por Gabriel Michi *
En estos 15 años, los hijos de José Luis Cabezas crecieron sin su presencia. Agustina y Juan ya pasaron los 20. Candela, los 15. Su papá, José, dejó este mundo hace un poco más de un año, en medio de una tristeza que desbordó su vida desde aquel 25 de enero de 1997. Su mamá Norma y su hermana Gladys siguen sufriendo. Como también su mujer, Cristina, quien se vio obligada a dejar el país. Esa es la otra parte de la historia, la parte más humana, la que muchas veces se esfuma detrás de lo que todo el mundo ve y conoce.
Se cumplen 15 años del asesinato de José Luis Cabezas. Quince años del peor atentado contra la libertad de expresión desde el retorno de la democracia. Y detrás de este hecho atroz y reconocido por todos, están las historias humanas de desgarros y ausencias, de la vida sin el ser querido, ese que fue arrebatado con un ardid criminal. El día a día de una tragedia. Esa película real que se vive en el universo de las víctimas.
Del otro lado están las historias de quienes fueron considerados –por los tribunales– como los responsables del asesinato. El empresario Alfredo Yabrán, quien no pudo ser juzgado por haberse suicidado cuando escapaba de la justicia. El jefe de su custodia, Gregorio Ríos, que fue condenado como el instigador –por mandato de su jefe– del homicidio y que, habiendo cumplido menos de diez años de prisión perpetua, salió de la cárcel y se fue a su casa a gozar de un régimen de arresto domiciliario, pero sin pulsera magnética y bajo la única vigilancia de su esposa.
También el asesino de José Luis, el ex policía Gustavo Prellezo, goza de ese privilegio. Lo mandaron a la casa de su padre en La Plata por problemas lumbares y ahora sólo lo custodia su papá. Cerca de allí, sus compañeros de tropelías, la banda de delincuentes comunes conocida como “Los Horneros” (Horacio Braga, Sergio González y José Luis Auge –el otro, Miguel Retana, murió en la cárcel-) hasta consiguieron trabajo en una pizzería y en un lavadero de autos. Aunque algunos de ellos –Braga y Auge– debieron volver a prisión por violar la libertad condicional, pero aun así no se privaron de salir a ver a sus seres queridos. Y los policías de la Costa, Sergio Cammaratta y Aníbal Luna, quienes regresaron a Valeria del Mar y ahí andan, según cuentan los vecinos, haciendo trabajos de seguridad o llevando alguna palabra evangelizadora casa por casa. Y el ex comisario Alberto Gómez, quien liberó la zona en la madrugada del crimen, al que también se ha visto en alguna época haciendo tareas de vigilancia privada por la zona. Como quien dice, los lobos cuidando el gallinero.
Todos ellos, los asesinos, pueden gozar en este presente el acto inconmensurable de estar cerca de sus familias. Pueden ver a sus hijos crecer. José Luis, no. Sus hijos crecieron sin él. Sus vidas trascurrieron con ese velo de dolor y ausencia. Lo mismo que las de sus padres, su hermana, y su mujer, Cristina, a la que le secuestraron sus sueños de poder construir en estas tierras una familia con su hombre.
Para todos ellos, el “Caso Cabezas” no es un “caso”. Es su vida. Es ese José Luis papá, esposo, hijo, hermano y amigo que no está. Es ese sentimiento de impotencia y desprotección que da saber que sus asesinos están ahí, al acecho de todos, sin haber cumplido ni siquiera una mínima parte de su condena.
Nosotros, sus compañeros y amigos, estamos dispersos por distintos lugares del mundo periodístico. En los más diversos medios, de las más diversas posiciones. Intentando hacer lo nuestro, periodismo, con esa huella imborrable en nuestra memoria. Habrá quienes lo extrañen más y quienes lo extrañen menos. Pero creo, con la certeza de no confundirme, que en cada uno de nosotros estará siempre vivo aquel recuerdo de este “chabón bravo” –como le gustaba definirse a José Luis– y divertido, muchas veces cabrón y testarudo, con el que compartimos momentos inolvidables. Ese fotógrafo descollante, lleno de periodismo y arte en cada toma. Que era feliz con lo que hacía. “¿Qué más puedo pedir? Hago lo que me gusta y encima me pagan”, se entusiasmaba. Ese compañero con el que nos reíamos y nos peleábamos. Pero que disfrutábamos cuando veíamos el resultado de su trabajo.
Ese compañero por el que salimos a la calle a reclamar justicia junto a su familia. Junto a sus colegas, a la UTPBA y ARGRA y otras asociaciones periodísticas. Junto a la sociedad argentina.
Se consiguió bastante. Se lograron condenas ejemplares en poco tiempo, para lo que es el sistema judicial argentino. Pero también recibimos una nueva bofetada cuando se les redujo la condena a los asesinos y, uno a uno, fueron dejando atrás la prisión. Esa justicia que se convirtió en injusticia. Una vez más.
Hoy se cumplen 15 años del asesinato de José Luis Cabezas. Él no está. Pero sí está. En los recuerdos de su familia y amigos, en la memoria de una sociedad que se conmovió por el crimen y en la conciencia –si es que les queda algo de ella– de sus asesinos. Nada ni nadie nos devolverá a nuestro compañero. Pero queremos recuperar aunque sea la ilusión de que la justicia haga honor a su nombre. Y que los criminales vuelvan a prisión. Para escribir otras historias. Para escribir otra Historia.
* Periodista de Radio América y CN23. Compañero de José Luis Cabezas en la cobertura de la revista Noticias en Pinamar. Secretario del Foro de Periodismo Argentino (FOPEA).
Hace 4 años.
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