El 15 de agosto, horas después de las PASO, escribí el siguiente punteo de datos favorables:
- No hay escenario de ballotage con la derecha
- No hay un claro segundo que pueda llamar a una polarizacion "voto útil" tipo el votemos-a-Carrio-para-que-no-gane-Cristina de 2007
- Entró el Frente de Izquierda con más de medio millón de votos; la izquierda vuelve a tener el peso electoral/legislativo de 1999-2003. Esperemos que esta vez lo aprovechen.
- Binner está en alza y puede haber una "final de progresistas" en octubre
Dos meses después, las elecciones generales han ratificado estas percepciones, con algunos agregados.
1. Un escenario indudablemente más "progresista". Durante todos estos años, el kirchnerismo creció (y ocupó el espacio asignado al progresismo) defendiéndose de un supuesto avance de "la derecha", enemigos a los que elegía sistemáticamente. Esto tuvo un costo: en ciertos temas sensibles, como el tópico de la seguridad ciudadana, el gobierno nacional siempre apareció a la defensiva. El cómodo rédito político de quedar como la "nueva política" frente a dinosaurios como Eduardo Duhalde parece haber desaparecido, y en su lugar la oposición hoy queda liderada por otro "progresista", Hermes Binner, cuyo socialismo también tendrá que revalidar. Como ya hemos dicho alguna vez, esta es la ventaja de tener gobernantes pretendidamente progresistas: que, a diferencia de los Bush y los Menem de este mundo, siempre se les puede intentar hacer cumplir sus propios mitos fundadores, su componente social.
2. Frente Amplio No Kirchnerista. Por supuesto que los votos del FAP no son sólo "suyos", ni necesariamente progresistas. Recordemos que Binner se impuso entre el ABC1 urbano, parte del cual -sin dudas- había votado al propio Duhalde en las primarias (que pasó de 12% de los votos nacionales en las PASO a poco más del 5%). Y eso nos lleva al próximo problema...
3. Un problema de representatividad. No hace falta salir demasiado del microclima políticamente correcto para darse cuenta que la Argentina no se convirtió, de pronto, en un enorme Frepaso. No comemos vidrio. Sabemos que en la sociedad argentina existe un núcleo duro, de al menos un 30%, que se identifica con la agenda de la derecha. ¿Dónde están hoy esos votos? ¿Duhalde, Scioli, Pinedo, Urtubey, Insfrán, no fueron, votaron en blanco, Macri 2015? Hay que pensarlos. Y hay que pensar qué puede pasar ahora que no existen figuras "de masas" acordes con esos porcentajes que puedan canalizar, en el día a día, una centroderecha en el país.
4. Balances K. Hay que poder leer las ambigüedades, entender los procesos. No quiero arriesgar un balance de los ocho años de kirchnerismo -no faltará el momento y el lugar-, pero convengamos que estos fueron años tanto de errores, transas, amagues, agaches, roscas y acuerdos con la derecha como de extensión de una "agenda social", que se dio en especial a partir de 2008-2009. Quienes criticamos por izquierda al gobierno a medida le achacamos que haya "hecho poco y nada" por cambiar una matriz (energética, de transporte, extractiva, del mercado de trabajo) preexistente, pero no que haya avanzado sistemáticamente en contra de los intereses de las grandes mayorías (como sí lo hicieron, de manera feroz, el menemismo y el delarruísmo). En algún lugar de la memoria colectiva retumba esa idea y eso explica, en buena parte, ese 53,6% que se expresó en las urnas. Ese necesario componente imaginario que los teóricos del "voto bolsillo" olvidan tan a menudo.
5. Fin de ciclo. Sigo expectante con respecto a cuál puede ser el resultado del Frente de Izquierda, que por estas horas peleaba por sendas diputaciones en Capital y provincia de Buenos Aires, pero la noticia más feliz de los comicios, me parece, es haber dado otro paso más en cierta purificación generacional e ideológica en términos de quiénes nos representan.
Al cierre de esta edición, "Chiche" Duhalde estaba perdiendo su banca en el Senado. El propio ex presidente Eduardo Duhalde, el mismo que había anunciado su retiro en 2003, también recibía un cachetazo en las urnas: estamos hablando del matrimonio que en pleno siglo XXI hablaba de los "subversivos" en el poder y se despachaba contra "la moda del aborto". Mientras tanto, Francisco de Narváez, el que pedía hacer "justicia por mano propia" por medio del voto, perdía por paliza en territorio bonaerense, y Ricardito Alfonsín fracasaba como presidenciable y hundía a la UCR. Por último, Elisa Carrió se despidió con el 1,8% de los votos jurando encarnar "la resistencia al régimen" como en París, 1942.
6. Pasar la pantalla. En octubre de 2011 este país ya es otro. No en la exacta dirección que uno podía reclamarla. No con la intensidad que uno hubiese querido. Con enormes deudas sociales y económicas. Pero si yo regreso la película a 2009 (enemigo: De Narváez), a 2007 (enemigo: Carrió), a 2005 (enemigo: el duhaldismo) o a 2003 (enemigo: Carlos Menem), me parece que el país hoy tiene una dirigencia, si acaso, un poco mejor.
El desafío sigue, claro. Pero pasamos de pantalla.
Hace 4 años.
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