¿Cómo leemos, cómo interpretamos, las revueltas sociales de los últimos años? ¿Por qué pasamos de revoluciones a revueltas y de revueltas a "estallidos"? ¿Qué lectura podemos hacer, primero en el momento y luego con otra perspectiva, sobre el 19 y 20 de diciembre de 2001 en Argentina o sobre el sinnúmero de acontecimientos sociales parcial o totalmente abortados en Latinoamérica y el mundo? Quizás algunos intentos de respuesta se desprendan de los siguientes apuntes sobre la relación entre culturas populares, medios y política.
Subjetividad, crisis y vida cotidiana. Acción y poder en la cultura
Rossana Reguillo (2004)
(...) La capacidad de convocatoria del movimiento zapatista y su fuerza para sostenerse a lo largo de diez años -tarea nada minimizable para un movimiento social- radicaron en su capacidad de irrumpir en un espacio público más que institucionalizado, esclerotizado, y hacer posible un "enamoramiento colectivo" que abrió el espacio para la imaginación y la esperanza.
Puesto de otro modo, el zapatismo supo empatar los tiempos la mayoría de las veces incompatibles de la subjetividad y la vida cotidiana con los de la política. Fue evidente que el zapatismo le había abierto un boquete no sólo a la temporalidad, sino de manera más importante aún, a los modos y maneras de hacer política. Potencia pura, imaginación, posibilidad de imaginar futuros, pero especialmente de apropiarse del presente, liberarlo del secuestro de quienes en nombre de un futuro promisorio arrancaban la posibilidad de la crítica, del goce, de la vida, hoy.
[En marzo de 2001 el subcomandante Marcos y los zapatistas ingresaron al Zócalo de la ciudad de México. Salieron así por primera vez de la oscuridad de la selva Lacandona para defender los derechos de los indígenas y conquistar con hechos la credibilidad de su fuerza política. Pero al mes siguiente los zapatistas se repliegan, dando por terminada esa "etapa de lucha". El silencio duraría hasta 2003.]
Marcos puede no ser un sectario, pero sus canales de comunicación con la sociedad "fuera del movimiento" están mediatizados. Y ahí es donde cobra un sentido problemático la fase de silencio asumida por los zapatistas entre abril de 2001 y comienzos de 2003.
Esta fase de silencios y repliegues del zapatismo fue leída como un "dar la espalda" a una sociedad que venía de una fase de esfervescencia, de logros, de conversación colectiva, de (auto)confirmaciones.
El problema aquí estriba a mi juicio en los múltiple frentes que "debe" atender el movimiento social. Si efectivamente un destinatario o interlocutor estratégico del movimiento son la llamada clase política y las estructuras de poder, como el gobierno o en su fase abstracta el Estado, el desafío es cómo colocar también en un plano de interlocución a la sociedad "no organizada" y asumir de manera explícita que las posibilidades de interlocución del movimiento con esas estructuras de poder son mediadas, posibilitadas, apoyadas u obstaculizadas por la "opinión pública".
El "efecto" agenda es casi transparente: desaparición del movimiento, luego entonces el vacío dejado por el movimiento es llenado rápidamente por otros movimientos, problemas, causas, discusiones.
Hoy el movimiento social enfrenta la dificultad del manejo de tres temporalidades: la interna, que exige un caminar pausado, consensuado, respetuoso de la diferencia al interior del propio movimiento; la externa, de cara a la sociedad en la que está inserto el movimiento; y una tercera, la temporalidad del espacio público mediático, que exige, para bien y para mal, el manejo de las lógicas, códigos, procesos de unos medios que tienen el poder de decir quién vive y quién muere a través de sus dispositivos de visibilidad. (...)
La pregunta es cómo sostener la tensión entre el impulso (la visibilidad) y el silencio (la latencia) sin renunciar a la aspiración de influir el proceso de expansión y despliegue del movimiento.
La dramatización y su reverso
Hay imágenes emocionales que pueden remover las bases más estables de los estados nacionales. A lo largo y a lo ancho de América Latina abundan las evidencias de acciones políticas que tienen la virtud camaleónica de operar simultáneamente como "imágenes fotografiables", lo que significa operar simultáneamente como "imágenes fotografiables", lo que significa "descifrables" para los medios de comunicación; como poderosas apelaciones a subjetividades diferenciadas, lo que significa "apropiables" por un conjunto diverso y disperso de actores sociales que se reconocen de pronto en una imagen, en un ritual, en una performance espontánea o intencional. (...) En estos años hemos visto aparecer poderosos símbolos-acciones, cuya posibilidad de trascendencia radica en apelar a, y al mismo tiempo remover, sacudir, ciertas certezas político culturales. (...)
Disminuida la efervescencia de la toma de calles y de plazas y de las marchas, con la consecuente "contracción" del espacio público, la multitud regresó a la soledad acompañada de su vida cotidiana, a resolver "cada quien como se pueda" las carencias y las contradicciones, a encontrarse con los suyos, a los largos soliloquios de identidades políticas profundamente fragmentadas. Las "imágenes emocionales" canalizaron por un corto período la voluntad política de miles, pero resultaron ineficientes para configurar consensos y dar forma a los antagonismos.
Visibilidad
La visibilidad se ha convertido en un problema clave para el sostenimiento de identidades, proyectos y conflictos en el ámbito de lo que ha dado en llamarse la "opinión pública". Hoy la sobrevivencia de cualquier movimiento social pasa por su capacidad de mantenerse en el debate, por esa compleja red de portavoces "autorizados" en la que se han convertido los nuevos medios de comunicación. Llevada al extremo, esta formulación señalaría que "lo que no existe en la tele, no sucede". La memoria ciudadana, o mejor, la memoria de los espectadores, está directamente articulada al repaso que los historiadores del presente realizan cotidianamente desde sus trincheras mediáticas. (...)
La rutina de los medios, en su inclemente y estratégica búsqueda de la "nota caliente", tiende a abandonar aquellos acontecimientos que se hacen "viejos" y a reinventar el mundo cada día en una persecución itinerante de lo más novedoso.
En la Latinoamérica sacudida por los vientos liberales, muchos de los movimientos sociales están organizado en torno a problemas "tan poco novedosos" como la pobreza, la exclusión, la desigualdad, la injusticia, y deben aportar unoscuantos muertos, una creativa forma de protesta o manifestación, una acusación de proporciones apocalípticas contra instituciones y personas para que su historia adquiera el estatuto de "noticiable" y por lo tanto su problema se vuelva visibile en espacio público.
En la escenificación del drama cotidiano, en la lucha por los "quince minuots" de presencia en los medios, se desdibuja el proyecto y muchos de los movimientos sociales terminan siendo rehenes de su propia fotografía, de su propia existencia efímera, en una competencia feroz por mantener la atención de unos ojos anónimos que apenas se intuyen. (...) La pregunta es si inevitablemente el costo de la visibilización será el de la espectacularización creciente.
Símbolos
Que algunos símbolos son asombrosamente expansivos es indudable. Sin embargo, resulta fundamental preguntarse por la potencia del símbolo, o mejor, del símbolo concreto, para penetrar la estructura y transformarla.
Y ello pasa por la capacidad del símbolo de hablar o hacer hablar el lenguaje de la vida cotidiana. Planteado en otros términos, el papel del símbolo de la protesta o de la acción política es de operar como un puente entre el tiempo extraordinario de la protesta y el tiempo ordinario de la vida cotidiana. Dos lenguajes y lógicas que pueden no obstante encontrar solución de continuidad en la producción de lenguajes simbólicos que logren mostrar la imbrincación profunda entre lo público y lo privado.
La energía producida por las escenificaciones en el espacio público; la emoción de la muchedumbre; la posibilidad de tocar a los otros en su diferencia y aún así encontrar un espacio para el acuerdo; la borrachera que produce someter al poder por la ironía, la fuerza del número o la imaginación, no resultan suficientes para alimentar el orden altamente codificado pero poco visible de la dinámica cotidiana. (...) Hay una tendencia a prolongar el momento de fiesta, el momento de la euforia, o dicho en otras palabras: el momento en su fase de enamoramiento colectivo, tiende a eludir la evaluación clara y legible de sus probabilidades para insertarse en el orden "institucionalizado" de lo sistémitco y de lo cotidiano. (...) El peso colocado en el "acontecimiento" ha sido tal vez una manera de posponer (al igual que el movimiento social) la pregunta por "la mañana siguiente". (...)
No sé por qué se me ocurre aquí un aforismo: el gozo del periodista es el dolor del analista. Lo que quiero señalar es que las urgencias constantes, en nuestras sociedades, alimentan el espacio de los medios de comunicación. A mayor número de "acontecimientos", a mayor escala en sus implicaciones, mayor entusiasmo mediático; sin embargo, pienso que el analista corre el riesgo de apropiarse de esta lógica espectacular y hacer descansar sus análisis siempre en los períodos de excepción: el piquete, el zapatismo, la escenificación. El vértigo como experiencia analítica.
Me asalta una pregunta por estos días. Decretado el fin del movimiento social (...), lo que estamos presenciando es ¿la revancha momentánea como única alternativa?, ¿las "interrupciones" de las que habla García Canclini en su Glogalización imaginada?, ¿la escenificación del conflicto, la obliteración de lo cotidiano mediante el simulacro de un más allá de esa subjetividad ajustada a las doxas? (...)
Salir a las calles, romper las prohibiciones explíticas todos juntos, las pertenencias, la emoción de la palabra colectiva, los poderes momentáneamente silenciados, constituyen una fuente de certezas y de fuerza, pero transcurrido el acontecimiento hay que volver a ocuparse de las cuentas, de los niños enfermos, de los roles tradicionales, de las mujeres en la cocina y los hombres en la calle. Ninguna "subjetividad" es capaz de resistir por demasiado tiempo el vértigo de lo novedoso, si se carece de un colectivo que lo sostenga a largo plazo; la "certeza" de no arriesgar las pertenencias elementales; las condiciones de plausibilidad que "contengan" la interpretación y la práctica novedosa, irruptiva.
La centralidad de la cultura
Dice Susan Sontag que el silencio "existe como decisión, existe también como castigo o autocastigo", pero y esto es lo más significativo de su análisis, "el silencio no puede existir como experiencia del público... mientras el público consista, por definición, en un conjunto de seres sensibles colocados en una situación, será imposible que esté totalmente privado de respuesta". El planteamiento de Sontag me permite enfatizar que el vacío social no existe y que, cuando el movimiento se repliega, otras fuerzas tienden a ocupar ese lugar y el "público", pensemos mejor en "la experiencia de lo público", produce múltiples formas de respuesta que operan sobre el lugar silencioso que deja el movimiento.
En la configuración de lo público predominan el estruendo, la velocidad, la saturación. Se trata de una condición difícil de contrarrestar. De igual forma, el trabajo invisible de las "estructuras" de la vida cotidiana que operan como orientaciones culturales está fuertemente instalado en los imaginarios políticos. Así, la acción colectiva no es solo decisión y estética, pero es evidente que sin estos dos componentes el movimiento social tiene pocas posibilidades de interpelar a las subjetividades sacudidas por mútiples y sucesivos estados de emergencia.
Desobediencia simbólica. Performance, participación y política al final de la dictadura fujimorista
Víctor Vich (2004)
Como formas intempestivas, surgieron en función de un rechazo concreto, crecieron cuando se debilitaron las instituciones oficiales, y no tuvieron liderazgos claramente definidos. (...) Se trata de movimientos ciudadanos en busca de valores democráticos que aspiran a sustituir a la política representativo mediante un comportamiento ético menos delegativo.
Sin embargo, pienso que la pregunta sobre la importancia de la performance ya no debe concentrarse únicamente en la densidad interpretativa de sus símbolos sino, más bien, en las posibilidades de su continuidad política, vale decir, en la pregunta de si aquello simbólico logra articularse con algo más totalizador y se vuelve realmente capaz de remover estructurales sociales tan hondamente arraigadas en nuestra tradición. (..)
Como fenómenos intermitentes, insisto en que dichas performances tienen el valor de sentar un precedente simbólico en la constitución de nuevos sujetos, pero es cierto que todavía no consiguen articularse dentro de una propuesta política mayor y más radical. (...) La performance como evento simbólico y político necesita superar su debilidad constitutiva para lograr una mayor continuidad en el tiempo, construir mayor representatividad y propiciar aquí un verdadero cambio que comience a destruir los viejos poderes que nos constituyen. La salida parece vislumbrarse, no en la performance en sí misma, sino en su compleja articulación con otras y múltiples estrategias de revuelta.
Zizek piensa que más allá de su éxito o fracaso este tipo de acciones termina siempre por producir en los sujetos una sensación insatisfactoria, en tanto inevitablemente sus símbolos llegan a articular un conjunto de reclamos que son más totalizadores que el conjunto de demandas particulares sobre las cuales se constituyeron.
De esta manera, aparece en la sociedad contemporánea una nueva lógica ("pospolítica") que tiene como objetivo absorber las disrupciones y restarles toda aspiración que se encuentre más allá de las demandas concretas. En otras palabras: por la imposibilidad de producir una crítica social mucho más totalizadora. (...) Zizek subraya que estos movimientos cumplen una función importante pero no necesariamente implican la formación de un sujeto político realmente nuevo.