Segurismo: doctrina política que postula que el problema central de una sociedad está en su criminalidad.
De constante aparición en distintos lugares y momentos, el segurismo se desarrolla con más facilidad en sociedades donde ha habido cierto deterioro de la situación económica y social de las clases bajas y medias -ver Londres en los años cuarentas del siglo XIX, Berlín en los treinta del siglo pasado, Nueva York en los setentas, Bogotá en los ochentas, Buenos Aires en los primeros de este siglo. Responde al miedo de sectores sociales de clase media y media alta -las clases altas suelen tener su propio mecanismo de autodefensa- que se sienten de pronto desprotegidas -al producirse un aumento de las diferencias económicas que, en ciertos casos, se traduce en un aumento de la criminalidad. Es lo que el segurismo llama inseguridad, palabra mágica que se constituye en el centro de todo enunciado y justificación de cualquier pronunciamiento.
El segurismo pretende que la respuesta no debe enfrentar al deterioro sino a sus consecuencias, por vía de mayor represión. No siempre desboca en gobiernos más autoritarios, pero puede suceder. Cuando no, sólo produce una intensificación de la r epresión y el control social dentro de los límites del mismo sistema político.
En cualquier caso, el segurismo produce una demonización de esos sectores empobrecidos de los que proviene el alza de la delincuencia. Y tiende a intensificar las divisiones en esa sociedad -y a justiciar esas divisiones definiendo como delincuentes en acto o en potencia a los integrantes de estos sectores.
El segurismo y sus eslóganes sustituyen -o intentan sustituir- el resto de los debates políticos y sociales que esa situación parece precisar.
El segurismo, que no analiza las razones y causas del problema, tiende a creer, con el mismo mecanismo, en soluciones mágicas, igualmente irrazonadas -irrupción policial, arsenales legales- y en la aparición de líderes salvadores capaces de aplicarlas -el famoso hombre fuerte.
Los seguristas suelen actuar de buena fe, aunque haya propagadores de la doctrina que intenten aprovecharse de ella para mejorar su situación política o económica.
Extraído de El Interior, de Martín Caparrós
Hace 4 años.
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