La idea de igualdad entre ciudadanos es una valiosa construcción. Instalada -en su sentido moderno- con las Revoluciones norteamericana y francesa, han persistido desde entonces en Occidente como una ficción instituyente democrática y progresiva.
Que esta idea sea un constructo, un relato, habla de otra postura típicamente moderna: la de abandonar designios divinos y naturales para tomar, como seres humanos, el futuro en nuestras manos. ¿Hoy suena a publicidad de tarjeta de crédito? Símbolo de los tiempos, nomás. Pero era así.
(Sin ir más lejos, la propia idea de las Naciones Unidades y de unos inalienables "Derechos Humanos" es una ficción. Instituyente, por supuesto, en tanto y en cuanto su objetivo "atraviesa todo el cuerpo social y subsume bajo su ley a todas las actividades", al tiempo que busca "el interés general como la esencia misma de lo político y de lo social", interés que "debe confundirse con la conciencia de todos los individuos y reflejar su condición total". No estamos más en una visión marxista ortodoxa en donde lo imaginario, lo ideológico, es un "reflejo invertido" de algún Real objetivo: el imaginario es condición necesaria de la realidad.)
Este consenso típico del siglo pasado era un equilibrio que se tradujo en una serie de compromisos más o menos implícitos entre distintas instituciones sociales, entre Oriente y Occidente, entre capitalismo y socialismo real. Con el derrumbe de uno de los polos que sostenía la ecuación, el neoliberalismo ascendente no tuvo obstáculos en su objetivo de mercantilizar todo lo que aún quedaba.
Hoy asistimos a "la desaparición de la normatividad ética y legal, la cual es reemplazada gradualmente por regulaciones pragmáticas que coordinan los intereses particulares de distintos grupos". Agrega Zizek:
Aquí el punto no es simplemente el viejo argumento marxista acerca de una brecha entre la apariencia ideológica de la forma legal universal y los intereses particulares que efectivamente la sostienen; a este nivel, el contra-argumento (hecho, entre otros, por Lefort y Ranciere) de que la forma, precisamente, no es nunca una “mera” forma, sino que involucra una dinámica propia que deja sus huellas en la materialidad de la vida social, es absolutamente válido (la “libertad formal” burguesa pone en movimiento el proceso de demandas políticas y prácticas muy “materiales”, que va desde los sindicatos hasta el feminismo).
El énfasis principal de Ranciere está en la ambigüedad de la noción marxista de “brecha” entre la democracia formal (los derechos del hombre, libertad política, etc.) y la realidad económica de explotación y dominación. Uno puede leer esta brecha entre la “apariencia” de la igualdad/libertad y la realidad social de las diferencias económicas, culturales, etc., sea bajo la manera “sintomática” estándar (la forma de los derechos universales, igualdad, libertad y democracia es sólo la forma necesaria pero ilusoria de expresión de este contenido social concreto, el universo de explotación y dominación de clase), sea bajo el sentido mucho más subversivo de una tensión en la cual la “apariencia” de egaliberté, precisamente NO ES una “mera apariencia”, sino la evidencia de una efectividad propia que permite poner en movimiento el proceso de rearticulación de relaciones socio-económicas concretas mediante su progresiva “politización” (¿Por qué no deberían votar las mujeres también? ¿Por qué no deberían las condiciones en el ambiente de trabajo ser también materia de interés público?, etc.). Uno está tentado de poner en uso aquí el viejo término levistraussiano de “eficiencia simbólica”: la apariencia de egaliberté es una ficción simbólica que posee una eficiencia propia concreta uno debería resistir la adecuada tentación cínica de reducirla a una mera ilusión que permita una actualidad distinta.
En otras palabras: sería estúpido rechazar de plano, desde una posición de izquierda, la "democracia formal" burguesa, ya su apariencia (igualdad - libertad - fraternidad) posee una eficacia concreta en términos de luchas sociales que puedan, incluso, superarla. Como decíamos arriba, esta ideología no es una ilusión -como interpretaba el primer Marx- sino una condición necesaria de la realidad.
Así lo explica, utilizando el ejemplo de Matrix, en The Pervert's Guide to Cinema:
“...pero la elección entre las píldoras azul y roja no es realmente una elección entre ilusión y realidad. Por supuesto que la Matrix es una máquina para ficciones, pero esas son ficciones que ya estructuran nuestra realidad: si vos le quitás a nuestra realidad esas ficciones simbólicas que la regulan, también perdés la realidad misma. ¡Quiero una tercera píldora!
¿Entonces qué es esa tercera píldora? Definitivamente no es una clase de píldora trascendental la cual permite una 'falsa experiencia religiosa fast food', sino una pastilla que me permita percibir no la realidad detrás de la ilusión sino la realidad dentro de la ilusión misma”
Conexiones:
- "Bienvenidos al desierto de lo real", artículo de Slavoj Zizek disponible acá
- "Ideología: un mapa de la cuestión", Slavoj Zizek (comp.), Fondo de Cultura Económica, 2004
- "The Pervert's Guide to Cinema" (2006), de Sophie Fiennes, para bajar en DivX acá
Hace 5 años.
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