Praga, 20 de enero.
Sobre la calle Vlašska, a cien metros de la embajada norteamericana en la República Checa y a seiscientos del Castillo de Praga, encontramos el Museo de la KGB. Ni bien llegamos descubrimos que se trata de un one-man-show: tres cuartos de hora de historia soviética a cargo de un solo hombre de unos cincuenta años que oficia de presentador, cajero, guía y guardia de seguridad, todo a la vez. "Where are you from? Argentina? Good, very good". En un inglés rústico y acelerado, el hombre cuenta cómo se creó la KGB, el Comité de Seguridad Estatal de la Unión Soviética, luego de la separación de un número de departamentos que respondían al Ministerio de Asuntos Internos de la URSS en 1954. Todo en un local de cuatro metros de frente, lleno de memorabilia ad hoc y elementos originales: cámaras espía, banderas, gorros originales y hasta una afeitadora soviética que todavía funciona.
El tipo nos deja probarnos los uniformes, nos presta las armas y deja que saquemos fotos mientras explica las numerosas tareas del centro de inteligencia durante la era soviética, como el combate a la subversión interna y el desmantelamiento de planes potencialmente desestabilizadores para el bloque. También dice que muchos criminales soviéticos se hacían tatuar la cara de Stalin en el pecho para que, al momento de su ejecución, los oficiales no se animaran a dispararle al líder.
Se animaban, por supuesto.
Al terminar la visita, nos hace bajar por una escalera (en el subsuelo hay más objetos de colección), pero él se queda en planta baja. ¿El motivo? Estaba cuidando la puerta.
1 comentarios:
Qué genio el tipo. Le decía a uno de los visitantes "No, no, no se agarran los elementos a menos que yo te lo de". Y tenía un baño oculto detrás de una bandera, qué noble.
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