El fin del Estado de Bienestar / 1 martes, 5 de mayo de 2009



La sociedad opulenta y el consenso sobre el bienestar

Decir que el estado de bienestar de posguerra disfrutó de algo parecido a un consenso universal sería una exageración. Desde su mera aparición se ha enfrentado a críticas. Así, un pequeño grupo de economistas, entre los que probablemente sean Hayek y Freidman los más conocidos, criticó duramente la economía mixta y el estado de bienestar. El estado de bienestar, advirtieron, significaba el camino a la “servidumbre” y a la ruina económica. Este punto de vista también fue adoptado por numerosos políticos conservadores en la mayor parte de los países occidentales. Aún así, lo que fue distintivo de los años 50 y 60 es que, fuera de un pequeño círculo de creyentes, este anti-colectivismo nunca fue tomado muy en serio, sus ideas nunca tuvieron mucho respaldo político –y menos aún intelectual– (…) Ningún político pragmático puede defender verdaderamente el desmantelamiento del Estado de bienestar y la devolución de servicios básicos como la salud, la educación y las pensiones, al mercado y a las iniciativas voluntarias. El compromiso del estado con el mantenimiento del pleno empleo, la provisión de servicios básicos a todos los ciudadanos y la prevención o la lucha contra la pobreza parecen ser una parte tan fundamental de la sociedad de posguerra que casi los convierte en irreversibles. (...)

Los gastos sociales suponían una redistribución de los recursos horizontal más que vertical. El estado de bienestar no era un Robin Hood robando a los ricos para ayudar a los pobres. Más aún, lejos de ser pernicioso para la economía era evidente que muchos servicios sociales –siendo la educación el mejor ejemplo– estaban diseñados con el propósito de contribuir directamente al proceso de crecimiento económico.

Por lo tanto se puede decir que, en aquella época, existía un acuerdo social que aparentemente generaba pocos costos y muchos beneficios, entre los que se incluían el mantenimiento de la estabilidad social y el desarrollo de un sentimiento de solidaridad y comunidad nacional. No es sorprendente, pues, que el consenso sobre política social estuviera muy extendido. (…)



El capitalismo “hecho seguro”: Keynes y Beveridge

El Estado de bienestar de la posguerra se basaba en dos pilares: uno Keynesiano y el otro Beveridgiano. (…) El elemento Keynesiano defendía la capacidad del gobierno para controlar la demanda en una economía de mercado a través de una intervención adecuada. Podemos considerarlo, por lo tanto, como el componente “económico” del Estado de bienestar. Por otra aparte, el concepto Beveridgiano de seguridad (entendido en sentido amplio) constituía el componente “social”.

Lo que era nuevo, especialmente en los países anglosajones, era que el principio de intervención social se manifestara de forma explícita, y que el marco institucional que hacía al estado responsable del mantenimiento de unos niveles de vida mínimos se convirtiera en una realidad diseñada con detalle. Esto significaba juntar los recursos de la sociedad y repartir los riesgos. La seguridad social resumía esta nueva tendencia. La universalidad en la cobertura de la población, la amplitud de los riesgos cubiertos, prestaciones adecuadas y el concepto de ciudadanía en lo referente a los servicios sociales constituían los elementos centrales de esta propuesta.

Ahora bien, tanto Keynes como Beveridge daban por sentado que estos mecanismos de intervención estatal y de provisión de servicios complementarían a la economía de mercado. Se intentaba hacer a la economía de mercado más productiva, estable y armoniosa. (…) La racionalidad de la reforma se basaba en que las relaciones eran positivas y beneficiosas. Ni la economía de mercado ni la estructura de clases iban a cambiar de forma radical. Era una auténtica reformulación del capitalismo liberal.

El estado de bienestar de posguerra era, sobre todo, un mecanismo de integración social. Los programas universales y de amplias prestaciones, como los de pensiones, salud, bienestar personal, manifestaban la idea de una “nación” o una “comunidad nacional” en un medio de capitalismo de mercado y de desigualdad de clase. En resumen, el estado de bienestar pretendía hacer al capitalismo liberal económicamente más productivo y socialmente más justo. (…)

En la década del 50 y 60, parecía obvio que el estado de bienestar no sólo no estaba haciendo ningún mal, sino que quizás estaba ayudando al avance de la propia economía de mercado y del capitalismo. El debate sobre el bienestar se centraba en los problemas de distribución, considerando la producción –un crecimiento más o menos constante del producto nacional– como algo dado. Incluso el marxismo, la teoría más venerable sobre conflicto y contradicciones, enfrentado con el aparente éxito del capitalismo de bienestar, tendía a considerar al bienestar social en términos funcionales positivos.

La promesa de una “ciencia” social

Otro desarrollo teórico que ayudó a legitimar el estadio de bienestar de posguerra y, de forma más general, la idea de intervención social o ingeniería social, fue la promesa de poder llegar a construir una “ciencia social”. (…) La economía avalaba la promesa de que la sociedad podría en el futuro dirigir sus asuntos de forma “racional” en vez de abandonarlos al azar, el laissez-faire, el funcionamiento del mercado, o las modas. Esta racionalidad social era, después de todo, uno de los aspectos derivados de la racionalización del mundo moderno que tan poderosamente había reflejado Weber.
(…) No era necesaria una planificación total y un nuevo reparto de papeles entre las organizaciones sociales, sino el estudio y corrección de algunos males específicos. Y esto, más o menos, era lo que pretendía el Estado de bienestar. Pretendía dejar tal y como estaba a la mayor parte de la sociedad, influyendo a la economía de mercado como mecanismo de autorregulación, y eliminar algunos de sus desequilibrios y conflictos mediante cuidadosas intervenciones selectivas.

El retroceso

A finales de la década de los 70 la mayor parte de estos elementos de sustentación se habían debilitado. El crecimiento económico permanente de las primeras décadas dio paso a un estancamiento económico acompañado de altas tasas de inflación. De vez en cuando, el estancamiento con inflación amenazaba con convertirse en recesión con inflación. En términos globales, la economía occidental estaba en recesión. El desempleo había aumentado prácticamente en todos los países. (…) La racionalidad económica del estado de bienestar se ha debilitado de forma significativa, dejando tan sólo, en su lugar, los aspectos sociales. De hecho, con un desempleo creciente, su función amortiguadora se hace cada vez más evidente.

El eclipse del keynesianismo ha conducido a la disociación entre lo social y lo económico, y a su progresivo distanciamiento. Cada vez es más frecuente considerar que los gastos sociales y el bienestar social tienen consecuencias negativas para la economía.


Mishra, Ramesh: El Estado de bienestar en crisis, Colección Ediciones de la Revista del Trabajo N° 33, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, Madrid, 1992.

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