La lucha de clases según San Marcelo martes, 10 de junio de 2008



La lucha de clases según San Marcelo
por Pablo Alabarces
Crítica, 10-06-2008

La estruendosa re-aparición de los escándalos y las disputas internas en los elencos tinellianos durante las últimas semanas dejan mucha tela para el análisis. Algunas afirmaciones son más obvias, más indiscutibles: por ejemplo, lo difícil que debe ser trabajar como cronista de espectáculos de Clarín y sobrevivir en el intento, amordazados por esa novedosa relación de los multimedios que hace del diario una especie de house organ de Canal 13. Nunca olvidaré, como ejemplo máximo de esa relación perversa entre los productos mediáticos, una emisión de Telenoche en la que la noticia “real” del día era la pelea Guevara-Garmendia, de la tira Campeones; inclusive, entrevistaban a los actores como si fueran boxeadores reales, como si el combate fuera a existir como parte de esa realidad que Telenoche se esforzaba duramente en “reflejar”. Y luego, el medio se desgarra hablando de su “credibilidad” y su “respeto por la noticia”…

Otras de las interpretaciones que estas semanas tinellianas nos dejan ver es que, frente a la tinellización de la cultura que tantos colegas vienen señalando hace rato, hoy estamos frente a un grado aún más sofisticado, que es la tinellización de la lucha de clases. Aclaremos el punto: a pesar de que hoy parezca tan difícil sostener esto, soy de los que creen que las sociedades y la historia se siguen moviendo por el conflicto entre las clases sociales; que los intereses entre ellas son, en un punto, irreconciliables, mal que le pese al peronismo, que alienta esa esperanza, o a la derecha, que le importa un bledo. Entonces, en vez de explicar las sociedades por la conciliación, la unidad o lo homogéneo, soy de los que insistentemente buscan los lugares donde esa disputa se manifiesta –convencido de que esos lugares son los que permiten ver la riqueza y la posibilidad democrática de una comunidad–. No quiero cansar con sutilezas teóricas: alcanza con afirmar que los conflictos entre clases, en el campo de la cultura, son los espacios donde se puede ver lo que las clases populares sueñan, desean o imaginan.

Pero eso, decía, ha sido reemplazado hoy por una versión más perversa, que es su reconversión tinellizada. Ya no se llama “lucha de clases”, sino “guerra” –porque son tan ignorantes que no saben ni citar bien, aunque Jorge Rial apele a Marx y Engels en su apoyo–. Y han cambiado los viejos actores, las clases –proletarios y burgueses, obreros y patrones, pueblo y oligarquía, para citar de paso a D’Elía–, para reemplazarlas con nuevas categorías teóricas: divinas vs. populares, pero especialmente finas vs. grasas (dejemos de lado el entusiasmo poco riguroso de Belén Francese, que afirmó “enanas vs. bajas”). En esta vuelta de tuerca teórica, los actores sociales dejan de definirse por su posición en la economía, sino que ahora se describen por el rol que actúan. Porque, claro, nadie cree seriamente que Dolores Barreiro “es” fina o que Marianela Mirra “es” grasa; se trata de los papeles que le tocan en el reparto de actuaciones espectaculares. Para el marxismo, esto es una vuelta de tuerca fenomenal: el trabajo y la economía no nos posicionan más en la estructura social. Lo que nos cataloga, nos construye como sujetos y nos reconoce socialmente es el estereotipo, la imagen televisiva que nos toca en el momento de entrega de títulos: fina, grasa, hueca, gato, soñador, botinera, famoso, gente –léase “público”. Hay subclases, claro, porque la riqueza social es tal que ni Tinelli da abasto, y ahí pueden aparecer los piqueteros, los ruralistas o los intelectuales, pero eso ya es problema de los movileros.

La estructura social básica está ahí, en el nuevo Manifiesto Tinellista: famosos del mundo, uníos. Todo es televisivo, y si algo hay por fuera de la televisión, solo lo sabremos en tanto y en cuanto se vuelva televisivo. Las clases sociales han desaparecido: bienvenido sea el mundo del puro espectáculo. Todavía nos queda la esperanza de que, si revisamos las categorías de la estructura de clases según San Marcelo, al menos se trata casi siempre de mujeres. Parece que los roles centrales son los que ocupan las féminas, que son ellas las que ordenan el mundo conocido y por conocer. Ese optimismo se desvanece, claro, cuando comprobamos –con una sola y mínima ojeada a la pantalla– que ese mundo sigue pertinazmente organizado por una mirada masculina, la mirada lujuriosa del mismo Tinelli, la mirada que pretende representar todas las miradas masculinas en la suya mientras corta la pollerita de la señora Carolina Baldini de Simeone o espía el busto de Karina Jelinek. La administración de la imagen –en resumen: de la economía, de la historia, de la política, de la vida– sigue siendo del macho. Más precisamente: de ese macho.

Creo que va siendo hora de pensar, seriamente –y ahora, citando a Lenin–, en tomarle el Palacio de Invierno.

5 comentarios:

Dante dijo...

Para poner en relación con el fenómeno flogger, en el cual la subjetividad también se define en torno de una relación con el espectáculo, sólo que en vez de televisivo, interneteano (y hasta ahí: los que anden con ganas busquen en youtube policias en accion + floggers + emos, de no creer...)

Nacho dijo...

Es interesante que en general cuando un intelectual aparece en un medio se corre un poquito al centro o a la derecha, y Alabarces en cambio, que tiene fama ganada en el mundo académico de pasársela hablando del chori y el vino (?), de ser medio populista digamos, de hacer pasar las necesidades de las clases populares por virtud, por "identidad", etc., aparezca en crítica bardeando a Clarín, Tinelli y Rial y hablando de la lucha de clases. :P

Anónimo dijo...

es muy bueno el articulo, lo lei en el diario critica ayer fue? besos!

Fede / Billie dijo...

Dante: De acuerdo en un cien por cien. Aprovecho para recomendar una vez más el libro "La intimidad como espectáculo" de Paula Sibilia, viene al caso.

Nacho: Otro fenómeno interesantísimo, claro. Da la impresión que Crítica como diario incipiente carece (por ahora) de los mecanismos de autocensura más marcados que sí notamos en los columnistas de La Nación y, sobre todo, de Clarín. De lo que no se dice, digamos...

Barbie: ¡Coincidimos!

G. M. Diaz dijo...

Realmente bueno, es enorme el poder tinellista, mas el mundo sigue girando, creo yo, por las clases, pero gracias a los mas medias globales, la lucha es internacional y con muchas nuevas armas de sugesión. A los de buena voluntad, la educación fundadora de libre criterio, la verdadera educación, la contención del contenedor grupo familiar y la concientización penetrante para con nuestro entorno.