Una atmósfera que se respira en la primera mitad del siglo XIX son los romanticismos.
En principio, los romanticismos son una reacción al racionalismo que había caracterizado buena parte de la Revolución Industrial. Recuerden que los Ilustrados creían que el mundo era un dispositivo que había que comprender, era como una máquina, como un reloj.
Los románticos se oponen a esta manera de ver y piensan más bien en un mundo que no es mecánico sino orgánico y marcado muy fuertemente por lo espiritual. A la razón contraponen otras formas de conocimiento que les parecen incluso más eficaces como el conocimiento a través de la pasión, de la intuición. Ellos creen que el conocimiento es algo más profundo al que la razón no llega. Los románticos en lugar de las elites intelectuales -aunque ellos pertenezcan a ellas- van a destacar la cultura popular, las tradiciones populares, las posibilidades de conocimiento e intuición de la gente sencilla.
Otra de las cuestiones que a los románticos les atrae mucho es el tema de la muerte. A partir de esa época nace en el mundo occidental, por lo menos, el concepto que ha llegado hasta nosotros de morir por ideas según el cual es noble morir por un ideal.
Vamos a tener algunos románticos que apoyan a algunos gobiernos de la restauración -los franceses- y vamos a encontrar románticos revolucionarios que hacen guerras de independencia como Lord Byron. También vamos a encontrar románticos que hacen lucha callejera en las barricadas del 48 como Víctor Hugo. Es decir, hay un espectro político muy amplio.
Por eso el romanticismo no es una ideología sino una sensibilidad, una manera de sentir.
...decía un viejo teórico de Saborido, y (una vez más) pensé algunas cosas. Sólo algunas.
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