Berlin sábado, 26 de enero de 2013





























Berlín, 16 de enero.
Hace seis grados bajo cero y estamos esperando un taxi a la salida del Palacio de Charlottenburg. A los cinco minutos ya estamos atravesando el Tiergarten rumbo al este. Viajo en el asiento del acompañante y me saco el sombrero cosaco con la hoz y el martillo, souvenir que compré en Berlín oriental. El conductor, un taxista croata, cuenta que la ciudad es una de las capitales más baratas de europa hasta que el tráfico se ralentiza y aparecen varias decenas de policías rodeando a un grupo de jóvenes manifestantes vestidos de negro. Es una marcha del NPD. El taxista no confía en nuestro nivel de instrucción y aclara, por las dudas: "These are neonazis, bad people". Explica que en Alemania las cosas, a pesar de la crisis, no están tan mal. "Unemployment here is 7 per cent, in Italy is like 40", lanza, aunque las cifras son erróneas (en Italia es algo más del 11 por ciento). Dice que vive en Alemania hace más de treinta años, siempre en el Este. Le pregunto qué piensa de la reunificación. "East Germany, really bad. Living there, ten times worse than in Croatia", relata.
De pronto, mi gorrita ostalgie no es tan canchera.

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Tomamos el subte en Französische hasta Weinmeinsterstrasse a encontrarnos con Malu, una amiga que este año estuvo viviendo en Berlín. Saliendo de la estación, la temperatura es de diez grados bajo cero y con mi novia no tenemos muchas ganas de caminar, así que los tres nos metemos en el primer bar que encontramos, que ofrece tres chopps de cerveza por 3,30 euros. Es la primera vez que veo algo que sería una constante en los bares europeos: un jackpot. Slots. Tragamonedas. Juegos de azar a la vuelta de la esquina y estimulados por alcohol barato. Un combo explosivo, la caja de pandora.

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