustre rejuvenecedor en las últimas décadas de este siglo por haber librado un revival de la lucha entre Ilustración y oscurantismo en sociedades y regímenes políticos suficientemente atrasados, anacrónicos, cerrados en sí mismos y radicalmente débiles como para construir su idea del Estado en la imagen de una fortaleza asediada, tales como las sociedades de planificación estatal del viejo Este (o, para el caso, la dictadura militar argentina).

La incapacidad de estos regímenes para legitimarse, su necesidad de controlar cada aspecto de la vida social, su identificación del poder con el dominio sobre lugares físicos concretos, dio al enfrentamiento entre la Ilustración universal televisada y la realidad local el aspecto de una guerra de posiciones librada con armamentos anacrónicos, como si fuera posible defenderse de misiles nucleares con ballestas. Se puede argumentar que, más que la amenaza armamentista o tecnológica (que sólo pesó en la conciencia de los dirigentes) fueron Radio Europa Libre y las emisiones televisadas de Europa Occidental lo que acabó con los regímenes del Este, y no por su propaganda ideológica propiamente dicha sino por simple difusión del modo en que eran las cosas en el resto del mundo. La caída del Muro de Berlín fue un simulacro posmoderno de la toma de la Bastilla: el triunfo del hombre común contra las utopías, la irónica victoria final del buen soldado Schweick. Los periodistas, situados en este escenario, parecieron volver a brillar por un rato a la luz de las lejanas llamas de la Revolución Francesa, y terminaron de cumplir su papel vendiendo como nueva una ideología vencida. La cuantitativización del desarme político, militar, social y moral ganó la escena como “el menor de los males posibles”, y se impuso la democracia en la acepción borgeana como “abuso de las estadísticas”, ya que las estadísticas son un recuento de cuerpos inmóviles.

Avanzaba la normalización “final” del mundo, su sujeción eficiente a la lógica del mercado económico y político, y los periodistas, que antes habían actuado como instancia de iluminación contra el poder, ahora le sostenían la linterna y prodigaban su elogio: no por nada Bernard Shaw, anchorman de la cadena norteamericana de noticias CNN, abrió su cobertura del inicio de los bombardeos norteamericanos contra Irak, una noche de 1991 con la memorable frase: “Los cielos sobre Bagdad han sido iluminados”.

El periodismo es el departamento de agitación del iluminismo convertido en proyecto opresivo tal como lo denunciaron Adorno y Horkheimer en 1947: se diría que los estados mayores periodísticos han leído y estudiado la Dialéctica del Iluminismo, pero esta vez como manual de instrucciones. El iluminismo como sistema de dominación implica un fuerte contenido de positivismo y de materialismo vulgar, donde las únicas cosas que se nombran son las que existen “objetivamente”, cada cosa que existe tiene sólo por eso la dignidad de una verdad, “la única verdad es la realidad”, la especulación está prohibida y se debe callar de aquello de lo que es difícil hablar. El iluminismo se convierte en los focos de un benévolo campo de concentración universal, de satélites y radares que no sirven tanto para esclarecer como para controlar, fijar, situar, inmovilizar, detener, cosificar, contabilizar. Y la alianza del iluminismo opresivo con el periodismo consiste en la tarea de desencantar, desublimar y destruir cualquier trascendencia que se aparte de la lógica del mercado, de su impersonal sistema de equivalencias, pesas y medidas. La ideología de esta alianza es el progresismo.

La relegitimización moderna del periodismo como agente iluminista comenzó en las sociedades desarrolladas con el escándalo de Watergate en 1972, que elevó al periodista a la posición de fiscal y terminó con la caída del presidente Nixon. La investigación, el exposé y la denuncia se pusieron a la orden del día, como si fuera un intento de sustituir con inofensivos ataques a figuras del sistema la reprimida y en el fondo añorada potencia de reflexión crítica, y el periodismo empezó a verse crecientemente a sí mismo como según el argumento cinematográfico del inconformista y solitario reportero que libra contra poderes inmensos y siniestros una batalla desesperada, quijotesca, pero finalmente triunfante. Los periodistas supieron aprovecharse muy bien del fuerte momento de paranoia universal del hombre común desposeído y alienado, alentaron toda su desconfianza hacia las instituciones y luego se propusieron como la institución de reemplazo, como su agente jacobino y como su Robin Hood. Que haya políticos que mientan siempre resultó muy ventajoso para el periodismo, ya que entonces eso quiere decir que la prensa dice la verdad. El crédito de los periodistas creció, como si fuera un voto de protesta contra el Establishment, aunque éste en el fondo daba la bienvenida a las operaciones de limpieza correctiva del periodista disfrazado como justiciero popular. Los cínicos se consolaron: si la gente ya no creía en los políticos, por lo menos con los periodistas seguía creyendo en algo. La intervención revelatoria y denunciante del periodismo también fue decisiva para la terminación de la guerra de Vietnam, a tal punto que muchos generales pensaron que la guerra se había perdido en los aparatos de TV en los living-rooms de los hogares de Estados Unidos (El izquierdismo sesentista coloreaba todo esto en un rosado pálido).

Una modesta proposición

El periodismo siempre se vinculó al poder, expresándolo, deseándolo o queriendo destruirlo; siempre encontró referencia en el Estado, y se postuló como una especia de Estado ideal. Sin embargo, la imbricación del periodismo con el poder después de cumplidas las revoluciones burguesas mostró que la relación no era unilateral ni simple y ahora ya es lícito preguntarse quién condiciona a quién, si el poder formal al periodismo o viceversa, o si el periodismo no ha trascendido en realidad ya al poder formal, y no será como fuerza dominante de la ideología y conciencia, el espacio del poder real.

La dependencia del poder democratizado respecto de la opinión pública depositó una fuerza inédita en manos de los periodistas, que empezaron a ser cortejados y manipulados por un poder oficial que encontró que la vida sin el periodismo era imposible: los funcionarios del Pentágono, por ejemplo, filtrarían a la prensa secretos del gobierno para desequilibrar a su favor una puja interna; los presidentes empezaron a calcular la hora de su discurso de modo de poder “hacer” o evitar las noticias televisivas en la hora de mayor audiencia; los políticos y candidatos programaron sus actividades de modo de usurpar el mayor espacio gratis posible de TV, y los jefes de Estado ya aparecen hoy en los avisos de la CNN diciendo: “Me enteré de la noticia por CNN”. Las grandes negociaciones internacionales se han vuelto torneos por la opinión pública: el poder ha perdido la máscara hermética y enigmática del pasado para convertirse en un conversador compulsivo y en un incontinente chismoso crónico sobre sí mismo.

La manipulación periodística del público se disfrazó en los Estados Unidos de objetividad por medio de un montaje que organizó ideológicamente la noticia mediante una sucesión planificada de golpes emocionales; algo similar hicieron con la prensa escrita donde el ordenamiento de los párrafos, cada uno de los cuales no suele contener más que un solo hecho, se programa para generar determinada deducción. El extremo opuestos se encontró en Francia, donde el periodismo montó un espectáculo de su propia importancia por medio de una intrascendente y vacua cortina de palabras bien fraseadas, en una verborragia seudoensayística y seudoliteraria. El periodismo inglés eligió la forma tal vez más honesta: contar los hechos al tiempo que se opina explícitamente sobre ellos.

La rebelión contestataria contra estas formas más o menos tradicionales y estabilizadas fue el llamado “nuevo periodismo” de los años ‘60, una cruza del reportaje con la sensibilidad del autor y con la literatura, que en su forma más exitosa partió en realidad de escritores que usaron técnicas del periodismo y hechos reales para construir obras de literatura a secas (Los ejércitos de la noche, de Norman Mailer, o A sangre fría, de Truman Capote) y que en su versión más pedestre terminó bastardeando tanto periodismo como literatura, ya que sus practicantes eran periodistas y escritores frustrados cuya idea de la literatura, la subjetividad y el estilo no iban mucho más allá de la novela negra o el bestseller de espionaje, y entonces abrían sus notas con cosas como: “Eran las 4 PM. El presidente golpeó la mesa y descerrajó: ‘¡Carajo!’”.

La literaturización, a pesar de estos inicios tentativos (siendo más un rechazo de los establecido que una clara orientación sobre a dónde se quería ir), avanzaría no obstante, como tendencia de época, y llegaría a recorrer con el tiempo el camino desde rebelde outsider a figura consagrada del sistema. Sin duda, algo de ella se había insinuado en clásicos como la revista Time (con su estilo colorido y cinematográfico) e incluso en Primera Plana y otras revistas argentinas de actualidad de los ‘60, pero se trataba de productos donde lo político era preeminente y lo literario decorativo, exactamente lo opuesto a lo que ocurrió después. A partir de cierto momento (supongo que entre los ‘70 y los ‘80) los jefes del periodismo empezaron a darse cuenta de que había que tratar de interesar al lector por métodos nuevos. Ya legitimizado el tiempo productivo, ahora se trataba de entretener y seducir al público, de contarle una maravillosa historia. La última decisión del presidente podía ser perfectamente aburrida, pero no si se contaba cómo estaba vestido, qué chistes hizo y cómo trató a sus ministros. Apareció la cholulez (degradación del snobismo) como método de conocimiento, consistente en la apariencia de violar mágicamente el tabú de la intimidad del poder para dejarlo reforzado después de un breve instante de voyeurismo por interpósita persona periodística, por el que el periodista también recibe cierto lustre residual de “insider”. Las noticias se novelizaron, las notas se convirtieron en capítulos de un incesante folletín.

Un izquierdista ingenuo de los años ‘60 podría haber dicho que este era un nuevo instrumento del poder para distraer a las masas de sus tareas históricas, pero la verdad era mucho más evidente, deprimente y temible: se empezó a literaturizar el periodismo para disimular que en realidad no pasa nada. Terminadas la revolución y la oposición, que producían noticias que hubiera urgido conocer en cualquier formato y estilo, el periodismo debió brindar una ficción sustitutiva de actividad histórica. Si la prensa reconociera que no pasa sustancialmente ninguna cosa nueva, si honestamente se llamara a silencio ante la desaparición (que ella misma alentó) de los procesos históricos, a lo mejor el entero sistema de dominación colapsaría por aburrimiento. La gente, que cada vez se habla menos, tiene al diario como pretexto de conversación y pasatiempo del tiempo vacío: información y crucigrama se tocan. La idea del “fin de la historia” escandalizó menos por su audacia o por su procapitalismo que por el secreto temor que todos tenían de que lo que Fukuyama decía pudiera ser cierto: necesitaban callarlo aún antes de enteder lo que decía, y en ningún ámbito esta reacción fue más virulenta que entre los periodistas, que se lanzaron a esgrimir sucesos irrelevantes a la tesis -la guerra del Golfo, la desintegración de Yugoslavia- para rebatir a un antagonista que les hablaba desde el concepto hegeliano de historia.

La gente ya no es culta: es informada. Las conversaciones se vuelven intercambios de cocktail, pases de salón, slogans de estúpidos de Flaubert, contraseñas universitarias mal aprendidas. La capacidad de atención y concentración disminuye. Cualquier intensidad es tachada de “autoritaria”, “terrorista” o “loca”. La filosofía universal es el esceptisismo vulgar, el cinismo de barrio. Ya no se sabe leer de verdad: los alumnos de literatura, que en su gran mayoría solo aspiran a volverse apparatchicks de la nomenklatura universitaria, aprenden solamente los fragmentos, las citas y los códigos para pasar los exámenes, y reciben una estructura conceptual cuya frigidez, desapasionamiento y además de necia superioridad analítica frente al objeto jamás les permitirá, por ejemplo, conmoverse con Madame Bovary o reírse con Bouvard y Pecuchet; antes tendrán que hacer la autopsia semiológica y descubrir dónde están el significante, el sintagma y el rizoma, de modo de poder continuar arruinando la sensibilidad de las generaciones venideras. La carrera en boga es Ciencias de la Comunicación, un híbrido que las chicas de barrio estudian para llegar a ser, precisamente, periodistas, como antes estudiaban corte y confección y después quisieron ser psicólogas. Textos con la demanda, la devolución y la riqueza de En busca del tiempo perdido o El hombre sin atributos estan fuera del alcance para una generación cuya idea de la duración está formada por el videoclip, y cuya ambición verdadera es tener algún quiosquito de poder. Invirtiendo una frase de los años ‘60, habría que desconfiar preventivamente de todos los que tengan menos de 30 años, ya que no vivieron la valentía, la generosidad y el arrojo de las épocas en que la historia parecía viva. Y el destino inevitable de esta época y de esta generación termina siendo el periodismo, que ya organizaba las cosas de este modo antes de que fueran así. Con el tiempo, todo el mundo será periodista, en potencia o en acto.

La resistencia es difícil, y probablemente sin esperanzas. Sin embargo, el sistema, por la misma lógica de su sobreextensión totalitaria ha dejado libre un espacio: la posición del disidente, única figura de oposición posible en una sociedad sin oposición. El disidente es el problemático opositor en sociedades de totalitarismo consensuado, sea en su vieja versión, policial y oscurantista (viejos regímenes del Este) o en su formato iluiminista, progresista, reluciente y moderno. El disidente tiene fundamentalmente un “contra qué” estar, no necesariamente un “para qué”. El disidente correctamente carece de esperanzas en el “proletariado” o el “pueblo” (una manga de canallas con vocación de informantes policiales), pero no cede al consuelo del colaboracionismo progresista y se mantiene en su reflexión crítica solo, estoicamente, le cueste lo que sea, como si fuera un iluminista de nuevo tipo; quizás (para parafrasear libremente a Adorno) como un iluminista negativo.

Ya no es posible reeduitar el Iskra, pero sí consumar una modesta proposición: el “diario” aperiódico, que debería salir sólo de vez en cuando (cuando hubiera novedades, cuando hubiera algo nuevo que decir), que resistiera toda lógica y presentación de mercado, renunciara a toda homogeneidad ideológica y se propusiera y circulara como consigna y como forma de reconocimiento y supervivencia de una diáspora de individuos anónimos, asilados y dispersos. El “diario” aperiódico, periódico del antiperiodismo, quizá ni siquiera debería tener nombre.

Morbo Porno jueves, 27 de diciembre de 2007

La Nación, 27-12-2007
(Click para ampliar)

La Doctrina del Shock miércoles, 26 de diciembre de 2007

The Shock Doctrine, corto ideado por Naomi Klein y Alfonso Cuarón que explica la tesis del último libro de Klein.



El libro en cuestión es La Doctrina del Shock. El auge del capitalismo del desastre, publicado por Paidós. Lo estoy leyendo y espero reseñarlo pronto en estas páginas.

¿El rock suena en pasado? lunes, 24 de diciembre de 2007

por Marcos Mayer
Revista Ñ, 27-10-2007



(...) El rock a sus cincuenta años, aún acarreando un par de muertos previsibles y unos cuantos más heroicos (víctimas de accidentes aéreos, sobredosis y algún crimen poco claro), no parece estar en vías de extinción, muy por el contrario. Eso sí, nadie se atrevería a decir que pasa por su mejor momento. Pero, ¿acaso hubo alguna vez una celebración de la coincidencia en el tiempo de grandes momentos creativos? Tal vez algún historiador lo haya dicho a posteriori, pero en el momento mismo en que sucedían las cosas, difícil.

Un fenómeno que tiene alguna explicación posible: lo mejor ocurrió durante el origen. Nadie compuso tan buenas canciones después de los Beatles. Nadie superó en la guitarra al genio de Jimi Hendrix. Nadie cantó con tanta intensidad como Janis Joplin. Ningún grupo fue tan sólido y coherente como los Rolling Stones. Allí se terminaron los tiempos heroicos. De allí en más no queda más remedio que decaer. Eso han sido todos estos años, decaer y decaer. Sin pausa, sin ritmo, y sabiendo que la decadencia es eterna e irremediable, y que incluso puede llegar a ser placentera. No es que todo tiempo por pasado fue mejor (aunque ya nadie crea en el lema spinettiano de que "mañana es mejor"), sino que es inalcanzable.

Es en esto que el rock se parece al cristianismo. En la religión todo lo sublime pasó al principio: Cristo, los apóstoles, los buenos milagros y hasta las traiciones mejor urdidas, los mejores cobardes y los más heroicos ladrones. Desde entonces, santos y papas de por medio, también no se ha hecho otra cosa que decaer, alejarse aunque no definitivamente de aquellas épocas donde un hombre podía ser hijo de Dios sin que a nadie se le moviera un pelo. Y si hay un tópico del cristianismo poco desarrollado es el del Juicio Final donde se volvería supuestamente al estado de gracia y gloria del origen. Ni el padre Farinello y menos todavía Ratzinger hablan del Juicio Final. ¿A quién le importa dejar de decaer? De allí que exista un rock cristiano, una ópera rock dedicada a Jesús y que Lennon se pusiera a competir con Cristo. Y que el Anticristo provenga también del rock, en versión seria, Alice Cooper y en la paródica, Marylin Manson. Y que no haya un rock judío, pues el judaísmo ha sostenido siempre que lo mejor está por llegar.

Peleado con la lengua, viviendo de imágenes prestadas, con ceremonias celebradas en las peores condiciones y acompañadas de textos que apenas se entienden, amenazado a cada rato con perder la pureza, con una contaminación que parece ser terminal y que se detiene en el peor de los casos en la apoplejía, el rock sobrevive porque ya no es un estilo musical ni una cultura juvenil ni un fenómeno generacional, sino apenas eso, una religión, el modo en que hemos de decaer por los siglos de los siglos, amén.

Los Mejores Discos de 2007 jueves, 20 de diciembre de 2007

Lo que sigue es la lista de los discos lanzados en 2007 que más me gustaron:



1. In Rainbows
Radiohead
XL, 2007


Ya mucho se ha hablado acerca de la decisión consciente de esta banda de despegarse, disco a disco, de sus anteriores etiquetas. En esta oportunidad, el despegue de Yorke & Cía ocurrió a nivel productivo-comercial, si se quiere; musicalmente, han vuelto a poner los pies en la tierra. ¿Esto significa que tenemos otro The Bends? ¡En absoluto! In Rainbows une lo mejor de los dos mundos. Tomemos el primer tema, por ejemplo. "15 Step" es una canción guiada por una batería electrónica impensable en los primeros discos, pero con una sensibilidad pop y un "sentido de canción" impensable en los últimos. Por otra parte, "Bodysnatchers" es el mejor ejemplo de que es posible hacer un excelente single que no deje de empujar algunos límites estilísticos. In Rainbows es el mejor disco del año porque es adictivo, porque tiene unos arreglos excelentes, porque es su álbum más song-oriented en una década. ¿Algo malo? Quieren hacer una melodía de amor accesible en "House Of Cards", pero es tan instantánea que pierde el placer de las sucesivas escuchas.



2. Bluefinger
Black Francis
Cooking Vinyl, 2007


Y un buen día, el prolífico Frank Black decidió abandonar su nombre de soltero y volver a ponerse el que tenía cuando todavía lideraba los Pixies. ¿Declaración de principios? Por supuesto: Bluefinger resulta ser no sólo su disco más punk desde su partida de los Pixies, sino posiblemente el mejor (aunque podemos compartir esta distinción con Teenager of the Year). Black siempre fue un habil constructor de canciones rock/pop de tres minutos, pero lo que destaca a Bluefinger del resto de su obra solista es la ajustada selección de canciones -no hay rellenos- y algo que nadie hasta ahora señaló y a mí me parece crucial: la inclusión de coros femeninos, a cargo de Violet Clarke. Clarke -actual esposa de Black Francis, para el que le interese- es toda una Kim Deal, y sino escuchen sus cautivantes coritos en "Threshold Apprehension". Ya sea en la deliciosa tonada soul-gospel "Discotheque 36", en el cover punk "You can't break a heart and have it" o en la relajada guitarreada con sabor a americana de "She took all the money", Black se desplaza con frescura como un verdadero genio del género y nos regala un disco brillante, ineludible.



3. Sound of Silver
LCD Soundsystem
Capitol, 2007


Mis recorridos musicales me colocan en un lugar parecido al de un fóbico de la música electrónica. Y es que el género está repleto de ladrones de guante blanco y auriculares sobre los hombros, y la música comercial que de allí proviene resulta, con suerte, un pastiche de pavlovianos efectos de sonido que de "música" tienen bastante poco, si me permiten. Pero he aquí un artista que quizás pueda entrar en el rubro y que me viene sorprendiendo hace un tiempo. LCD Soundsystem es, básicamente, la banda de James Murphy, un treinteañero de New Jersey que a principios de los 90 tuvo un par de proyectos rockers aunque su vida luego se volcó hacia las pistas de baile. Esta doble formación explica los resultados de sus obras con LCD Soundsystem: punk, rock y electrónica. Aquel que haya escuchado el excelente single "Daft Punk is playing at my house" en 2005 puede esperar este y otro tipo de canciones en Sound of Silver, un tremendo álbum de nueve piezas entre las que se cuentan "North American scum" (un punchirocker con mucho sentido del humor) y "Get innocuous!", una melodía que parece ir por los carriles del tema electrónico de manual pero tiene algunas sorpresas en el medio. Aunque el tema que paga el disco es esa melodía cero electrónica, absolutamente neoyorkina, muy Lou Reed, "New York I love you", a mí entender uno de las canciones del año. Mi reconciliación con la música electrónica --si bien una variante de ella.



4. Ga Ga Ga Ga Ga
Spoon
Merge, 2007


Otros que nunca fallan. Del intrigante "Don't Make Me A Target" a la balada "Black like me", todo sale bien en esta obra indie-rock minimalista de Austin, Texas. Como siempre, los discos de Spoon son más "conjuntos de canciones" que full albums, y entre éstas se destacan "You Got Yr. Cherry Bomb" (uno de los temas más lindos del año) y "The Underdog", con más profundidad, simpatía ¡y vientos! Con Juli amamos a esta banda.



5. Icky Thump
White Stripes
XL, 2007


Aunque sigo prefiriendo su brillante trilogía De Stijl (1999) + White Blood Cells (2001) + Elephant (2003), este nuevo trabajo del dúo zeppelineano es el esperado paso adelante luego del disco de transición Get Behind me Satan. Icky Thump sería como el In Rainbows de los White Stripes: un regreso a las raíces pero incorporando todo lo aprendido en el camino. Como el caso del primer single, que le da título al álbum, y el cover "Conquest", que toma un sabor latino irresistible y que podría haber figurado sin más en la segunda parte de Kill Bill. Hay potencia y diversión, lo menos que podemos pedirles a los muchachos de Detroit.



6. Neon Bible
Arcade Fire
Merge, 2007


Nuevo triunfo sónico de la banda canadiense, que en 2004 nos sorprendió gratamente con Funeral. Tengo que escucharlo más, pero el sonido ya me cautiva. ¿Talking Heads? ¿Pixies? Un poco de todo eso. Aunque los de la Rolling Stone rastrearon otra influencia: para ellos, "Keep the Car Running" es "the best Bruce Springsteen song of 2007 not written by Bruce Springsteen". Son lindos, originales, emocionales y saben engancharnos con buenas melodías --incluso si cambian de cantante y de ritmo en una sola canción (como en "Black Wave / Bad Vibrations"). Escuchame, si hasta el Indio Solari dijo que hicieron el mejor disco del año (?).



7. The Black and White Album
The Hives
Interscope, 2007


Cuadrados. Lineales. Poco virtuosos. ¿Acaso importa? Esto es garage rock, señores, y estos cinco suecos son los reyes indiscutidos de estos sonidos. Cada tres años nos regalan una docena de riffs demoledores, un montón de ganchos y alaridos por montones. Los caballitos de batalla de esta edición: "Try It Again", "Square One Here I Come" y "Return the Favour" (tribunero a morir). Incluso, por primera vez, hacen algo parecido a un interludio con "A Stroll Through Hive Manor Corridors", que parece haber sido compuesto y ejecutado en un pianito Casio de veinte dólares.



8. Era Vulgaris
Queens Of The Stone Age
Interscope, 2007


Otro gran álbum de la banda de Josh Homme y su pandilla, que hace mucho ha dejado de ser un grupo de stoner-rock para convertirse -talento y potencia mediante- en un estandarte del rock hecho y derecho modelo siglo XXI. Una vez más, las herencias de Zeppelin y Deep Purple están claras, y se respira ese sonido setenta que había impregnado su anterior trabajo (el superlativo Lullabies to Paralyze). Una vez más, dicen presente las guitarras angulares y descontroladas, así como los atemorizantes falsetos de Hommme. Hay mucho termina nirvanero dando vueltas, como "3's & 7's" y el cierre con "Run, Pig, Run" (la mezcla perfecta entre alguna canción de In Utero y el riff distorsionado del garage pixie "Hang Wire"). Si estaban buscando el mejor disco al palo del año, no busquen más.



9. We Were Dead Before The Ship Even Sank
Modest Mouse
Sony, 2007


Un pequeño hit independiente de los Estados Unidos, después que Good News For People Who Love Bad News haya superado el millón y pico de copias -debido a su hit "Float On", que terminó incluso siendo cantado en American Idol. Para su debut en Sony Music no aflojaron con su ritmo seco, áspero, y encima los ganchos aparecen sorprendentemente ausentes. El disco es sólido y las composiciones son muy buenas -ver la épica "Spitting Venom" o la deliciosa "Missed The Boat", cuyo comienzo nos recuerda incluso a "Un osito de peluche de Taiwan" (?). Uno de esos discos que recompensa las sucesivas escuchas.



10. Raising Sand
Robert Plant & Alison Krauss
Rounder, 2007


La sorpresa del año. Y sí, porque a uno le dicen "una colaboración entre el casi sexagenario vocalista de Led Zeppelin y una cantante country-bluegrass que ganó como cuarenta Grammys", y sospecha. Pero se venía corriendo la bola de que el trabajo estaba muy bueno, asíque le di una oportunidad. ¿Les cuento? Está tremendo. La armonía vocal de esta pareja dispareja es tan sorprendente, y la atmósfera del disco tan relajada, tan de ensueño, que es imposible no entregarse al disco. Olvídense de las etiquetas, si folk-rock, si blues acústico. Es un disco muy lindo y logrado. Ahora espero que "Let your loss be your lesson", "Rich woman" y el cover de "Gone gone gone (Done move on)" -entre otras- sean mi banda de sonido para esas largas tardes de calor camino al trabajo, en donde los bocinazos de Cabildo y Juramento pasan a un segundo plano mientras paso flotando con estas calidas voces en mis oídos.

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Con este post cierro la fiebre rankingera de las últimas semanas. Fiebre que, como comentaba con Juli y Nacho, en realidad encubre un modesto intento de socializar conocimientos y poder compartir cierto cine y música que, en general, escapa a las infonotas de los grandes medios. Me considero poco más que un neófito en ambos campos, pero me simpatiza la idea de poder servir, en la medida de lo posible, de puente entre algunas de estas obras y un público -si apenas- más amplio.

Las Mejores Canciones de 2007 lunes, 17 de diciembre de 2007

A continuación, las canciones que más me gustaron en este 2007. No sorprende que abunden los artistas anglosajones dada la relación de fuerzas en el mercado discográfico y la anomia existente en el rock nacional y latino.

1. Threshold Apprehension
Black Francis
Bluefinger (Cooking Vinyl)





2. New York, I Love You
LCD Soundsystem

Sound of Silver (Capitol)





3. You Got Yr. Cherry Bomb
Spoon

Ga Ga Ga Ga Ga (Merge)





4. Bodysnatchers
Radiohead

In Rainbows (XL)





5. Return the Favour
The Hives

The Black and White Album (Interscope)





6. Let Your Loss Be Your Lesson
Robert Plant & Alison Krauss

Raising Sand (Decca)





7. Spitting Venom
Modest Mouse

We Were Dead Before The Ship Even Sank (Sony)





8. Giddy Stratospheres
The Lond Blondes

Someone to Drive You Home (Rough Trade)





9. Arctic Monkeys
Fluorescent Adolescent

Favourite Worst Nightmare (Domino)





10. LDN
Lily Allen

Alright, Still (Capitol)






Otras veinte favoritas de 2007:

The Underdog (Spoon)
Icky Thump (White Stripes)
The Angry Mob (Kaiser Chiefs)
Heart Full of Holes (Mark Knopfler)
The Magic Position (Patrick Wolf)
Believe E.S.P. (Deerhoof)
Love Today (Mika)
Yankee Go Home (Clap Your Hands Say Yeah)
Your Mouth Into Mine (Black Francis)
Mi Gin Tonic (Andrés Calamaro)
Sick Sick Sick (Queens of the Stone Age)
Intervention (Arcade Fire)
Rehab (Amy Winehhouse)
Phantom Limp (The Shins)
Conquest (White Stripes)
Missed The Boat (Modest Mouse)
Atlants to Interzone (Klaxons)
Hey Little World (Hives)
When Under Ether (PJ Harvey)
Please Be Patient With Me (Wilco)



Me gustaría escuchar qué canciones agregarían y qué les parecen las que aquí propongo.

Las Mejores Películas de 2007 viernes, 14 de diciembre de 2007

Mi ranking de las 20 mejores películas estrenadas comercialmente en cines argentinos durante 2007.



1. Imperio
Inland Empire
David Lynch
EEUU/Polonia, 2006




2. The Host
Gwoemul
Bong Joon-ho
Corea del Sur, 2006




3. Niños del Hombre *
Children of Men
Alfonso Cuarón
Reino Unido/EEUU/Japón, 2006




4. El Laberinto del Fauno
Guillermo del Toro
México/España/EEUU, 2006




5. La Noche del Sr. Lazarescu
Moartea domnului Lazarescu
Cristi Puiu
Rumania, 2005




6. The Black Book
Zwartboek
Paul Verhoeven
Holanda/Alemania/Bélgica, 2006




7. 4 Meses, 3 Semanas, 2 Días
4 luni, 3 saptamani si 2 zile
Cristian Mungiu
Rumania, 2007




8. Soñando Despierto
La Science des Rêves
Michel Gondry
Francia/Italia, 2006




9. Supercool
Superbad
Greg Mottola
EEUU, 2007




10. Ratatouille
Brad Bird
EEUU, 2007




11. La Reina
The Queen
Stephen Frears
Reino Unido/Francia/Italia, 2006




12. Cartas desde Iwo Jima
Letters from Iwo Jima
Clint Eastwood
EEUU, 2006




13. Bucarest 12:08
A fost sau n-a fost?
Corneliu Porumboiu
Rumania, 2006




14. Zodíaco
Zodiac
David Fincher
EEUU, 2007




15. Tu y Yo y Todos Los Demás
Me and You and Everyone We Know
Miranda July
EEUU, 2005




16. Michael Clayton
Tony Gilroy
EEUU, 2007




17. Borat
Borat: Cultural Learnings of America for Make Benefit Glorious Nation of Kazakhstan
Larry Charles
EEUU, 2006




18. La Vida de los Otros
Das Leben der Anderen
Florian Henckel von Donnersmarck
Alemania, 2006




19. Ligeramente Embarazada
Knocked Up
Judd Apatow
EEUU, 2007




20. Más Extraño Que La Ficción
Stranger Than Fiction
Marc Forster
EEUU, 2006



* Estrenada a fines de 2006. Pero yo la vi, en cines, este año. Y no estaba en el ranking del año pasado.

La política de la no política jueves, 13 de diciembre de 2007

La política GG
por José Pablo Feinmann

Página/12, 09-12-2007



Por varios parajes de la ciudad de Buenos Aires se han echado a rodar dos palabras que parecieran venir a reemplazar a otra, a una vieja y desprestigada palabra a la que aún se pretende desprestigiar más. Es notable que las dos palabras que transitan nuestra urbe tengan un sonido alegre o socarrón, algo así como una risita ganadora. Si uno junta sus iniciales suenan: “Je, je”. Esas palabras son Gestión y Gerenciamiento. Lo de la risita viene porque cuando un grupo político propone gestionar y gerenciar y solamente eso se está burlando de los otros o intenta, sin más, engañarlos, venderles gato por liebre. Las palabras GG buscan reemplazar a la palabra política. Si todo es GG, si todo se gestiona o se gerencia, todo se torna una tarea de técnicos, de asépticos profesionales que sólo buscan administrar la cosa pública. Me estoy refiriendo a los nuevos hombres que se aprestan a gerenciar la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. (...)


Un grupo político que se adueña de la cosa pública busca eliminar la política. (...) La política GG es la de liquidar la política reemplazándola por la gestión.

¿Qué es la política, por qué abomina de ella la aséptica administración, la transparente gestión, el gerenciamiento eficientista? No es difícil. Acaso esta gente piense que todos somos tontos y nos tragamos cualquier gansada, pero todavía no llegamos a eso. El gestionador se asume como un técnico. Así se presenta: “Confíen en mí. Sólo vengo a administrar. Sólo vengo a cumplir con la gestión que me fue encomendada. Soy un gerente y no un político. Los políticos roban, son corruptos, tienen ideologías que colisionan entre sí ensuciándolo todo. Nosotros no estamos ni podremos estar sucios. No somos políticos. Somos administradores. Administramos una cosa. ¿Hay algo menos político que una cosa? Para administrar una cosa se necesita un técnico que la conozca y la gestione. Venimos a gestionar la cosa pública. La política murió. Es la hora de los gerentes”.

La política GG miente. La política GG es política, hace política y hace ideología. Gestión y Gerenciamiento implican decisiones. Una decisión requiere elegir entre una o dos o más opciones. La cosa pública es múltiple. Se podría gerenciar lo uno. De hecho un dictador es aquel que gerencia lo uno: la dictadura. Stalin, Hitler, Videla eran lo uno. Mataban toda disidencia. Lo Uno abomina de lo múltiple. Lo múltiple es la política. La cosa es pública porque la cosa es la polis. La sociedad civil. La sociedad civil es una multiplicidad de sujetos enfrentados, de praxis diferenciadas, de proyectos que chocan o suman o agonizan o crecen. Cuidado con los gerentes. Cuidado con los gestores. Con los administradores de guante blanco. Mienten. Vienen a hacer la política de la no política. La ideología de la no ideología. (...)

Separados al nacer miércoles, 12 de diciembre de 2007


Jean Reno, billetera feliz / Arturo Pérez-Reverte, ala triste

Sobre fiascos ABC1 y coberturas esponsoreadas lunes, 10 de diciembre de 2007

Ya en 2005 anticipábamos en este blog

el hecho de que, de a poco, los recitales de rock en Argentina se están volviendo salidas cool de la juventud de clase media-alta: una audiencia que, en su mayoría, no está ligada al "palo" rockero pero que ahora confluye en caros recitales en donde -permitanme exagerar el ejemplo- niños ricos se encuentran con otros niños ricos y le sacan fotos con el celular a la estrella que está tocando en el escenario... la cual, muchas veces, no conocen. Mauro Apicella en La Nación hace un balance de 2005: "Los festivales auspiciados por empresas se hicieron costumbre (aunque para algunos consumidores sólo era cuestión de ir a ver qué pasa, sin importar los nombres de los artistas)." Un público que le viene como anillo al dedo a las marcas que buscan un consumo en ese segmento: Visa, Levi's, Gancia, Personal, Motorola.

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Artistas de cuarto nivel
Nunca fui a un Personal Fest pero no hace falta experimentarlo en carne propia para darse cuenta que con el correr de los años se va notando una franca decadencia en su convocatoria de artistas y de público. La alineación de su primera edición, allá por 2004, incluia a PJ Harvey, Primal Scream, Mars Volta, Pet Shop Boys, Blondie y Morrissey.
Este año, los organizadores anunciaron que en esta ocasión Personal "invitará a descubrir las bandas internacionales que marcan la vanguardia entre el público joven". El concepto "bandas de vanguardia" reemplazó al de "artistas desconocidos": un brillante eufemismo comercial. Aquí algunas bandas estrella del Personal Fest 2007: ¿Kid Koala? ¿DJ Mosca? ¿Lucas White? ¿Tego Calderón? ¿Phoenix? ¿Datarock? ¿Virgin Pancakes? ¿Eh? Ah, me dicen por acá, las Pancakes es la banda de "Virgina, la de Bandana"...
En letras más grandes, Fischerspooner se presentaba pero como "DJ set", lo cual en criollo significa que la banda no toca en vivo, sino que pasan los discos -un robo calificado; y los carteles anunciaban Cypress Hill pero en chiquito, antepuesto, "B Real de..." -o sea: la banda entera te la debemos. Prometieron traer incluso los insufribles reggaetones de Calle 13, pero -escandalete mediante-, se anunció su baja dos días antes del comienzo del festival. Suerte que estaba Snoop Dogg como artista principal para convocar al numeroso público rapero argentino (?).
Lo más potable de todo el festival podía haber sido alguna vieja gloria con los Happy Mondays o con Chris Cornell solista que -esperablemente- se cantó algunos temachos de Audioslave y de Soundgarden. Pero no me digan que eso vale 160 pesos.

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Podeti, a propósito de la reunión ficticia "donde se propuso la campaña esa del personal Festival de las pelucas azules"

BRAUTIGAN: Bueno, aflojemos con los nervios. Yo también soy medio nervioso. Lo que quiero pasarles a hora es el presupuesto para la organización del Festival.
EL CLIENTE: ¿Qué?
BRAUTIGAN: Pérsonal no quiere poner un mango. Dicen que los anteriores fueron un rotundo éxito, pero que –palabras textuales- “hasta a ellos les dan vergüenza los boludos que le sacan fotos a los otros boludos del escenario con los telefonitos”.

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Entusiasmo cero
Página/12 publica, repasando esta edición: "Para muchos de los asistentes, la música era casi una excusa para estar ahí, y lo importante era que la peluca de color (el nuevo fetiche instalado desde la publicidad del Personal Fest) no se les corriera demasiado." Así como las fiestas de disfraces disimulan la falta de clima festivo entre los asistentes, las peluquitas coloridas escondían la completa falta de entusiasmo del público.



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Asistencia ficticia y subsidiada
El organizador dijo que asistieron 25.000 personas. Clarín -que también tenía sus auspicios de Personal y ya estaba medio obligado a inflar las cifras- dijo "10 mil o 15 mil". Supongamos que los diez mil de Clarin tienen sentido. De por sí esa cifra para el enorme Club Ciudad es poco menos que un fracaso absoluto. Pero falta más: con la compra de un celular, Personal sorteó entradas para el recital. El tema es ¿cuantas? La letra chica de los carteles anunciaba que se regalarían "tres mil pares de entradas". En otras palabras: de 10 mil asistentes, 6 mil de ellos fueron con entradas regaladas. ¿Un festival o una farsa?

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Levantando un muerto
Ah, pero los medios lo anunciaban con bombos y platillos. La Rolling Stone tenía una sección especial: Personal Fest 2007: Cobertura presentada por: Personal (sic). Y los demás medios le daban un rollo injustificado para el selecto reducto de posibles asistentes a un festival de esta categoría: el viernes, TN se pasó largos minutos transmitiendo en vivo para todo el país el trascendente recital de Snoop Dogg.

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El ataque y el pánico
Una demora de una hora y media para el artista principal del primer día generó un clima opresivo y tenso y, en medio de esa espera, se produjo una agresión con arma blanca que terminó con dos heridos en el medio del campo: uno de ellos fue retirado en camilla y tuvo que ser operado. Un hecho gravísimo a todas luces. Había docenas de medios cubriendo el evento, pero nadie sacó -o nadie publicó- fotos del incidente, que incluyó corridas, pánico generalizado y miles de personas que huyeron a sus casas. Según Página/12, cuando salió a tocar Snoop Dogg ya se había ido, aterrorizada, la mitad de la gente.

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La cobertura
Al día siguiente la Rolling Stone publica una nota en donde habla de las bandas que tocaron ("referentes genuinos de la cultura hip hop") y sólo dedica algunas líneas al hecho:

"En ese momento, un revuelo: un hueco en el campo, corridas y la imagen de un chico herido que concentró todas las miradas. En ese preciso instante, se generaron corridas y acaso por tratarse justamente de un público que se había comportado mansamente, se desató una estampida colectiva, atropellada, sin motivos, que obligó al alejamiento desordenado de muchos hacia fuera del predio del Club Ciudad justo en el momento en que el rapper salió a escena para hacer su show."

Un hecho que en otras circunstancias hubiese disparado una investigación especial acá se lo minimiza y se lo pasa por alto. Un tipo acuchillado en el medio del campo en un recital y miles de personas huyendo del predio es, para la Rolling Stone, "un revuelo sin motivos". Dado el alto nivel de esponsoreo de la empresa de celulares, no sorprende que esta versión sea casi calcada de aquella del comunicado de prensa de Personal:

"La productora del evento informa que minutos antes de comenzar el show de Snoop Dogg en el Club Ciudad de Bs. As. se produjo un incidente entre un grupo reducido de personas del público asistente. La situación fue rápidamente controlada por el personal médico y de seguridad en el lugar y una persona fue trasladada al hospital Rivadavia. Las autoridades del hospital informaron que esta persona se encuentra bien y en observación de rutina. El show de Snoop Dogg se desarrolló con normalidad ante un público de más de 25.000 personas."

Según Herbie de Remeras Rockeras, Personal llamó el mismo sábado a los gerentes comerciales de todos los medios "para sugerirles qué hacer"... No había que asustar porque todavía quedaba una fecha más. La Rolling Stone se jactaba de haber actualizado su sitio a las 3 y a las 5 de la mañana del sábado, pero recién hoy lunes, casi tres días después (ah, pero ya con todo el festival pago y asistido), publicaron una nota explicando los "incidentes" en el Personal Fest y su posición frente a ellos:

"Vale destacar que no toda esta información estaba disponible minutos después del episodio. Pero sí era un hecho que el joven había sido trasladado, herido, al Hospital Rivadavia (todos esos datos fueron publicados por RS, la misma madrugada del viernes) y que la “estampida” del público, tal como fue descrita por este sitio, alejó a mucha gente del Club Ciudad. Publicar esa información, debidamente chequeada, a esa misma hora, fue fundamental. Muchos se alejaron del festival en medio de la estampida, sin mayor información, y esa fue una forma de enterarse, qué había motivado la corrida y que no había ningún herido de gravedad."

¿No era que la estampida se había desatado "sin motivos"? ¿Cómo podíamos enterarnos, entonces, qué la había motivado? Incansables bloggers y asistentes de todas las latitudes intentaron enviar sus comentarios y quejarse de su experiencia en el recital y de la cobertura de la Rolling Stone. Pero sus mensajes no aparecían en el sitio. ¿Qué pasó? Desde revista explican:

"Justamente por ser publicada en esas condiciones y a esas horas (con urgencia y cuando ya no quedaba nadie en el predio del Club Ciudad) es que no pudo resolverse el problema técnico que impidió que la nota estuviera abierta a comentarios sin moderación previa."

Y esta es un clásico. Publico la versión oficial de un incidente en el evento de mi sponsor y deshabilito los comentarios. Después digo que fue todo por la urgencia, y por "un problema técnico"...

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Tan solo un ejemplo más de la hegemonía absoluta en el periodismo actual de las publinotas disfrazadas.

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Lectura sugerida:
La nota de Herbie en Remeras Rockeras
La nota de Eduardo Fabregat en Página/12
Hasta ahora, las únicas fotos no salieron en los medios sino en un blog. Acá están.

Las lecciones de Venezuela miércoles, 5 de diciembre de 2007

por Mempo Giardinelli
Página/12, 04-12-2007



“El problema es que no aprenden de los errores de otros procesos. Ya que miran tanto a Cuba debieran hacerlo con madurez. Cuba es un espejo maravilloso por todo lo bueno que ha hecho la Revolución, pero bien harían en ver también los errores, sectarismos, infantilismos y torpezas que allá se cometieron.”

Con estas palabras describía el proceso político venezolano un reconocido escritor y periodista colombiano hace dos semanas. El hombre, que conoce muy bien las internas de Caracas, aunque escribe y vive en Cartagena de Indias, no se sorprendía tanto del error de Hugo Chávez como del evidente mal consejo de quienes lo asesoran.

Estaba en Caracas en esos días, y todo lo que vi indicaba, ya entonces, que era muy posible que ganara el No. Era evidente el malestar de muchos chavistas, sobre todo los más críticos e independientes. Para ellos, llamar a este plebiscito en este momento era un grave error del presidente bolivariano.

Por eso la sorpresa no es tan grande. Aunque por un margen mínimo ganó el No. Y ello ofrece un variado menú de lecturas y lecciones, que bien harían en aprender tanto los chavistas como los antichavistas. Porque ambos sectores, al menos en sus liderazgos, se equivocaron.

Por un lado, el proceso que muchos preveían fraudulento (acusación que ha sido una constante de la histérica oposición venezolana) resultó transparente y, más aún, fue reconocido con velocidad e hidalguía por el mismísimo Chávez, a quien buena parte de la comunidad internacional considera poco menos que un dictador.

Del otro lado, entre sus sostenedores, el traspié debería servir para separar la paja del trigo: están muy bien los cambios sociales y económicos que han impulsado para rescatar a Venezuela de sus injustas estructuras históricas, pero no se deben forzar cambios políticos que sólo sirven para irritar más a sociedades ya exasperadas.

Las revoluciones no se hacen con palabras, banderas ni buenas intenciones. La historia está llena de ejemplos de revoluciones que se derrumban o deshacen no tanto por la acción de sus adversarios, sino por sus propios yerros. Las necedades, los maximalismos, los apresuramientos y las torpezas llenan páginas y capítulos enteros en la historia de todos los procesos de cambio social, político y económico.

Fue interesantísimo, además de sorpresivo, que el No se impusiera con cerca del 51 por ciento de los votos. Esa decisión popular soberana no les dijo que no a los cambios sociales. Sí se lo dijo, claramente, a la intención de Chávez de asegurarse la reelección indefinida.

Esa reelección sin límite de veces, cada siete años, arrastró el pronunciamiento popular sobre la inmutabilidad de los 69 artículos de la Constitución de 1999 que se pretendía reformar.

Y está bien que haya sido así. Venezuela, y todos nuestros países, necesitan cambios sin ninguna duda, pero también, y sobre todo, necesitan un altísimo respeto por la institucionalidad. Y eso no se cambia, no se puede cambiar, cada ocho años.

Y acá juega su papel, también, la gran abstención, que fue del 44,11por ciento y que tiene explicación, probablemente, en que muchos chavistas críticos prefirieron no ir a votar antes que hacerlo por el No.

Puede conjeturarse, entonces, que a Chávez lo que lo venció no fue la oposición sino su propia obstinación. Además de su cuestionable estilo, lo venció su error de cálculo: no advertir que su revolución ha dado pasos enormes e importantísimos para el mejoramiento del nivel de vida de vastos sectores del pueblo venezolano, pero que eso no autoriza a pretender la instauración de reelecciones eternas.

Y ésta es la lección principal de Venezuela, hoy: que ciertos principios esculpidos en los pueblos no pueden negociarse.

Así como es inalienable e irrenunciable el derecho a la memoria, y al juicio y castigo a los genocidas; y así como para las grandes mayorías es esencial oponerse a la pena de muerte, del mismo modo es innegociable el principio de la renovación del poder.

El culto personalista es un anacronismo político, pero ante todo es un peligro institucional básico. Fue a eso a lo que le dijo que no la mayoría de los venezolanos, incluidos esa notable masa de 44 por ciento que prefirió abstenerse.

No importa ahora analizar las razones por las que Chávez sucumbió a la tentación, probablemente entre ellas su temperamento “estructuralmente provocador y emocionalmente inestable”, como me dijo brillantemente una académica caraqueña. Lo que importa es que fue bueno lo que sucedió. Se fortaleció la democracia de Venezuela y de todo el continente. Hubiera sido un paso peligrosísimo hacia el autoritarismo latinoamericano que uno de nuestros gobiernos, en pleno siglo XXI, tuviera en sus manos semejante desmesura.

Separados al nacer martes, 4 de diciembre de 2007



Peter Jackson, señor de los anillos / Eddie Vedder, señor del grunge

Las cosas como son lunes, 3 de diciembre de 2007

Ocultamientos
por Eduardo Aliverti
Página/12, 03-12-2007


"(...) Sin excepciones, las cámaras ocultas sirvieron para la pesca de perejiles cuyas cabezas, en política, salen gratis. La corrupción de peces gordos nunca fue filmada por una cámara de ésas. Ir más allá de algún funcionario municipal coimero, de algún traficante de drogas de segunda línea, de algún juzgado que no maneja causas calientes, de algún falso médico o de alguno real que se aprovecha de sus pacientes, supondría que los grandes medios estarían dispuestos a meterse con intereses que no les son estructuralmente ajenos, porque en gran medida se jugaría –entre otros pequeños detalles– la publicidad que los sustenta. Hoy más que nunca, los multimedios son megacorporaciones que manejan información y opinión entre otros negocios. Cualquiera debería darse cuenta de que la espectacularidad mediática empieza y termina al servicio del discurso “antipolítica”, que cobra por la ventanilla de la demagogia fácil. No hay nada más político que putear sólo a la política, y debe reconocerse que además parece efectivo si el termómetro callejero determina que es allí donde se concentra monotemáticamente el malhumor popular. Allí y en la “inseguridad”. (...)"