El otro lado del boom
Muchos países del mundo envidian el modelo económico alemán y lo toman como ejemplo a seguir. Pero un
análisis profundo revela una imagen más sombría. Sólo
unos pocos se benefician con
la prosperidad de esa nación.
por Sven Böll, Markus Dettmer, Catalina
Schröder, Janko Tietz y Florian Zerfass, de Der Spiegel
Debate, 09-06-2012
Fue un gran año para la automotriz Audi y su personal, en el que se obtuvieron las ganancias más importantes de la historia de la compañía. Su presidente, Rupert Stadler, fue laureado con una prima millonaria y muchos de sus empleados, con bonificaciones muy generosas. Pero quienes cobran los salarios más bajos de la compañía recibieron poco y nada como premio.
En términos técnicos, Nadja Klöden, de 28 años, no ocupa los puestos más bajos de la jerarquía de Audi, cuyo principal centro de producción se encuentra en Ingolstadt, cerca de Munich. Klöden tiene un puesto secundario, aunque con grandes responsabilidades a su cargo. Estudió gestión empresarial y ahora trabaja como asistente en administración de proyectos. Pero su empleador es BFFT, un proveedor de servicios que organiza la distribución de autopartes entre las subsidiarias del Grupo Volkswagen, que incluye a Audi. Por eso, Klöden gana 800 euros (1.050 dólares) menos que los empleados de Audi por el mismo trabajo de cuarenta horas a la semana. En otras palabras, aunque Klöden contribuye al éxito de la compañía, no recibe beneficios de parte de ella. Su remuneración no está al nivel de los empleados de Audi ni tampoco recibe ningún tipo de bonificación.
Helen Kozilek, de 26 años, está en una situación similar. Trabaja jornada completa en la línea de montaje de Audi, pero la automotriz no le paga su salario. Lo hace Tuja, una agencia de empleo temporario y subsidiaria del gigante Adecco. Sin embargo, si se la compara con Klöden, Kozilek puede considerarse mejor paga. La tasa promedio para los trabajadores temporarios en su grupo salarial es normalmente de 10 euros la hora. Pero IG Metall, el principal sindicato de los trabajadores metalúrgicos de Alemania, firmó un acuerdo con Adecco que le permitió elevar sus ingresos a 16 euros la hora. No obstante, Kozilek no recibe ningún tipo de bonificación.
Por otro lado, a Franz Wolff, un mecánico calificado de 57 años, le está yendo muy bien. Hace 32 años que trabaja en mantenimiento, en la división de pintura de automóviles en la planta de Audi de Ingolstadt. Wolff trabaja 35 horas a la semana y cobra un salario bruto de 3.300 euros por mes, basado en un acuerdo industrial entre varios empleadores. Mediante un acuerdo salarial interno entre el comité de empresa (el cuerpo que representa los intereses de los trabajadores) y la patronal, Wolff también recibe ingresos por el reparto de utilidades. Este año, Audi le abonará una bonificación de 10 mil euros. La bonificación promedio en Audi es de 8.251 euros, todo un récord. La automotriz valora la contribución de Wolff en el éxito de la empresa, y por eso lo premia con un proporcional de sus dividendos.
Entretanto, el salario de Rupert Stadler, el CEO de Audi, probablemente haya roto todos los récords, cuando el último año aumentó un 73 por ciento y así alcanzó los 7,6 millones de euros anuales. Una compañía, cuatro empleados y cuatro mundos distintos.
PROMESAS ROTAS
“Prosperidad para todos” fue una vez el credo de Ludwig Erhard, el primer ministro de Economía de la Alemania de posguerra. Esa promesa determinó el futuro del país durante décadas y lo diferenció de muchas otras economías. Pero, ¿qué vigencia tiene en la actualidad esa promesa?
El mundo laboral se está desintegrando. Por un lado, están los directivos, los especialistas y los miembros del grupo de trabajadores “centrales”, quienes reciben grandes beneficios porque escasean los trabajadores altamente calificados. Del otro lado, se ubica el conjunto de trabajadores que pueden ser utilizados cuando sea necesario y luego prescindirse de ellos, como los trabajadores por contrato o mediante contratos de obra, de media jornada o temporarios. Muchos de ellos se quedan sin las ventajas de los acuerdos de las negociaciones colectivas.
Los expertos del mercado del trabajo consideran este aumento de la flexibilidad como el precio del éxito, un mal necesario que transformó la economía alemana del “hombre enfermo de Europa” a un ejemplo económico para el resto del continente. De hecho, la economía alemana está en mejores condiciones que nunca. Las compañías informan ganancias sin precedentes, el tamaño de la población ocupada alcanzó un nuevo pico en 2011 y, según la Agencia Federal de Empleo de Alemania, la cantidad de de-sempleados cayó a sólo tres millones de personas. En marzo, el país tenía una tasa de desocupación del 7,2 por ciento.
Algunas compañías permiten que sus empleados obtengan réditos del crecimiento económico, mediante modelos de participación en las ganancias. Una de ellas es Sedus Stoll, una mediana empresa de la ciudad de Dogern, al sudoeste de Alemania, que fabrica muebles para oficina y hace sesenta años que comparte sus ganancias con el personal. El objetivo es asegurarse que los 950 empleados “se identifiquen con la compañía” y aprendan a pensar por sí mismos, aunque sean parte de una organización más amplia, dice Carl-Heinz Osten, su director de finanzas. Una parte se paga directamente, pero la mayor parte del dinero va al plan de jubilación de la compañía. Herbert Ebner, presidente del comité de empresa, señala que “en los buenos tiempos” los empleados se llevaban a sus casas el equivalente a 15 o 16 salarios mensuales por año.
De todos modos, es raro encontrar condiciones tan favorables como ésas. Contrariamente a lo que sugieren los titulares periodísticos sobre las bonificaciones récords en la industria automotriz y química, pocos empleados se benefician con ellas, puesto que sólo el nueve por ciento de las empresas alemanas tiene acuerdos de reparto de utilidades con su personal.
La mayoría de los trabajadores se siente al margen de lo que The Economist ha denominado “el milagro económico alemán”. Durante décadas, los empleados tuvieron que conformarse con salarios reales estancados o en retroceso. “En ningún otro país europeo ha crecido tanto la desigualdad social como en Alemania”, asegura Gerhard Bosch, especialista en sociología industrial que dirige el Instituto de Trabajo, Competencias y Capacitación (IAQ) de la Universidad de Duisburg-Essen.
SINDICATOS EN APRIETOS
Las ruedas de negociaciones colectivas en curso no alterarán esencialmente nada de lo mencionado. Ver.di, el sindicato del sector de servicios, logró su mejor acuerdo en mucho tiempo en las negociaciones laborales para los trabajadores municipales y federales del sector público. Sin embargo, su responsable, Frank Bsirske, no pudo aprobar el deseado “componente social”, un incremento mínimo mensual de 200 euros en los asalariados de menores ingresos.
Mientras tanto, el poderoso gremio IG Metall está luchando para asegurarles a sus miembros un incremento del 6,5 por ciento en sus salarios. En las últimas semanas, fracasó la tercera rueda de negociaciones, y ahora es posible que se produzcan huelgas y que se endurezca la disputa laboral. Por otra parte, si bien las mujeres calificadas pueden recibir aumentos, no son alentadoras las perspectivas para quienes ocupan la base de la pirámide salarial. Los representantes patronales han dejado en claro que resistirán la demanda de IG Metall.
Los sindicatos se encuentran ante un dilema. Tienen poca representación entre los empleados en circunstancias precarias, precisamente quienes más necesitan su ayuda. Con la clientela que más gana, sin embargo, se enfrentan con la competición de nuevos sindicatos especializados, que prometen condiciones especiales para los grupos profesionales privilegiados, como los maquinistas de trenes o los controladores de tráfico aéreo. Uno de los “lados oscuros del boom”, dice el sociólogo laboral Bosch, es que los que menos ganan no se llevan una “parte justa” del éxito económico alemán.
UNA SOCIEDAD FRACTURADA
En una época en que las elites económicas de Estados Unidos y Gran Bretaña recurren a las recetas alemanas del éxito industrial como modelo a seguir, la estructura social alemana tiende cada vez más a ser una sociedad de tres clases. Se trata de un cambio fundamental para una economía social de mercado cuyas políticas estaban dirigidas fundamentalmente a asegurar que la prosperidad del país se distribuyera equitativamente en todos los niveles sociales. Ahora, ese sistema parece estar erosionándose rápidamente.
En la actualidad, con sus compensaciones multimillonarias, la punta de la pirámide la ocupan los ejecutivos. El segundo nivel está conformado por las legiones de oficinistas capacitados y trabajadores calificados bien pagos de la moderna sociedad industrial y de la información. Cerrando la lista se encuentran los grupos profesionales que una vez fueron considerados parte fundamental del tradicional mundo del trabajo: vendedores, cocineros, mozos y maestros, por ejemplo, quienes a menudo ganan menos que una década atrás.
En su discurso inaugural, el nuevo presidente alemán, Joachim Gauck, elogió a su país por “hacer posibles la justicia social, la participación y las oportunidades para el progreso”. Pero advirtió que los alemanes no deberían aceptar que “la gente tenga la impresión de que el progreso está lejos de su alcance a pesar de todos sus esfuerzos”.
No obstante, eso es lo que sucede ahora y, como resultado, se plantean nuevamente las viejas preguntas sobre la distribución de la riqueza: ¿cómo reducir la brecha entre los ricos y los pobres?, ¿de qué manera beneficiar a todos los empleados con la creciente prosperidad? Y, principalmente, ¿qué papel deben jugar los políticos y los trabajadores en los acuerdos de negociaciones colectivas?
No solamente se sienten marginados los desempleados que hace tiempo buscan trabajo, sino también, cada vez más, las personas que trabajan en industrias y obtienen pequeños márgenes de ganancias. También están quienes trabajan en el sector público, donde a menudo hay pocas oportunidades para el ascenso profesional.
LA DIVISIÓN DEL TRABAJO
En diciembre de 2011 se celebró una pequeña fiesta para conmemorar el aniversario de Sabine Rieckermann en su trabajo, aunque difícilmente se hayan reducido sus frustraciones. “Hace 25 años que trabajo para la ciudad-estado de Hamburgo, y estoy atascada en el mismo trabajo hace 16 años”, cuenta Rieckermann. Y agrega: “Para mí, prácticamente no hay oportunidades de progresar. Ya no puedo crecer más”.
Rieckermann, miembro del sindicato Ver.di, ha desempeñado muchos trabajos a lo largo de los años. “Aprendí mucho, me desarrollé personal y profesionalmente y gané experiencia en gestión. Pero, en cierto punto, me di cuenta de que toqué el techo. Es muy angustiante”, relata. Como directora de escuela, no puede ingresar a un grupo con salarios más altos. “No hay ninguna diferencia en absoluto: da lo mismo hacer mi trabajo bien o hacer evaluaciones erróneas. Mi verdadero desempeño simplemente no importa”, agrega. Siente que se encuentra en un callejón sin salida, a pesar de ser relativamente una privilegiada, con un trabajo bastante seguro e ingresos bastante aceptables. Varios millones de empleados envidiarían su situación.
Pero ahora hay cerca de un millón de trabajadores temporarios en Alemania y, a veces, hacen el mismo trabajo que sus compañeros de jornada completa por un salario significativamente menor. En muchos casos, no saben dónde trabajarán la semana siguiente o si podrán mantener sus puestos si su empleador no tiene suficiente trabajo para ellos.
El auge comenzó, en 2003, con la desregulación por ley del trabajo temporario. Antes, las restricciones legales altamente prohibitivas hacían casi imposible el trabajo temporario a escala masiva. Desde 2003, el número de trabajadores temporarios casi se triplicó, de poco más de 300 mil a más de 900 mil. Sus ingresos son bajos, a pesar de que ahora existe un salario mínimo. En 2010, los empleados normales de jornada completa -que tenían que hacer contribuciones a la seguridad social- cobraban un salario bruto mensual de 2.700 euros, en comparación con los escasos 1.400 euros que recibían los empleados temporarios. “Es el signo más visible de la degradación de las convenciones del mercado laboral”, afirma Detlef Wetzel, el vicepresidente del sindicato IG Metall.
Pero los trabajadores temporarios son sólo una parte del sector de más bajos ingresos. Según el centro de estudios IAQ de Duisburg, en Alemania trabajan cerca de ocho millones de personas por menos de 9,15 euros por hora, mientras que 1,4 millones reciben menos de cinco euros por hora.
TRABAJAR MÁS PARA GANAR MENOS
Como nadie puede sobrevivir con este nivel de salarios, muchos trabajadores tienen que depender de la asistencia pública para complementar sus ingresos. Muchos son también trabajadores de media jornada, pero unas 329.000 personas con empleos de jornada completa también encuentran dificultades para llegar a fin de mes.
Jens Vandrei, de 43 años, es una de ellas. Después de casi seis años de trabajo y varios ascensos, volvió a su punto de partida: “el club”, dice, en referencia a la oficina de empleo local adonde van los alemanes desempleados para recibir sus beneficios y también para buscar un nuevo trabajo. Vandrei recibía beneficios de asistencia social del programa Hartz IV para los desempleados de largo plazo cuando, en junio de 2006, lo destinaron a una escuela secundaria de Hamburgo para trabajar en los denominados “trabajos de un euro”, que pagaban ese monto por hora mientras le permitían seguir recibiendo regularmente la asistencia social. En la escuela, trabajó como factótum, y le iba muy bien. La escuela le aumentó sus horas de trabajo hasta que le ofrecieron una posición de media jornada y luego, de jornada completa.
Su historia es admirable, puesto que estuvo fuera del mercado laboral muchos años antes de conseguir el trabajo en la escuela. Pero Vandrei y su familia -que incluye su esposa, sus tres hijos y otro hijo más de una relación previa al matrimonio- no pueden vivir con un ingreso bruto de cerca de dos mil euros por mes. A fines de febrero, Vandrei volvió al “club” para aplicar por beneficios suplementarios del programa Hartz IV. “El ajuste de 217 euros de fin de año de la factura de electricidad nos destruyó”, dice, y agrega que va todos los días al trabajo “hecho un manojo de nervios” por los problemas económicos que tiene que afrontar. Vandrei y su esposa usan ropa de segunda mano que les regalan sus familiares y conocidos, pero encontrar indumentaria para sus hijos es naturalmente un problema mayor.
Cuando Vandrei, miembro del sindicato, pasó al trabajo de jornada completa en la escuela hace dos años, su situación no mejoró en absoluto. Al contrario, “tenía el doble de trabajo pero ganaba menos dinero”, señala. Puesto que su trabajo era de jornada completa, no lo aceptaron más en el servicio de asistencia suplementaria Hartz IV que ofrecía la oficina de empleo. Y, como estaba ganando más dinero, la cuota de la guardería de sus hijos aumentó significativamente. A fin de cuentas, su ingreso mensual cayó 25 euros. “Nuestro sistema tiene grandes fallas”, dispara Vandrei.
TRABAJADORES CONTRA TRABAJADORES
Dado que la situación es tan precaria en los grupos que obtienen los salarios más escasos, Bsirske, el presidente de Ver.di, está empeñado en establecer un “componente social”. Berthold Huber, titular de IG Metall, también quiere luchar por algo más que un incremento salarial en la actual disputa de los trabajadores. A principios de marzo, cuando recién empezaban las negociaciones, Huber expresó que IG Metall “no es sólo una máquina de hacer dinero”. En el pasado, esa declaración habría generado un inmenso escándalo, luego de décadas en que IG Metall se dedicó a servir a su clientela más acaudalada. Pero, ahora, el sindicato también está haciendo hincapié en las necesidades de los trabajadores más relegados, intentando darles un punto de apoyo. El gremio ya convenció a más de 1.200 compañías para que a los trabajadores temporarios se les pague el mismo salario negociado para los miembros de IG Metall. Y, finalmente, la organización de los trabajadores está intentando convencer al sector de empleo temporario para que les exija a las compañías pagos extra para los trabajadores que se dedican a las industrias metalúrgica y electrónica.
El objetivo del sindicato es hacer que el trabajo temporario sea muy poco atractivo para las compañías, de forma tal que empiecen a considerar la posibilidad de emplearlos en períodos regulares. También busca evitar cualquier reducción de la fuerza de trabajo primaria.
Pero los grandes gremios están atrapados en un dilema. A la hora de presentar sus exigencias salariales -y especialmente cuando firman acuerdos salariales colectivos-, siempre han tenido que ofrecer concesiones a las industrias y compañías que no son tan rentables como otras. Este tipo de consenso requiere la solidaridad de todas las partes involucradas. Pero en la actualidad, no todos los grupos profesionales están dispuestos a ofrecer concesiones. De hecho, quieren más, y hay nuevos sindicatos interviniendo para llenar el vacío.
El establishment sindical les tiene pánico a las personas como Dirk Vogelsang, de 55 años. Este abogado de Bremen, al norte de Alemania, es el estratega detrás de varios sindicatos especializados que sólo representan a los miembros de profesiones específicas dentro de una compañía, como los pilotos o los maquinistas de trenes.
Los separatistas han obtenido muchos logros en los últimos años con su atención puesta sobre unos pocos y, a veces, lograron importantes aumentos salariales para su clientela. Los miembros de estos minisindicatos parecen disfrutar de un crecimiento constante, independientemente de las fluctuaciones de la economía. Vogelsang se beneficia con la debilidad de los grandes gremios y analiza su crisis con deleite. Simplemente da vuelta la acusación de que sus sindicatos especializados carecen de solidaridad. “Urgidos por la obediencia, la mayoría de los sindicatos abona a la idea de que sólo se negocie un salario fijo en las negociaciones colectivas. Es falso decir que algunos empleados estén luchando contra otros empleados. Todos peleamos contra los empleadores, y a ese oponente queremos sacarle lo máximo que podamos”, señala.
Aun así, Vogelsand no se atreve a afirmar que sea mejor que cada grupo profesional luche por separado y no por el bien de todos. En cambio, destaca que los sindicatos especializados seguirán siendo la excepción, porque hay muy pocos empleados que puedan ser una amenaza potencial tan fuerte como los pilotos y los maquinistas de trenes, por ejemplo. Dicho de otro modo, los poderosos se impondrán y recibirán más compensaciones en las buenas épocas, mientras que los sustituibles se tendrán que conformar con menos incluso en las épocas de prosperidad. “Hasta ahora, los sindicatos especializados surgieron principalmente en lugares donde la competición es débil”, cuenta Justus Haucap, economista de la Universidad Heinrich Heine y director de la Comisión Alemana de Monopolios, que asesora al gobierno alemán en políticas competitivas. Como Vogelsang, observa una tendencia a favor de los mini sindicatos que representan a grupos profesionales que no pueden ser reemplazados por otros empleados de la compañía. También cree que, si la presión aumenta, el poder de negociación de los especialistas es mayor que el de los grandes sindicatos.
Pero, a diferencia de Vogelsang, Haucap está convencido de que la torta salarial no crecerá si aparecen más sindicatos reclamando una parte de ella, sino más bien al contrario, se reducirá. “La batalla por la distribución ya no se lucha solamente entre el trabajo y el capital”, asegura, “sino también entre los empleados mismos”.
LAS TAREAS DE LOS POLÍTICOS
Si no se hace nada, la brecha entre los que pueden participar de la creciente prosperidad y aquéllos que están excluidos de ella, no parará de crecer. Las reformas de los últimos años no han logrado uno de sus dos objetivos: la creación de más trabajo temporal. A corto plazo, buscaba que el mercado laboral se volviera más flexible y se generara más empleo, lo cual se ha logrado. Pero, también, se intentaba crear un puente desde el desempleo hasta puestos de trabajo bien remunerados, lo cual no ha sucedido.
“Los deseos de los trabajadores periféricos y de los temporarios de entrar a la fuerza de trabajo central, y así participar en la prosperidad, hasta ahora no se han alcanzado para nada”, asegura Lutz Bellmann, especialista del mercado laboral del Instituto de Investigación de Empleo (IAB) de Nüremberg, una división de la Agencia Federal de
Empleo. Sólo el ocho por ciento de los trabajadores temporarios obtiene al año un contrato permanente en las compañías donde trabaja -explica- y muy pocos negocian exitosamente la transición de los mini trabajos y los contratos a corto plazo hacia el mundo de los acuerdos salariales y las bonificaciones. Como en la sociedad en general, dice Bellmann, “la permeabilidad decrece a medida que se asciende en la escala social”.
Ulrich Walwei, vicedirector del IAB, acaba de examinar toda la información disponible sobre el mercado laboral. Los resultados son claros: a menos calificación, el riesgo del desempleo se multiplica. En otras palabras, la educación aumenta exponencialmente las posibilidades laborales. Como señala Walwei, la brecha “entre los salarios de las personas con buena y mala calificación ha crecido en los últimos años”. Aquéllos que no ostentan una buena formación tienen muchas más probabilidades de terminar en precarias situaciones laborales.
De hecho, este creciente abismo entre la punta y la base de la pirámide no sólo está aumentando en Alemania, sino también en muchos países del mundo, según organizaciones como el Fondo Monetario Internacional y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). De acuerdo con los expertos, la progresiva división resulta una amenaza para el crecimiento económico a largo plazo. “Sólo alcanzaremos esa meta si la prosperidad se distribuye más equitativamente en los ingresos”, sentencia Peter Bofinger, economista y asesor gubernamental.
DIFERENTES ÉPOCAS, DIFERENTES DESAFÍOS
Pero, ¿cómo hacer para que los empleados reciban una parte de la creciente prosperidad? Diez años atrás, cuando Alemania estaba atascada en el cuello de botella de la reforma y se perdían miles de trabajos que se trasladaban a países de bajo costo, se necesitaban políticas que promovieran más trabajo y competitividad económica. Hoy, los desafíos son diferentes. Para reducir la brecha entre los ricos y los pobres, hay que modificar el mercado del trabajo y los sistemas impositivos y sociales:
• Una razón que explica el gran crecimiento del sector de bajos salarios en los últimos años es que el sueldo mínimo por ley sólo existe en algunos sectores. Si se impusiera un mínimo de 8,50 euros por hora en toda Alemania, el 25 por ciento de todas las mujeres empleadas ganarían instantáneamente más dinero, y un 15 por ciento de los trabajadores masculinos también recibiría un aumento.
• La carga impositiva para quienes ostentan grandes salarios se ha reducido significativamente en los últimos años. Primero fue Helmut Kohl, miembro de la Unión Demócrata Cristiana, que ejerció como canciller alemán entre 1982 y 1998, quien eliminó el impuesto sobre la riqueza. Y luego Gerhard Schröder, canciller de Alemania por el Partido Socialdemócrata entre 1998 y 2005, redujo el impuesto sobre la renta. Pero tanto el FMI como la OCDE dicen que esas medidas fueron excesivas y recomiendan que el gobierno imponga nuevamente gravámenes impositivos sobre los más ricos, posiblemente a través de mayores impuestos sobre la propiedad y la herencia.
• Los trabajadores de salarios bajos y normales se llevan la carga más importante del sistema de seguridad social alemán porque, por ejemplo, los recargos sobre el seguro de salud se pagan progresivamente hasta un salario bruto anual de 45.900 euros. Todos los ingresos que superen ese umbral no están sujetos a un pago con recargos. Como resultado, un ingeniero senior con un ingreso anual de 150 mil euros sólo debe abonar el 6,6 por ciento de su ingreso total en contribuciones a la seguridad social, mientras que un trabajador que gana el décimo de esa cifra tiene que destinar el 20,7 por ciento de sus ingresos para el seguro de salud. Sin embargo, las compensaciones de desempleo o la pensión que obtengan en proporción a sus ingresos no tienen esas restricciones. Para contrarrestar esa desventaja, la Federación Alemana de Sindicatos (DBG) exige un sistema de exenciones impositivas que alivie la carga sobre los salarios más precarios.
LA NECESARIA AGENDA 2020
Quienes quieran reducir la brecha entre los ricos y los pobres no pueden poner toda la confianza en el poder de los sindicatos y en las fuerzas del cambio demográfico. También tienen que hacer hincapié en las reformas políticas. Se necesita más inversión en educación y cambios en el sistema de impuestos y de transferencias para beneficiar a quienes ganan menos.
La serie de reformas del mercado laboral conocidas como “Agenda 2010” -y promovidas por el canciller Schröder en 2003-, reorganizaron completamente el Estado de bienestar, y fueron necesarias para que la economía alemana fuera competitiva a nivel mundial nuevamente. Pero para lograr mayor igualdad social, ahora se necesita una “Agenda 2020”.
En efecto, lo que se precisa no es ni más ni menos que un cambio tan radical en el sistema que haga que las dolorosas reformas de Hartz (que llevan el nombre del ex ejecutivo de Volkswagen Peter Hartz, quien asesoró de cerca al gobierno de Schröder en sus ambiciosas reformas estructurales) parezcan en comparación apenas una cirugía estética. Hilmar Schneider, director de políticas del mercado laboral del Instituto para el Estudio del Trabajo (IZA, por sus siglas en alemán) y uno de los expertos en empleo más reconocidos de Alemania, está de acuerdo en que las medidas tienen que ser de fondo y agrega: “Se terminaron los días de los pequeños cambios”.
Traducción: Ignacio Mackinze