Un mensaje terrible para los chicos jueves, 29 de mayo de 2008



Entrevista de Jorge Guinzburg a Eduardo Duhalde circa 2002:

(...) - ¿Qué otras cosas importantes no sabe? ¿Maneja la computadora?
- Mal. Aplazado.
- Es un desastre, Duhalde.
- Una porquería. Todo lo que van a necesitar saber los chicos para entrar a trabajar en un comercio, inglés, computación, yo no lo voy a necesitar para ser presidente.
- No sé si no lo va a necesitar, no lo sabe.
- Tengo mis secretarios.
- A ver si entendí el mensaje: si uno estudia, puede llegar a ser secretario de aquellos que no saben hacer nada, pero van a mandar.
- Así es (risas). Esa es la historia moderna.
- ¡Es extraordinario! No hay que estudiar un pomo.
- Es un mensaje terrible para los chicos.

Ideología y ficción instituyente miércoles, 28 de mayo de 2008



La idea de igualdad entre ciudadanos es una valiosa construcción. Instalada -en su sentido moderno- con las Revoluciones norteamericana y francesa, han persistido desde entonces en Occidente como una ficción instituyente democrática y progresiva.

Que esta idea sea un constructo, un relato, habla de otra postura típicamente moderna: la de abandonar designios divinos y naturales para tomar, como seres humanos, el futuro en nuestras manos. ¿Hoy suena a publicidad de tarjeta de crédito? Símbolo de los tiempos, nomás. Pero era así.

(Sin ir más lejos, la propia idea de las Naciones Unidades y de unos inalienables "Derechos Humanos" es una ficción. Instituyente, por supuesto, en tanto y en cuanto su objetivo "atraviesa todo el cuerpo social y subsume bajo su ley a todas las actividades", al tiempo que busca "el interés general como la esencia misma de lo político y de lo social", interés que "debe confundirse con la conciencia de todos los individuos y reflejar su condición total". No estamos más en una visión marxista ortodoxa en donde lo imaginario, lo ideológico, es un "reflejo invertido" de algún Real objetivo: el imaginario es condición necesaria de la realidad.)

Este consenso típico del siglo pasado era un equilibrio que se tradujo en una serie de compromisos más o menos implícitos entre distintas instituciones sociales, entre Oriente y Occidente, entre capitalismo y socialismo real. Con el derrumbe de uno de los polos que sostenía la ecuación, el neoliberalismo ascendente no tuvo obstáculos en su objetivo de mercantilizar todo lo que aún quedaba.

Hoy asistimos a "la desaparición de la normatividad ética y legal, la cual es reemplazada gradualmente por regulaciones pragmáticas que coordinan los intereses particulares de distintos grupos". Agrega Zizek:

Aquí el punto no es simplemente el viejo argumento marxista acerca de una brecha entre la apariencia ideológica de la forma legal universal y los intereses particulares que efectivamente la sostienen; a este nivel, el contra-argumento (hecho, entre otros, por Lefort y Ranciere) de que la forma, precisamente, no es nunca una “mera” forma, sino que involucra una dinámica propia que deja sus huellas en la materialidad de la vida social, es absolutamente válido (la “libertad formal” burguesa pone en movimiento el proceso de demandas políticas y prácticas muy “materiales”, que va desde los sindicatos hasta el feminismo).

El énfasis principal de Ranciere está en la ambigüedad de la noción marxista de “brecha” entre la democracia formal (los derechos del hombre, libertad política, etc.) y la realidad económica de explotación y dominación. Uno puede leer esta brecha entre la “apariencia” de la igualdad/libertad y la realidad social de las diferencias económicas, culturales, etc., sea bajo la manera “sintomática” estándar (la forma de los derechos universales, igualdad, libertad y democracia es sólo la forma necesaria pero ilusoria de expresión de este contenido social concreto, el universo de explotación y dominación de clase), sea bajo el sentido mucho más subversivo de una tensión en la cual la “apariencia” de egaliberté, precisamente NO ES una “mera apariencia”, sino la evidencia de una efectividad propia que permite poner en movimiento el proceso de rearticulación de relaciones socio-económicas concretas mediante su progresiva “politización” (¿Por qué no deberían votar las mujeres también? ¿Por qué no deberían las condiciones en el ambiente de trabajo ser también materia de interés público?, etc.). Uno está tentado de poner en uso aquí el viejo término levistraussiano de “eficiencia simbólica”: la apariencia de egaliberté es una ficción simbólica que posee una eficiencia propia concreta uno debería resistir la adecuada tentación cínica de reducirla a una mera ilusión que permita una actualidad distinta.

En otras palabras: sería estúpido rechazar de plano, desde una posición de izquierda, la "democracia formal" burguesa, ya su apariencia (igualdad - libertad - fraternidad) posee una eficacia concreta en términos de luchas sociales que puedan, incluso, superarla. Como decíamos arriba, esta ideología no es una ilusión -como interpretaba el primer Marx- sino una condición necesaria de la realidad.

Así lo explica, utilizando el ejemplo de Matrix, en The Pervert's Guide to Cinema:

“...pero la elección entre las píldoras azul y roja no es realmente una elección entre ilusión y realidad. Por supuesto que la Matrix es una máquina para ficciones, pero esas son ficciones que ya estructuran nuestra realidad: si vos le quitás a nuestra realidad esas ficciones simbólicas que la regulan, también perdés la realidad misma. ¡Quiero una tercera píldora!
¿Entonces qué es esa tercera píldora? Definitivamente no es una clase de píldora trascendental la cual permite una 'falsa experiencia religiosa fast food', sino una pastilla que me permita percibir no la realidad detrás de la ilusión sino la realidad dentro de la ilusión misma”



Conexiones:
- "Bienvenidos al desierto de lo real", artículo de Slavoj Zizek disponible acá
- "Ideología: un mapa de la cuestión", Slavoj Zizek (comp.), Fondo de Cultura Económica, 2004
- "The Pervert's Guide to Cinema" (2006), de Sophie Fiennes, para bajar en DivX acá

Reseña: "La intimidad como espectáculo", de Paula Sibilia viernes, 23 de mayo de 2008



La intimidad como espectáculo
Paula Sibilia
Fondo de Cultura Económica, 2008


Crítica del yo espectacular

Una ex prostituta brasileña abre un blog relatando sus experiencias y alcanza la fama. Un joven norteamericano expone sus pensamientos suicidas en su perfil de Facebook. Una quinceañera porteña coloca fotos suyas en ropa interior en su Fotolog.

Se ha desencadenado un verdadero “festival de vidas privadas” y los nuevos medios de comunicación se han puesto a su servicio. Estas nuevas formas de exposición pública de la intimidad son un síntoma de importantes transformaciones en la subjetividad contemporánea, relacionadas con una cierta crisis de la “vida interior” y una tendencia a la “espectacularización del yo” con recursos performáticos.

Esto es lo que sostiene la comunicóloga y antropóloga Paula Sibilia en su último libro, La intimidad como espectáculo, en el que intenta rastrear el desplazamiento que se produjo desde una subjetividad “interiorizada” (con el diario íntimo como actividad típicamente moderna) hacia nuevas formas de autoconstrucción, con el blog personal como ideal y el diario éx-timo como formato dominante.

“Aparece un tipo de yo más epidérmico y dúctil, que se exhibe en la superficie de la piel y de las pantallas. Se trata de personalidades alterdirigidas y no más introdirigidas, construcciones de sí orientadas hacia la mirada ajena, o exteriorizadas”, afirma Sibilia. Estas personalidades encuentran en las nuevas tecnologías un dispositivo ideal para “hacerse conocer”. Ciertos usos de blogs, fotologs, webcams serían “estrategias que los sujetos contemporáneos ponen en acción para responder a estas nuevas demandas socioculturales”.

Sibilia afirma que estas nuevas prácticas generen al género autobiográfico: “Los acontecimientos relatados se consideran auténticos y verdaderos porque se supone que son experiencias íntimas de un individuo real: el autor, narrador y personaje principal de la historia. Un ser siempre único y original, por más diminuto que pueda ser.”

Narrarse a uno mismo, hacerse visible
Pensemos en las transformaciones que tuvieron lugar en los formatos audiovisuales en los últimos años. La hegemonía de la ficción realista, típicamente burguesa, va perdiendo popularidad en detrimento de una nueva estrella en ascenso: el documental ficcionalizado. “Si la paradoja del realismo clásico consistía en inventar ficciones que pareciesen realidades, manipulando todos los recursos de verosimilitud imaginables, hoy asistimos a otra versión de ese aparente contrasentido: una voluntad de inventar realidades que parezcan ficciones. Espectacularizar el yo consiste precisamente en eso. Transformar nuestras personalidades y vidas (ya no tan) privadas en realidades ficcionalizadas con recursos mediáticos.” ¿Alguien vio Tarnation?

Explica el novelista Juan Forn, citado en el libro: “La ficción fue perdiendo efecto sobre el lector, entre otras cosas porque la recreación del mundo que proponen las novelas queda opacada por el flujo global de información que existe hoy”. Y una vez más, la necesaria comparación con la era burguesa: el formato cultural prevaleciente a fines del siglo XIX y principios del XX era aún la novela (Balzac, Proust, Joyce), viable en un momento en el cual donde las subjetividades estaban moldeadas en torno a una demarcación clara de un tiempo de ocio; ¿cuál es el lugar del lector hoy, cuando los noticieros anuncian nuevas alertas cada hora y el home de Clarín.com se actualiza constantemente?

“Además de haber abatido la eficacia de la ficción tradicional, esos torrentes de información que al mismo tiempo conforman y devastan la realidad contemporánea, también provocan una sensación de fluidez que amenaza disolver todo en el aire. Así, asediados por la falta de autoevidencia que afecta la realidad altamente mediatizada y espectacularizada de nuestros días, los sujetos contemporáneos sienten la presión cotidiana de la obsolescencia de todo lo que existe.” Inclusive, la fragilidad del propio yo. “Tras haberse desvanecido la noción de identidad, que ya no puede mantener la ilusión de ser fija y estable, la subjetividad contemporánea oyó rechinar casi todos los pilares que solían sostenerla. Además de haber perdido el amparo de todo un conjunto de instituciones tan sólidas como los viejos muros del hogar, el yo no se siente más protegido por el perdurable rastro del pasado individual ni tampoco por el ancla de una intensa vida interior. Para fortalecerse y para constatar su existencia debe, a cualquier precio, hacerse visible.”

Ésta es la importante transformación que señala Sibilia: el desplazamiento del eje en torno al cual este yo se construye: una interioridad que se exterioriza. Lo que cada uno es no está más adentro suyo: es lo que se ve. De la interioridad a la visibilidad está la espectacularización del yo: hoy, las apariencias son las esencias.

“Tendencias exhibicionistas y performáticas alimentan la persecución de un efecto: el reconocimiento en los ojos ajenos y, sobre todo, el codiciado trofeo de ser visto. Cada vez más, hay que aparecer para ser.” Como ironizaba Guy Debord en La sociedad del espectáculo: “Lo que aparece es bueno y lo que es bueno aparece”. Esta es la tiranía de la visibilidad: “En este monopolio de la apariencia, todo lo que quede del lado de afuera simplemente no existe.”

En este nuevo contexto, concluye Sibilia, “aquellos ‘quince minutos de fama’ previstos por Andy Warhol como un derecho de cualquier mortal en la era mediática expresan una intuición visionaria pero todavía atada a otro paradigma: aquel ambiente dominado por la televisión y los demás medios de comunicación bajo el esquema broadcasting.” Los que toman la posta y lo vuelven realidad son entonces las redes informáticas. “La Web 2.0 ostenta una “peculiar combinación del viejo slogan hágalo usted mismo con el flamante nuevo mandato muéstrese como sea” que está desbordando las fronteras de Internet, cumpliendo así esa promesa que ni la televisión ni el cine pudieron satisfacer: Broadcast yourself!

Hacia una crítica de la razón bloggera
Pero hay algo que no cierra en este panorama idílico que los medios se encargan de anunciar como una “explosión de creatividad” y una “democratización sin precedentes”.

La vida privada revelada por las webcams y diarios personales se transforma en un espectáculo para ojos curiosos, espectáculo que es simplemente “la vida en su banalidad radical”, según la feliz expresión de André Lemos. “Sería necio negar que la democratización de los medios posibilitada por todos estos dispositivos es una novedad histórica de dimensiones aún inconmensurables, que puede llegar a cambiar la cara del mundo, y que probablemente ya lo esté haciendo. Pero como también es difícil negar que buena parte de lo que se hace, se dice y se muestra en esos escenarios de la confesión virtual no tienen ningún valor. Es digital trash, un gran género sin pretensiones. (…) No se trata de obras de arte, no lo pretenden y ni siquiera sueñan con serlo. Se presentan apenas como lo que son: pequeños espectáculos descartables, algún entretenimiento ingenioso sin mayores ambiciones, o bien celebraciones de la estupidez más vulgar.”

Hoy, en la página principal de YouTube, los videos más vistos o destacados son: una parodia de la melodía de Indiana Jones, una roca gigante hecha de Lego, una imitación de una publicidad de Budweiser, un tal David Archuleta en ropa interior y un perro con un parche en un ojo. Y la lista sigue.

“Así, acompañando los desplazamientos de los ejes alrededor de los cuales se construían las subjetividades modernas, la multiplicación de los emisores posibilitada por los nuevos medios electrónicos permite que cualquiera sea visto, leído y oído por millones de personas. La paradoja es que esa multitud quizás no tenga nada para decir. Se expande, así, esta multiplicación de voces que no dicen nada –al menos, ‘nada’ en el sentido moderno del término– aunque no dejen de vociferar. Todo ocurre como si aquellos grandes relatos que estallaron en las últimas décadas hubiesen dejado un enorme vacío al despedazarse. En ese espacio hueco que restó, fueron surgiendo todas estas pequeñas narrativas diminutas y reales, que muchas veces no hacen más que celebrar y afirmar ese vacío, esa flagrante falta de sentido que flota sobre muchas experiencias subjetivas contemporáneas”, concluye Sibilia.

Si bien puede ser leída apenas como una interpretación histórica de la explosión de los medios interactivos, La intimidad como espectáculo resulta una obra rigurosa y crítica que se acerca, más bien, a una teoría fundamental de los modos de construcción de subjetividades en el siglo XXI.


Lectura suplementaria:
"La sociedad del espectáculo" (Guy Debord)
"Dialéctica del Iluminismo" (Theodor Adorno y Max Horkheimer)
"La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica" (Walter Benjamin)
"Historia de la vida privada" (Roger Chartier)
"Cómo estar solo" (Jonathan Franzen)
"La condición de la posmodernidad" (David Harvey)
"Posdata sobre las sociedades de control" (Gilles Deleuze)
"El declive del hombre público" (Richard Sennett)

Audiovisual suplementario:
"The Truman Show" (1998), de Peter Weir
"Tarnation" (2003), de Jonathan Caouette

Gracias al hambre miércoles, 21 de mayo de 2008

Gracias al hambre
por Martín Caparrós
Crítica, 21-05-2008



El hambre tiene causas, efectos, víctimas, beneficiarios. Nosotros, argentinos, ahora vivimos del hambre. En África, las grandes ciudades como Addis se explican por el hambre. Por hambre migran millones desde los campos hacia esas ciudades: está, antes que nada, la esperanza de que allí la vida va a ser otra. La mayoría se desengaña pero igual se queda: el hambre en la ciudad es espantoso y sucio pero siempre puede aparecer algún recurso, la limosna, la changa, la basura de los ricos o de los no tan pobres. En el campo, en cambio, el hambre es sólido, macizo: si no hay grano no hay grano, y no se come. Hambre es una palabra deplorable. Poetas de cuarta, políticos de octava y todo tipo de plumíferos fáciles la han usado tanto y tan barato que debería estar prohibida.

El problema con esos conceptos viejos y gastados, neutralizados por el uso berreta, es que de pronto un día algo te hace volver a verlos como si fueran nuevos, y ahí explotan. Aquí, en Addis, el hambre es algo que salta todo el tiempo, en cualquier calle. Es intolerable que haya personas –hay, en la Argentina, demasiadas– que no comen todo lo que debieran; aquí el hambre es morirse de hambre, pueblos enteros que no comen.

El primer ministro inglés, Gordon Brown, dijo la semana pasada que cada día se mueren 25.000 personas por causa del hambre. Es mucho 25.000 personas: son más de mil por hora, son 17 por minuto.

Va de nuevo: son, en los diez segundos que usted tarda en leer esta frase, mi estimado, tres hambrientos menos. En un país como Etiopía, con 75 millones de habitantes, hay 15 millones que están todo el tiempo al borde de la hambruna. A veces caen: entonces vemos 42 segundos terribles en la tele, chicos raquíticos con panzas como globos, madres ramitas secas estirando la mano como quien ya no espera, y lo olvidamos: está lejos, qué relación con nuestras vidas.

Pero el mundo es una máquina hipercompleja e integrada, por más que los argentinos actuales hayan decidido hacerse tanto más provincianos ciegos que sus padres y olvidarlo: hacer como si no existiera. O, por lo menos, como si no importara.

En los últimos meses hubo revueltas de hambre en más de veinte países –y en casi todos viven negros– porque en los últimos años el precio global de los alimentos ha subido al doble. Hay varias causas: malas cosechas, desajustes climáticos, el uso del maíz para hacer biocombustible y, sobre todo, el aumento de la demanda china e india. Para mí, ese aumento implica una molestia; para un africano que vivía con dos dólares por día, que no vive. Ya había 850 millones de malnutridos: en lo que va de esta crisis se calcula que hay 100 millones más.

Y nosotros ganamos con esos aumentos. Nos hacemos los boludos, no queremos verlo: nuestra prosperidad le está costando carísima a millones y millones de personas. La Argentina salió de la crisis gracias al aumento del precio de los granos: por estos precios, millones se mueren de hambre. O sea: las ganancias tan legítimas por las que discuten encarnizados los presidentes K y el campo producen sufrimientos espantosos. No digo que sea a propósito. No, por favor. Nosotros pasábamos por ahí cuando los chinos decidieron empezar a comer y las leyes del mercado hicieron que los precios subieran y las leyes del mercado hicieron que millones no pudieran comprar más comida y se murieran pero a mí por qué me miran, yo hago mi trabajo, yo defiendo lo mío y trato de venderlo lo más caro posible porque así son las leyes del mercado y yo justo estaba ahí, qué culpa tengo.

Es cierto, supongamos que sea cierto. Pero es bueno tenerlo presente: cada centavo gastado en punteros y gobernadores y trembalas y prebendas varias, cada Hilux nueva reluciente, cada día de joda en Maldonado, cada departamento a estrenar en Rosario sólo son posibles porque aumenta la demanda de granos, los precios suben, los más pobres ya no llegan a pagarlos, no comen y se mueren o matan o solamente agonizan lo más largo que pueden.

La plata de nuestra prosperidad es plata muy sangrienta. Y es probable que siga llegando: sería bueno, entonces, por lo menos, recordar lo que cuesta y no gastarla al pedo. Usarla, al menos, para pensar y hacer un país en serio.

Y hacerse cargo de ese costo y buscar el modo de compensarlo un poco. Una posibilidad: que, en la larga discusión por las retenciones, las partes acepten que la solución salomónica no consiste en cortar el niño en dos sino en dárselo entero a quien le corresponde. O sea: que ese seis, ocho, diez por ciento tan peleado se use íntegro para formar un fondo contra el hambre –en la Argentina, para empezar y, si queda, en el resto del mundo– que sería administrado por un organismo autonómo, absolutamente no gubernamental, con participación de los sectores afectados y un sistema de control extremo. Es una idea, sólo una idea, y quizá valga la pena discutirla. Pero es, sobre todo, una forma de hacerse cargo de que si estamos prósperos es a costa del hambre de millones. Y que no debería resultarnos tan cómodo, tan fácil, tan barato.

Seamos realistas, pidamos lo imposible domingo, 18 de mayo de 2008



Mayo del 68 visto con ojos de hoy
por Slavoj Žižek

El País, 01-05-2008

Uno de los graffiti que aparecieron en los muros de París en Mayo del 68 decía: “¡Las estructuras no andan por la calle!”. Pero la respuesta de Jacques Lacan fue que eso era precisamente lo que había ocurrido en 1968: las estructuras salieron a la calle. Los sucesos más visibles y explosivos fueron la consecuencia de un desequilibrio estructural, el paso de una forma de dominación a otra, en términos de Lacan, del discurso del amo al discurso de la universidad.

Existen buenos motivos para mantener una opinión tan escéptica. Como dicen Luc Boltanski y Eve Chiapello en The New Spirit of Capitalism, a partir de 1970 apareció gradualmente una nueva forma de capitalismo, que abandonó la estructura jerárquica del proceso de producción al estilo de Ford y desarrolló una organización en red, basada en la iniciativa de los empleados y la autonomía en el lugar de trabajo. En vez de una cadena de mando centralizada y jerárquica, tenemos redes con una multitud de participantes que organizan el trabajo en equipos o proyectos, buscan la satisfacción del cliente y el bienestar público, se preocupan por la ecología, etcétera. Es decir, el capitalismo usurpó la retórica izquierdista de la autogestión de los trabajadores, hizo que dejara de ser un lema anticapitalista para convertirse en capitalista. El socialismo, empezó a decirse,no valía porque era conservador, jerárquico, administrativo, y la verdadera revolución era la del capitalismo digital. [1]

De la liberación sexual de los sesenta ha sobrevivido el hedonismo tolerante cómodamente incorporado a nuestra ideología hegemónica: hoy, no sólo se permite, sino que se ordena disfrutar del sexo, y las personas que no lo logran se sienten culpables. El impulso de buscar formas radicales de disfrute (mediante experimentos sexuales y drogas u otros métodos para provocar un trance) surgió en un momento político concreto: cuando “el espíritu del 68” estaba agotando su potencial político. En ese momento crítico (a mediados de los setenta), la única opción que quedó fue un empuje directo y brutal hacia lo real, que asumió tres formas fundamentales: la búsqueda de formas extremas de disfrute sexual, el giro hacia la realidad de una experiencia interior (misticismo oriental) y el terrorismo político de izquierdas (Fracción del Ejército Rojo en Alemania, Brigadas Rojas en Italia, etcétera). La apuesta del terrorismo político de izquierdas era que, en una época en la que las masas están inmersas en el sueño ideológico del capitalismo, la crítica normal de la ideología ya no sirve, así que lo único que puede despertarlas es el recurso a la cruda realidad de la violencia directa, l’action directe.

Recordemos el reto de Lacan a los estudiantes que se manifestaban: “Como revolucionarios, son unos histéricos en busca de un nuevo amo. Y lo tendrán”. Y lo tuvimos, disfrazado del amo “permisivo” posmoderno cuyo dominio es aún mayor porque es menos visible. Aunque no hay duda de que esa transición fue acompañada de muchos cambios positivos -baste con mencionar las nuevas libertades y el acceso a puestos de poder para las mujeres-, no hay más remedio que insistir en la pregunta crucial: ¿tal vez fue ese paso de un “espíritu del capitalismo” a otro lo único que realmente sucedió en el 68, y todo el ebrio entusiasmo de la libertad no fue más que un modo de sustituir una forma de dominación por otra?

Muchos elementos indican que las cosas no son tan sencillas. Si observamos nuestra situación desde la perspectiva del 68, debemos recordar su verdadero legado: el 68 fue, en esencia, un rechazo al sistema liberal-capitalista, un no a todo él. Es fácil reírse de la idea del fin de la historia de Fukuyama, pero la mayoría, hoy día, es fukuyamaísta: se acepta que el capitalismo liberal-democrático es la fórmula definitiva para la mejor sociedad posible y que lo único que se puede hacer es lograr que sea más justa y tolerante. La única pregunta que cuenta hoy es: ¿respaldamos esta naturalización del capitalismo, o el capitalismo globalizado actual contiene antagonismos lo suficientemente fuertes como para impedir su reproducción indefinida?

Dichos antagonismos son (por lo menos) cuatro: la amenaza inminente de la catástrofe ecológica; lo inadecuado de la propiedad privada para la llamada “propiedad intelectual”; las implicaciones socio-éticas de los nuevos avances tecnocientíficos (sobre todo en biogenética); y las nuevas formas de apartheid, los nuevos muros y guetos. El 11 de septiembre de 2001, cayeron las Torres Gemelas; 12 años antes, el 9 de noviembre de 1989, cayó el Muro de Berlín. El 9 de noviembre anunció los “felices noventa”, el sueño del “fin de la historia” de Fukuyama, la convicción de que la democracia liberal había ganado, de que la búsqueda se había terminado, de que la llegada de una comunidad mundial estaba a la vuelta de la esquina, de que los obstáculos a ese final feliz digno de Hollywood eran meramente empíricos y contingentes (bolsas locales de resistencia cuyos líderes no habían comprendido aún que había pasado su hora). Por el contrario, el 11-S es el gran símbolo del fin de los felices noventa de Clinton, el símbolo de la era que se avecina, en la que aparecen nuevos muros en todas partes, entre Israel y Cisjordania, alrededor de la Unión Europea, en la frontera entre Estados Unidos y México.

Los tres primeros antagonismos antes citados afectan a los elementos que Michael Hardt y Toni Negri denominan “comunes”, la sustancia común de nuestro ser social, cuya privatización es un acto violento al que hay que resistirse por todos los medios, incluso violentos, si es necesario. Son los elementos comunes de la naturaleza externa, amenazados por la contaminación y la explotación (el petróleo, los bosques, el hábitat natural); los elementos comunes de la naturaleza interna (la herencia biogenética de la humanidad), y los elementos comunes de la cultura, las formas inmediatamente socializadas de capital “cognitivo”, sobre todo el lenguaje, nuestro medio de comunicación y educación, pero también las infraestructuras comunes del transporte público, la electricidad, el correo, etcétera.

Si se hubiera permitido el monopolio a Bill Gates, nos encontraríamos en la absurda situación de que un individuo concreto poseyera literalmente todo el tejido de software de nuestra red esencial de comunicación. Lo que estamos comprendiendo de manera gradual son las posibilidades destructivas, hasta la autoaniquilación de la propia humanidad, que se harán realidad si se da carta blanca a la lógica capitalista de encerrar esos elementos comunes. Nicholas Stern tiene razón al caracterizar la crisis climática como “el mayor fracaso de mercado de la historia humana”. ¿Acaso la necesidad de establecer el espacio para una acción política mundial que sea capaz de neutralizar y canalizar los mecanismos de mercado no sustituye a una perspectiva propiamente comunista? Así, la referencia a los “elementos comunes” justifica la resurrección de la idea de comunismo: nos permite ver el “encerramiento” progresivo de esos elementos comunes como proceso de proletarización de quienes, con él, quedan excluidos de su propia sustancia.

Así, en contraste con la imagen clásica de los proletarios que no tienen “nada que perder más que sus cadenas”, todos corremos el peligro de perderlo todo; la amenaza es que nos veamos reducidos a vacíos sujetos cartesianos abstractos, carentes de todo contenido sustancial, desposeídos de nuestra sustancia simbólica, con nuestra base genética manipulada, seres que vegetan en un entorno inhabitable. Esta triple amenaza a todo nuestro ser nos vuelve a todos, en cierto sentido, proletarios, y la única forma de no convertirse en ello es actuar de antemano para prevenirlo.

Lo que mejor condensa el auténtico legado del 68 es la fórmula Soyons realistes, demandons l’impossible! (“Seamos realistas, pidamos lo imposible”). La verdadera utopía es la creencia de que el sistema mundial actual puede reproducirse de forma indefinida; la única forma de ser verdaderamente realistas es prever lo que, en las coordenadas de este sistema, no tiene más remedio que parecer imposible.



[1]El nuevo espíritu del capitalismo ... describe el funcionamiento del capitalismo contemporáneo a partir de un formidable análisis de discurso de los manuales de management con los que las empresas forman a sus jóvenes ejecutivos. Y lo que encuentran es provocador. Boltanski y Chiapello vienen a decirnos que aquellos valores y deseos que en los 60 poseían un carácter contracultural, revolucionario, vital, en los 90 se volvieron los motores ideológicos del capitalismo. Consignas que en los 60 implicaban un corte radical con el pasado, con la familia, con la historia inmediata hoy funcionan como instrumentos de cohesión social, como la ideología de la época. ¿Cuáles eran esos deseos revolucionarios de los 60? Mayor flexibilidad en la vida cotidiana; mayor autonomía personal; el elogio del cambio permanente, de la incertidumbre, de la creatividad; la crítica a las estructuras rígidas, a la burocracia, al Estado; el cuestionamiento de las instituciones cerradas y la defensa de los vínculos en red; la búsqueda del placer por el placer en sí mismo, la preponderancia del deseo como motor del consumo; la utopía de un mundo global. ¿No es acaso éste el programa del capitalismo actual?”, Damián Tabarovsky en Perfil, 10-02-2008

El filántropo músico Bono huye de Hacienda jueves, 15 de mayo de 2008



El grupo irlandés U2 y su cantante solista, Paul Hewson, artísticamente Bono, conocido también por sus acciones filantrópicas, su afición a comparecer como un ecologista conspicuo y su lucha contra el hambre en África, han decidido trasladar su negocio musical a Holanda. La razón es la inminente entrada en vigor de una nueva ley, auspiciada por el Gobierno de Dublín, que impondrá el pago de la mitad de sus ingresos a los artistas que ganen más de 500.000 euros con esta clase de trabajo. Hasta ahora, la Hacienda irlandesa disponía de una cláusula que excluía de las tasas obligatorias los derechos de autor, a la que podían acogerse los artistas, incluidos los escritores. La revista 'Forbes' ha seguido el cambio de sede fiscal del grupo y ha calculado que si el año pasado ganaron 110 millones de euros, ahora pagarán en Holanda un 5% en impuestos sobre sus derechos de autor. Menos de la mitad de lo que hubieran desembolsado en Irlanda. No deja de ser una ironía que Bono haya exigido al primer ministro irlandés, Bertie Ahern, que incremente la ayuda al desarrollo que presta Irlanda al continente africano y que después le niegue los recursos vía impuestos que harían posible tal aportación.

Fuente: El Diario Montañés y El País

The Final Cut / 2 miércoles, 14 de mayo de 2008

A propósito del peso de los productores en los cortes del cine comercial o la televisión:



David Lynch venía desarrollando una incipiente carrera independiente que había tocado su punto más alto con el largometraje Eraserhead, un film de culto que pronto atrajo la atención de buena parte del ambiente. Fue entonces que el productor Mel Brooks lo contrató para dirigir The Elephant Man, film por el que obtuvo una nominación al Oscar como mejor director.

Posteriormente, el cineasta aceptó dirigir una superproducción que adaptaba la novela de ciencia ficción Dune, del escritor Frank Herbert, para el productor italiano Dino De Laurentiis, con la condición de que la productora se comprometiera a financiar un segundo proyecto sobre el cual Lynch mantendría control creativo total. Aunque el productor esperaba que Dune fuera algo así como la nueva Guerra de las galaxias, la película resultó un gran fiasco comercial, siendo además vapuleada por la crítica. Para compensar pérdidas, el estudio elaboró una versión alargada para la televisión que desvirtuaba el montaje del director y que Lynch desautorizó inmediatamente.

¿Qué sucedió? El primer montaje (rough cut) de Dune duraba unas cuatro horas sin los efectos de post-producción, y el corte que Lynch quería se reflejó en el último guión que duraba tres horas. Sin embargo, Universal Pictures y los financistas de la película esperaban un corte estándar de 120 minutos. Para acortarlo, los productores se juntaron con Lynch y removieron numerosas escenas, filmaron otras que comprimían elementos concentrados o simplificados de la trama, y agregaron narraciones en off, incluyendo una nueva introducción, en el corte final. Muchas de las escenas más "gory" fueron eliminadas para el lanzamiento cinematográfico. [1]

Lynch más tarde diría: "Estaba haciéndola para los productores, no para mí. Es por eso que el derecho al corte final es crucial. Una persona debe ser el filtro para todo. Creo que esto es toda una lección: se supone que tenemos que aprender cosas. Pero tres años y medio para aprender aquella lección... es demasiado." [2] Y en otra entrevista concluía: "No debí haber hecho esa película, pero vi toneladas y toneladas de posibilidades para cosas que amaba, y ésa era la estructura para hacerlas. Había tanto lugar para crear un mundo. Pero recibí fuertes indicaciones de De Laurentiis sobre qué tipo de película esperaban, y supe que no tendría el corte final. Y poco a poco -y ese es el peligro, porque no sucede de a trozos, sucede en las más minúsculas depilaciones-, poco a poco cada decisión se fue haciendo con ellos y con su tipo de película en mente. Entonces estaba destinado a ser un fracaso, para mí." [3]


[1] "David Lynch" en Wikipedia
[2] Richard Corliss, "Czar of the Bizarre", revista Time, octubre 1990
[3] "Star Wars Origins: Dune" Moongadget.com

Tarea para el hogar miércoles, 7 de mayo de 2008

Me voy por el fin de semana pero les dejo una tarea para el hogar.



Relacione la siguiente publicidad con los conceptos "relativismo posmoderno" e "imperialismo cultural". Comente brevemente. Fecha límite de publicación del comentario: lunes 12 de mayo.

La libertad y el Mayo Francés martes, 6 de mayo de 2008



(...) En 1968 fue muy significativo encontrar refugio en la palabra. En realidad, no se podía hacer nada, pero se podía proclamar con palabras la revolución: de ese modo, al menos, era posible. Cuando se sostiene que se había "tomado la palabra", que los jóvenes habían "tomado la palabra como sus antepasados habían tomado la Bastilla" se escuchaba una afirmación muy iluminante. Cuando todo ha fallado se puede decir que todo se ha logrado; con tal que se salven la grandeza y una dimensión ética dilatada hasta las estrellas.

Jamás Napoleón pronunció un discurso tan exaltante sobre la victoria como después de Marengo, que fue una derrota. En 1968 no se podía "tomar" otra cosa, pero en sustancia se trataba sólo de demostrar que la toma de la palabra era la única cosa importante y verdaderamente liberadora. Recuérdese el sabio diagnóstico de Glucksman: gracias a ese acto inaudito, han desorientado completamente al adversario. El mundo burgués los esperaaba a un lado de la barricada con su ley, su moral, su estructura económica del dar y del tener y con sus policías; ellos han descuidado todas esas insidias, han vencido la revolución de la liberad, justamente, porque han cumplido una acción gratuita. No han atacado allí donde se esperaba: han hablado espontáneamente; ese flujo de palabras libres es la libertad misma a la cual los burgueses no podían oponer nada. La libertad asume dimensiones grandiosas cuando se abstrae de la pequeña, mezquina batalla por la posesión efectiva de los medios de producción y por el vuelco del Estado. Pero ¿cómo no ver el carácter puramente ilusorio de la operación? No es otra cosa que el canto de la libertad de los esclavos negros. Ciertamente la palabra es propia del hombre pero él habla, habla y habla cuando no puede hacer nada.

No por casualidad, justamente, en nuestro mundo occidental, rígido y tecnológico, prospera una filosofía del lenguaje y del discurso. La insistencia del estudio del lenguaje es la expresión involuntaria de una sociedad que no tiene otra libertad salvo la de hablar. (...)


Jacques Ellul, "Las estructuras de la libertad"

Blogs o el espectáculo del yo domingo, 4 de mayo de 2008

Esta época espera que cada hombre y cada mujer, cada niño y cada anciano, sean ricos o pobres, se transformen en "emisores". ¿De qué? Carece de relevancia, puesto que la experiencia del mundo se ha vuelto definitivamente fugaz.

por Christian Ferrer



Los hombres que daban forma a una generación literaria podía ser encontrados, en otros tiempos, sentados en cafés estratégicos y sacando filo o espoleta a un manifiesto más o menos tremebundo, cuanto menos quejoso e invariablemente urgente.

Si algún destino existía para ellos, se resumía en fama u olvido. Las revistas culturales solían ser portavoces, o altavoces, de las intenciones grupales, es decir engranajes esenciales de su cadena de distribución. Hoy, además, hay blogs en Internet, cuyos precursores fueron las secciones concedidas por los diarios a las letras y las bellas artes, "espacios" luego confirmados por la televisión.

El blog "de ideas" ya es una institución de la cultura y los debates actuales en torno a su consistencia ontológica y técnica suponen una trifulca altisonante acerca de sus incumbencias, no menos que por la porción de prestigio e influencia que otros medios ya consagrados o habituales necesariamente han de ceder. No obstante, se sabe que de tales grupos literarios o intelectuales la posteridad picotea, a lo sumo, algún autor, algún título, si es que lo hace.

La causa de la preferencia por ciertos "soportes" de ideas, sea en papel o en pantalla, difícilmente será encontrada en el contenido, siempre perecedero, sino en la potencia articuladora y amplificadora de su forma técnica, que es mayor, incluso inmensa, a las posibilitadas por una revista o un libro.

A juzgar por las "visitas", los lectores se multiplican como peces, en el supuesto de que los números computados por el "contador" del sitio informático signifiquen algo. En todo caso, los números altos de tirada de edición siempre han significado éxito, y no valor.

De Internet se dice que es una "revolución", palabra que ha demostrado ser un concepto productivo, además de coartada y consigna. En su momento, también la invención del automóvil modificó "el soporte" y la celeridad de la circulación de la carne humana sin cambiar por ello el lugar de destino ni el motivo de la cita: fábricas, oficinas, ventanillas para trámites, complejos turísticos. Lo importante era la circulación en sí misma, y la novedad. Por debajo, sosteniéndolas, una enorme trama de intereses económicos y políticos.

En fin, que no faltó el exaltado que calificó al zapping de manivela libertaria de la audiencia. Ahora, al igual que cien años atrás, se cree que el desinterés o el escepticismo por los símbolos del "progreso" es una actitud poco menos que bárbara, parecida a la de esa gente que afea el paisaje urbano por no respetar los dictados de la moda. Es inevitable que cada época se ilusione con sus juguetes nuevos.

Nada a objetar: los sitios informáticos de ideas son tan útiles y significativos como lo eran las revistas y las bibliotecas. Pero suponerlos un trastrocamiento revolucionario en el orden de la cultura es el tipo de exageración enfática que suele acompañar a los discursos de sobremesa. Lo cierto es que el contenido raramente confirma otra cosa que no sea la apoteosis y el espectáculo del "yo", esa antigua muletilla de la vanidad y el narcisismo. Internet podrá parecerse a una galería de espejos deformantes, pero la retórica circulante se remite a un pronombre personal.

Ya es bastante difícil escribir dos o tres buenos ensayos o ficciones al año. La sola idea de publicarlos tres veces al día da vértigo, salvo que la opinión, por sí misma, haya devenido en género literario hegemónico, no menos que el carneo, el vómito y la maledicencia, juicios soeces que abundan en ese módico circo romano aunque sin el gracejo que el ingenio popular suele dejar en las paredes de los mingitorios públicos.

Esta época espera que cada hombre y cada mujer, cada niño y cada anciano, sean ricos o pobres, se transformen en "emisores". ¿De qué? Eso carece de relevancia, puesto que la experiencia inmediata del mundo se ha vuelto tan fugaz como una primera plana de periódico. Y por cierto, que los matutinos debatan la naturaleza de estos sitios informáticos es algo muy natural, puesto que nada hay más parecido a un diario que un blog con pretensiones culturales. Ambos han de ser llenados todos los días.

El blog, al igual que antes la revista de cenáculo, es menos una herramienta generacional que una tradición moderna: hay que hacer algo de ruido allí abajo para que los de arriba hagan lugar a las nuevas generaciones, si es que éstas mismas no son otra cosa que un abuso académico de fechas de nacimiento concordantes. El barullo ha de ser lo más sonoro posible, pues hay gente aún más joven en las gateras exigiendo inclusión social. Quizás por eso la edad de los pregones más entusiasmados por la novedad técnica suele estar más cercana al nicho del cementerio que a la sala de partos del hospital.

Separados al nacer sábado, 3 de mayo de 2008


Sergio Lapegüe, me cae mal / Mex Urtizberea, me cae bien

Sobre velocidades y fragilidades posmodernas jueves, 1 de mayo de 2008



«La futura desaparición de los cables es mucho más que un avance tecnológico, es todo un símbolo: ya nada estará atado a nada. No se necesitará afincarse en ningún lado para poder estar donde todos están, es decir, en el espacio virtual.»

Guillermo Oliveto, presidente de la Asociación Argentina de Marketing


«La tecnología... ha logrado acortar distancias y eliminar fronteras. La velocidad con que viaja la información, actualmente, es uno de sus logros más impresionantes y esto originará una mejor condición de convivencia entre todas las naciones y pueblos»

Alberto Paiva, Gerente General de Lenovo Venezuela


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«Hay otra regulación del caminar, que proviene del tipo de suelo que se pisa. Las capas delgadas de hielo, los caminos muy húmedos, requieren velocidad para mantenerse en la superficie. Quien se mueve por temor al hundimiento se refugia en la velocidad.»

Daniel H. Cabrera, profesor y ensayista