Aceptarlo nos cuesta tan poco sábado, 14 de enero de 2012


Imagen: Chris Hondros/Getty Images


La casa no parece tan pobre y está en un barrio pobre de Monrovia: calles de tierra, casitas de material mezcladas con chozas de madera, mucha gente en la calle aunque son las tres de la tarde y el calor es perfecto. En la casa hay dos chicos de dieciocho que fueron soldados desde los diez hasta los hasta los diecisiete. Los ejércitos de los "rebeldes" estaban llenos de chicos -y recuerdo que Kapuściński me dijo alguna vez que los chicos soldados son los peores, los más violentos, los más desalmados. Los dos usan lo mismo: pantalón corto, chancletas, musculosa, su variedad de músculos. Y me dicen que ahora se aburren, que no saben qué hacer, no tienen nada. Antes era mucho mejor, me dice uno: entonces sí que la pasábamos bien, podíamos agarrar todo lo que queríamos.
-¿Qué cosas?
-Lo que queríamos, ropa, comida, mujeres, plata, todo lo que uno siempre quiere. Y si alguien no quería, pum, lo matábamos.
El tipo tiene un cuerpo increíble, sonrisa ancha, las manos más anchas todavía, ningún respeto por lo políticamente correcto. Cuando le pregunto qué quiere ser en la vida me dice que marine americano, porque ésos sí que tienen las mejores armas y pueden matar sin que nadie les diga nada, ojalá algún día pueda ser un marine americano.
-¿Y cómo te sentías cuando matabas a alguien?
Le pregunto al otro, un chiquitito de pura fibra, ojos muy afilados. Se lo pregunto compungido, hablando bajo, con ese tono correcto compasivo de quien entiende que es duro hablarte de este momento tan difícil pero qué se le va a hacer, no queda más remedio, es por el bien del mundo ya sabés, es bueno que se digan estas cosas.
-Goooood!
Dice el chico soldado, un alarido.
-Good?
-Yeah. Cuando matás a alguien es que el tipo te pudo matar. Entonces vas y lo matás vos, es tan bueno, te sentís tan genial.
Los chicos la están pasando bien: recuerdan los buenos viejos tiempos. Se ríen mucho, se entusiasman, gritan; sólo se quejan de que cuando estaban en la selva casi no tenían mujeres porque tenían que llevárselas todas a su comandante. No sabe lo que cogía ese hijo de puta. ¿Y qué fue de él? Un día lo tuvimos que matar. ¿Cómo que lo tuvieron que matar? Sí, se había vuelto loco, si lo dejábamos seguir nos iba a matar a todos.
-Fue una lástima, era un buen comandante.
Dice el grandote; cuando habla consigue que el inglés parezca una mezcla de swahili y picapiedras. Les pregunto si no tenían miedo de morirse y me dicen que no, que nunca tienen miedo de nada porque uno se muere cuando tiene que morirse, nunca antes, y entonces para qué sirve tener miedo. Todo parece tan perfecto que les pregunto por qué no vuelven a la selva. Me miran como se mira a un caso perdido: porque no hay guerra, man, si hubiera claro que volvíamos. Pero no pierden la esperanza, me dicen, de que en algún lugar, aquí o en otra parte, alguien les dé otra chance.
-Siempre hay alguna guerra que necesita buenos soldados, man, ya nos va a llegar, no te preocupes.

Yo no pensaba preocuparme.

Pero los cuarteles abandonados no tienen techo. Hace unos meses, me cuenta James, cuando disolvieron el ejército porque era una amenaza, los soldados despedidos decidieron que todo lo que había en los cuarteles era suyo y se lo llevaron. Incluyendo los techos.

Así es la vida que tienen, la que tienen, la única que tienen. Yo me paso la vida tratando de hacer la mía interesante, de que valga la pena, de que no se me escurra agüita tonta entre los dedos, y ellos -ellos son tantos, dos tercios, tres cuartos de las personas que viven en el mundo- se la pasan tratando de comer: de alimentarse hoy y despertarse al día siguiente. Ésa es la verdadera división en clases, la más terrible división en clases: los que nos preocupamos por qué vamos a hacer mañana, los que se preocupan por cómo van a comer mañana. Y eso es lo cruel del África: que te lo muestra demasiado. África es obscena, en el sentido más estricto. O pornográfica, si aceptamos que algunos se calientan con estas cuestiones. Si no hubiera triunfado la estúpida corrección política, americanos y europeos y otros varios podrían organizarse tours a Liberia, a Etiopía, a Zambia, a Mozambique para gozar con esa diferencia: corona de sus éxitos. Aunque ya lo hacen, a menudo, vergonzantes, cuando ponen cien dólares o unos euros para los chicos africanos, el hambre en el planeta, el sida en blanco y negro.
Lo cruel, tremendamente cruel del África es que te dice fuerte lo que sabés bajito: que el mundo es una mierda. Y que aceptarlo nos cuesta tan poco.

Martín Caparrós, Una luna

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