Tito martes, 30 de octubre de 2012

Hoy encontré en mi casilla de mail este texto sobre Tito que escribí en 2008 para un taller de la UBA.
Tito, mi abuelo, murió el sábado. Tenía 76 años.


Lo primero que surge al hablar con Tito son las aclaraciones. Hace unos años fue a inscribirse en el PAMI y le pusieron Roberto. Otro día fue a sacar un celular y lo anotaron como Alberto. Lo que nadie entiende es que Tito se llama Tito. Así figura en su documento.

Tito Lodeiro, ahora sí, nació en Sarandi en 1936, y sus años jóvenes forman una de las imágenes más vivas de lo que fue el verdadero ascenso social en la Argentina. Su familia llegó a Buenos Aires proveniente de un pueblo rural ubicado en Pontevedra, España.

Su madre murió cuando él era joven pero su padre José, “apenas un gallego analfabeto”, consiguió un puesto como conductor de tranvías y consiguió ahorrar lo suficiente como para enviar a sus hijos al colegio. De José recuerda poco, más allá de su anarquismo practicante y sus duros modales. Pero de las oportunidades que supo darle no se las olvida más.

“En mi curso habían chicos que iban descalzos al colegio”, evoca. “Era un momento especial. Sabía que tenía la oportunidad, que había costado mucho tenerla, y no la pensaba desperdiciar.”

No lo hizo: se recibió un año antes que el resto de sus compañeros, y pronto entró a trabajar en una fábrica metalúrgica. “Sin saber bien cómo, me hice comunista. Es que por esa época había varios, y de los de verdad”, bromea. “Todavía debo tener el carnet en algún lado”.

Pero todo cambió cuando conoció a Aurora. “Era más grande que yo. Una asturiana. La conocí en una de esas ‘milongas’, no sé cómo las llamarán ahora”. Se casó a los 23 años, pero con una condición impuesta por la patrona: que abandonara esos grupos rojos raros en los que militaba. Tuvieron dos hijas.

Los deberes laborales y maritales hicieron que también terminara abandonando la facultad –estaba por recibirse de ingeniero–, pero su curiosidad por las ciencias exactas lo acompañó por el resto de su vida. Sin ir más lejos, su mesita de luz muestra obras de Newton y de Stephen Hawking, ambas a medio leer.

Fundó, junto con un amigo, una fábrica de armas de caza que acompañó los arriesgados vaivenes de la industria nacional. En sus mejores épocas llegó a dirigir a cien personas, pero no pudo escaparle al proceso de desindustrialización de las últimas décadas. La década menemista y la invasión indiscriminada de productos importados fue el certificado de defunción del proyecto.

“Al final me rendí y vendí todo”, admite, y de pronto la frase suena tan argentina. Esto incluyó, también, su enorme casa en el barrio de Florida. “Mis hijas ya se habían casado, así que nos mudamos a un departamento.”

Su discurso actual no escapa a aquellos de quienes se saben en el ocaso de su vida, y a menudo tiende a suponer que todo tiempo pasado fue mejor. Es un clásico: los mayores hacen coincidir el tiempo vital con el social. Sin embargo, Tito es más autoconsciente que el resto. “La nostalgia tiñe todo”, opina. “Así que tomá con pinzas mis relatos más rosas”.

Tito es ateo y no está esperando un alma inmortal o alguna reencarnación futura. Sin embargo, cree que aún le queda tiempo para vivir. Quizás ver de nuevo a Boca campeón (“es más, yo te diría, me quedan un par de campeonatos más”), comer en familia la picada de los domingos, y ver crecer a Nicolás, su nieto más chico –de nueve años–, con quien comparte la afición por afirmarle al resto “yo sé todo”. Y divertirse un poco, por qué no.

Su última adquisición fue un moderno DVD, en el que ve clásicos subtitulados. “En el cable los dan doblados, son de terror”, que queja. Y sonríe cuando se le pregunta por su película favorita: “Perfume de mujer, sin lugar a dudas. ¡Pero la de Al Pacino! Esa en la que es ciego, maneja una Ferrari y está todo el tiempo con ¡Charlie!”, dice, e imita la voz grave del personaje.

Ahora tiene 73 años, pero su frondoso pelo blanco a lo Alfredo Yabrán engaña a más de uno sobre su edad. Quizás, también, a él mismo. “En el supermercado, cuando mi señora se va a comprar la carne, yo me pongo a hablar con las promotoras”, dice, y se ríe. Y comprobando que Aurora no está cerca, agrega: “A veces me dan bola”.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Grande tito! Muy buen recuerdo fede!
Augusto

Anónimo dijo...

Descanse en paz tu abuelo...así que eres un poco asturiano también!!! hace un montón que no te leía....un abrazo!