Escribe el Colectivo Editorial Crisis:
(...) Al kirchnerismo le costó consolidarse como máquina de administración y poder. Durante un tiempo, su difusión como proyecto se asemejó a una silenciosa explosión radioactiva que producía mutaciones misteriosas en los cuerpos que afectaba. Deslizamientos, horadaciones, desfiguraciones que podían percibirse en un plano sensible pero que no habían encontrado otro relato que el setentismo y los derechos humanos. Un discurso débil para sostenerse en el tiempo, limitado como idea-marca original. No obstante, poco a poco fue refinando su retórica y su ingeniería simbólica. En el camino, tuvo que sacrificar su alianza primigenia con Clarín.
Tras el fracaso de la transversalidad y en paralelo con la derrota política que le propinaron los sectores rurales, el kirchnerismo fortaleció su capacidad de ser narrado en el pantanoso delta de la web, en la vida cotidiana de los menos favorecidos, en la euforia del consumo blando distribuido desigualmente pero de forma capilar. Una inteligencia social y una madeja de narraciones que la corporación política, determinada por sus intereses materiales e ideológicos, muy lejos estuvo (y está) de poder enhebrar. Y que el periodismo afín o reactivo, da igual, no termina de representar con ingenio.
El cóctel compuesto por la Asignación Universal por Hijo, la Ley de medios, la estatización de los Fondos de Pensiones, el Fútbol para Todos y el matrimonio igualitario permitió coagular una nueva batería de significados que hicieron eclosión entre los festejos del Bicentenario y Tecnópolis, verdaderos acontecimientos masivos y policlasistas articulados en torno a la espectacularidad, una historiografía latinoamericana / popular / progresista, y el imaginario desarrollista de una Argentina otra vez potencia. Por primera vez en mucho tiempo, el Estado se constituía como un productor de mitos que sobrepasaban en vitalidad –e incluso imponían agenda– a las aceitadas máquinas de la publicidad tradicional. Como signo de una fragilidad que resulta ineludible (y frente a la que el ex presidente siempre eligió fugar hacia adelante), la muerte de Néstor Kirchner le aportó dosis de religiosidad y épica a este heterodoxo movimiento.
Fue así que el kirchnerismo se encontró con una hagiografía propia y se consolidó como el primer partido político posmoderno de la Argentina, articulado en torno a un aparato tradicional, pero siempre excediéndolo, en base a una promesa que nunca dejó de ser restitutiva y que le ha impedido dotarse de un margen de innovación para la construcción de un lenguaje político propio. (...)
Hace 4 años.
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