De críticas, autocríticas y diversiones viernes, 8 de octubre de 2010



















Imagen por Pete Simon

(...) Criticar al otro siempre resulta un signo de debilidad. Le falta altura y elegancia. Lo interesante –lo significativo– debe ser criticarse a sí mismo, buscar en las propias conductas y opiniones el error, el truco: no creerse, desconfiar de sí mismo.

Pero me parece que eso también es un lujo. Es posible en los tiempos felices. Supongo que en momentos de cierta urgencia no hay más remedio que criticar al adversario, hostigarlo lo poco que se pueda. No es más que una reacción defensiva: una de las formas de constituir un nosotros, una ficción de identificación que nos sirva para creer que resistimos algo: que somos algo.

–Sabe que no le entiendo. Me parece que se está hundiendo en la incoherencia, digo.

Seguramente. Es otro de los lujos que uno no siempre puede permitirse. Yo creo –realmente creo– que la única forma casi honesta de hablar es la pregunta. La interrogación, la duda. El cuestionamiento del propio lugar, de las propias palabras. Afirmar, si acaso, pero dudando de lo que uno afirma. Y cada vez me sorprende menos la confirmación de que los discursos que funcionan –quiero decir: que se transmiten bien, que llegan a su público– son los que afirman sin fisuras. Los que simplifican las cuestiones, toman de cada cosa uno o dos puntos y los presentan como únicos y sin contradicciones. Los discursos del poder, de los políticos, de los periodistas que saben, de los especialistas.

Entonces: ¿será que para intervenir realmente en los debates hay que dejar de lado ciertas convicciones y ponerse a criticar más que nada al otro, y a reducir todo a uno o dos aspectos fáciles, y a disparar certezas con seguridad odol?

Y si no, por lo menos, hay que ser divertido. (...)
Esto escribió Martín Caparrós en noviembre de 1993, cuando todavía no existían ni Twitter ni 678.

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Mientras, tanto hace unos meses y ahora sí vía Twitter, un tal Malaquias80 decía:
Hemos evolucionado de paradigma. Antes: pueblo - oligarquía, Nación - imperio, proletariado - burguesía. Ahora: buena onda - mala onda.

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