Almuerzo con el FT: Slavoj Žižek
por John Thornhill
Editor de noticias del Financial Times
06-03-2009
Mientras viajo a Ljubljana para encontrarme con Slavoj Žižek, leo dos interpretaciones diferentes del hombre y su obra. Una describe a este culto filósofo esloveno marxista (aprecio la improbabilidad de aquella descripción mientras la escribo) como un valiente intelectual que revoluciona la manera en la que entendemos al mundo. La otra sugiere que es un bufón fatal, cuyo humor ingenioso y “confusión desorientante” esconden sus intentos de absolver al totalitarismo y de rehabilitar varias de las ideas más malvadas del siglo XX.
De cualquier forma que se lo mire, Žižek ciertamente tiene un talento para inspirar polémica intelectual. Autor de una serie de provocativos libros sobre política, psicoanálisis, ideología y cine, da charlas apasionantes alrededor del mundo, yuxtaponiendo teoría marxista, psicoanálisis freudiano y cultura pop. Es el héroe de una película, Žižek!, en la cual grabó algunas de sus conferencias más cómicas, y el narrador de otra, The Pervert’s Guide to Cinema, una anárquica interpretación crítica de 43 películas populares.
Actualmente instalado como el director internacional del Birkbeck Institute for the Humanities de la Universidad de Londres, Žižek fue votado uno de los 25 intelectuales más importantes del mundo por los lectores de la revista Foreign Policy. También es celebrado en el International Journal of Žižek Studies, una revista digital lanzada en 2007 por un grupo de admiradores con el fin de debatir sus ideas y superar “el ruido intelectual de frases insistentes”.
Žižek parece un paquete de encanto desalineado al llegar al restaurant Pri Vitezu, en el corazón de la pintoresca capital de Eslovenia, lugar donde nació. Vestido con jeans y una camisa azul a cuadros, despeinado y con barba desprolija, el filósofo de 59 años es una maníaca y perpetua máquina de pensar. Con su acento eslavo, lenguaje vulgar y sintaxis ocasionalmente torturada, las palabras salen de su boca en como un torrencial fluir de la conciencia. Antes incluso de haber abierto el menú, ya discutió su diabetes incipiente y sus palpitaciones cardíacas, las dificultades que conlleva criar un hijo de nueve años, la inaceptable falta de “buena diversión burguesa”, alimentos digeribles o juguetes atractivos en el Eurodisney de París, sus días como estudiante en París, y sus problemas favoritos en Berlín. “Mi vida es totalmente confusa”, dice.
Intentamos simplificar nuestras vidas pidiendo algo de comida. Pero Žižek está sorprendido por la mezcla de cocina internacional estándar y las especialidades eslovenas locales en el menú de lo que una vez fue un punto de encuentro para los intelectuales comunistas de Yugoslavia ahora transformado en una bodega burguesa con arcos en el techo y retratos antiguos de oficiales condecorados de la armada. “Para ponerlo en mis términos estalinistas, este restaurant no tiene un claro perfil ideológico”, bromea. Recomienda la sopa hecha de sabrosos hongos locales y elige los medallones de carne. Yo paso y elijo un cordero sazonado. Para tomar, agua con gas.
Le pregunto sobre la crisis financiera, esperando algún comentario político incendiario sobre la agonía del capitalismo. ¿La crisis trae noticias de una revolución? “No, no, no. Soy un marxista extremadamente modesto”, responde, de manera decepcionante. “No soy una persona catastrófica. No digo que la revolución esté a la vuelta de la esquina. Soy perfectamente consciente de que no habrá ninguna solución comunista a la vieja usanza”.
De todas formas, insiste, la crisis financiera terminó por matar la utopía liberal que floreció luego del colapso de la Unión Soviética en 1991 y toda esa gran charla sobre “el fin de la historia”. Los ataques terroristas de septiembre de 2001 y el bajón financiero acabaron con el mito de que la economía de mercado y la democracia liberal tienen todas las respuestas a todas las preguntas. En el corto plazo, al menos, los gobiernos intervendrán más desde el Estado y coordinarán globalmente la intensificación del sistema capitalista. En este sentido, sugiere que el liberal Barack Obama quizás algún día sea recordado como uno de los mejores presidentes conservadores de la historia de los Estados Unidos.
Pero aunque el capitalismo sea temporalmente reparado, dice Žižek, esto no resolverá sus contradicciones inherentes. El colapso alarmante de la sociedad llevará a nuevas formas de apartheid y estados de emergencia. Žižek subraya la creciente militarización de Italia, donde el gobierno envió a las fuerzas armadas a Nápoles para lidiar con la mafia. Sostiene que São Paulo está mutando en una versión verdadera de la película Blade Runner. La ciudad ahora tiene 70 helipuertos en donde los ricos viajan, literalmente, a otro nivel que los pobres.
El capitalismo, afirma, es incapaz de resolver los grandes desafíos del momento: la catástrofe ambiental y el abuso de la tecnología de la información, los derechos de propiedad intelectual y la biogenética. Las sociedades deberán inventar nuevas formas de propiedad y de bienes comunes o perecerán. “Mi principal crítica al capitalismo liberal no es que sea malo, sino que no puede durar para siempre. El comunismo debe ser reinventado”, subraya.
Mientras deglutimos nuestras ensaladas verdes y le entramos a nuestros deliciosos platos principales, Žižek dice que lo que le más le fascina en este momento es la batalla ideológica sobre cómo interpretar la crisis financiera. La clase dominante está tratando de correr la culpa del sistema capitalista global como tal hacia sus desviaciones accidentales –como la blanda regulación o la corrupción de las grandes instituciones financieras. En algunos aspectos esto le permitió a los capitalistas afirmar sus valores más agresivamente: al tiempo que salvaban a Wall Street, destruyeron acuerdos colectivos en General Motors y relegaron los problemas del calentamiento global, el sida y el hambre.
“El problema hoy es que al tener caos y desorden, las personas pierden su mapa cognitivo. Entonces se vuelve una lucha abierta sobre cuál interpretación se impondrá”, afirma. “No hay que olvidar que así fue como Hitler ganó”. Según Žižek, la razón por la cual Hitler llegó al poder en la década del ’30 fue porque ofreció la interpretación más atractiva de eventos desastrosos. Simplemente complació a los alemanes asegurando que su ejército había sido traicionado en la Primera Guerra Mundial y echándole toda la culpa a los judíos.
Pedimos ensalada de frutas.
Žižek está obsesionado con la manera en la que las sociedades interpretan los eventos y en los sistemas de creencias que sostienen a la política. Una de las “fábricas” ideológicas más poderosas –argumenta– es Hollywood, la cual ayuda a forjar nuestra comprensión del mundo. Žižek admite que disfruta muchas películas de Hollywood y dice que las mejores, como Short Cuts de Robert Altman, merecen ser llamadas arte y son superiores a muchas “falsas” películas europeas. Pero, sugiere, Hollywood también cumple una función ideológica, moldeando la manera en la que guiamos nuestras vidas. “No me refiero a grandes esquemas ideológicos. Todo eso murió, ya lo sé. Lo que me interesa es la ideología como parte de la vida cotidiana”, sostiene. “Lo que me interesa es: ¿cuál es el mensaje? Me gusta encontrar texturas diferentes que den como resultado una historia distinta”.
Por ejemplo, Titanic. La mayor parte de los espectadores lo ve como una simple historia de amor. Žižek no. Muchos críticos notaron el tono anti-establishment de la película: cómo los pasajeros ricos son crueles, mientras que aquellos en los compartimentos inferiores eran más considerados. Pero –afirma Žižek– el film, lejos de subvertir el orden social, lo refuerza. La verdadera narrativa trata sobre una chica rica y malcriada que perdió su identidad. Toma a un amante de clase baja para restaurar su vitalidad, para rearmar su ego. El amante literalmente dibuja su imagen. “Y luego, después de que su trabajo terminó, el puede irse al carajo y desaparecer. Él es lo que en teoría llamaría un mediador puro que se desvanece. No es una historia de amor: es una explotación vampírica, egoísta.”
Luego de discutir los “mensajes” ideológicos de Batman, Kung Fu Panda y La Vida de los Otros, los cuales todos –cada uno a su manera, bien diferente– exploran cómo podemos (con)vivir felizmente con la traición, llegamos a los parecidos entre la película de cine catástrofe de Armageddon y La Caída de Berlín, la gran película estalinista de 1949. Esto dispara el argumento de Žižek sobre la fascinación mutua entre Hollywood y las altas esferas estalinistas: cómo los productores de King Kong le robaron la idea de un gorila gigante en la cima de un rascacielos a los arquitectos futuristas que querían instalar una estatua gigante de Lenin en la cima del Palacio de los Soviets; y cómo las estrellas de cine favoritas de Stalin eran Ginger Rogers y Fred Astaire.
Lo que le intriga particularmente a Žižek es cómo películas que aparentemente resisten la ideología hegemónica, como Titanic, a menudo sirven para consolidarla. Algo parecido sucedía, sugiere, en los tiempos comunistas, cuando quienes contaban chistes aparentemente subversivos sólo conseguían expandir el cinismo y la indiferencia –exactamente lo que la nomenclatura del partido necesitaba para sostener su mandato. Como miembro del partido Comunista en los últimos años de Yugoslavia, Žižek recuerda muy bien cómo los líderes del país sostenían el régimen explotando la pasividad de la población.
“Si me preguntás a punta de pistola qué es lo que realmente amo, diría que leer idealismo alemán, Hegel. Lo que más me gusta, lo que más amo, es la objetividad de la creencia”, dice. A pesar de que la gente puede asegurar que no cree en el sistema político, su cinismo inerte lo valida por sí solo. Esto puede explicarse, de acuerdo con Žižek, por la teoría marxista del fetichismo de la mercancía, esta idea según la cual la manera en la que nos comportamos en sociedad está determinada por fuerzas objetivas de mercado más que en creencias subjetivas. “La importancia está en lo que hacés, no en lo que pensás. Me encanta esta transposición dialéctica”.
Žižek continúa hablando sobre marchas militares, que comenzó a apreciar durante su tiempo en la armada yugoslava. Canta una de las que aparece en la película Nacido para matar, silenciando por un momento todas las otras conversaciones en el restaurant. “I don’t know but I’ve been told / Eskimo pussy is mighty cold.” Continúa, en cualquier caso: “Lo que aprendí de mi propio servicio militar es que todos los chistes obscenos, esas aparentes formas de rebelión, son exactamente lo que el poder precisa para reproducirse a sí mismo. No hay nada subversivo en ello.”
¿Pero qué hay del propio uso del humor por parte de Žižek? En un artículo condenatorio aparecido el año pasado en The New Republic, Adam Kirsch, uno de sus principales editores, acusó a Žižek de corrupción moral, preguntándose si su audiencia no estaba demasiado ocupada riéndose de sus chistes como para poder escuchar lo que realmente tenía para decir. Debajo de la superficie cómica, sostenía Kirsch, Žižek intentaba “deshacer todos los logros de los pensadores de posguerra, que nos enseñaron a considerar al totalitarismo, el terror revolucionario, la violencia utópica y el antisemitismo como inadmisibles en el discurso político serio”. ¿Qué podemos hacer, después de todo, con el argumento aparentemente absurdo del último libro de Žižek, En defensa de las causas perdidas, según el cual Stalin, autor de alguno de los crímenes más monstruosos del siglo XX, “salvó a la humanidad del hombre”?
Claramente dolido por el ataque de Kirsch, Žižek denuncia a su crítico norteamericano como un estúpido. Luego clarifica su actitud aparentemente ambigua hacia el estalinismo. En primer lugar, reconoce sin matices todos los sufrimientos humanos que ocurrieron durante los tiempos de Stalin y enumera una serie de “bonitas, horribles” historias ilustrando la crueldad excepcional de aquellos años. Pero, insiste, tendríamos que hacer un esfuerzo por entender al estalinismo como fenómeno. “Uno puede argumentar que hubo más violencia, incluso, que bajo el régimen de Hitler”, dice. “Pero Hitler era un tipo malvado que anunció que haría cosas malvadas y las hizo. La verdadera tragedia del estalinismo es que comenzó como una explosión popular de igualdad emancipatoria. No tenemos una buena teoría de por qué esto se transformó en una pesadilla aún peor.”
Lo que a menudo no comprendemos, sostiene, es cómo el estalinismo fue una contrarrevolución, reaccionando contra las ambiciones utópicas, “post-humanas” de los líderes bolcheviques en la década del 20. Los extremistas comunistas predijeron el día en el que los trabajadores vivirían en una sociedad perfecta, sin la necesidad de emociones, siquiera nombres, y en donde la sexualidad y la vida familiar quedarían suprimidas. Pero Stalin fue mucho más conservador, reaccionando contra el arte de vanguardia e insistiendo en la santidad de la vida familiar. “El estalinismo reaccionó contra aquellas distopías negativas que eran aún más atemorizantes. El estalinismo fue, en ese sentido, un regreso a la vida normal. Muchos olvidan eso.”
¿Deberían los tipos como Žižek dedicarle tanto tiempo a tratar de entender el mundo cuando, como Marx insistía, la idea es cambiarlo? Žižek, el marxista modesto, cree que nuestros tiempos son tan extraordinarios que necesitamos entender completamente qué está sucediendo antes de poder actuar inteligentemente. “Necesitamos retraernos, reflexionar y pensar”, dice.
Tal como él lo ve, el rol de los filósofos es ayudar a mejorar las preguntas que las sociedades deberían preguntarse y obligarnos a pensar, antes que hacer aparecer soluciones listas para ser usadas en todos nuestros problemas. “Me siento como un mago que sólo produce galeras y nunca conejos”, afirma.
Traducción: Federico Poore
Hace 4 años.
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