por Mempo Giardinelli
Página/12, 04-12-2007
“El problema es que no aprenden de los errores de otros procesos. Ya que miran tanto a Cuba debieran hacerlo con madurez. Cuba es un espejo maravilloso por todo lo bueno que ha hecho la Revolución, pero bien harían en ver también los errores, sectarismos, infantilismos y torpezas que allá se cometieron.”
Con estas palabras describía el proceso político venezolano un reconocido escritor y periodista colombiano hace dos semanas. El hombre, que conoce muy bien las internas de Caracas, aunque escribe y vive en Cartagena de Indias, no se sorprendía tanto del error de Hugo Chávez como del evidente mal consejo de quienes lo asesoran.
Estaba en Caracas en esos días, y todo lo que vi indicaba, ya entonces, que era muy posible que ganara el No. Era evidente el malestar de muchos chavistas, sobre todo los más críticos e independientes. Para ellos, llamar a este plebiscito en este momento era un grave error del presidente bolivariano.
Por eso la sorpresa no es tan grande. Aunque por un margen mínimo ganó el No. Y ello ofrece un variado menú de lecturas y lecciones, que bien harían en aprender tanto los chavistas como los antichavistas. Porque ambos sectores, al menos en sus liderazgos, se equivocaron.
Por un lado, el proceso que muchos preveían fraudulento (acusación que ha sido una constante de la histérica oposición venezolana) resultó transparente y, más aún, fue reconocido con velocidad e hidalguía por el mismísimo Chávez, a quien buena parte de la comunidad internacional considera poco menos que un dictador.
Del otro lado, entre sus sostenedores, el traspié debería servir para separar la paja del trigo: están muy bien los cambios sociales y económicos que han impulsado para rescatar a Venezuela de sus injustas estructuras históricas, pero no se deben forzar cambios políticos que sólo sirven para irritar más a sociedades ya exasperadas.
Las revoluciones no se hacen con palabras, banderas ni buenas intenciones. La historia está llena de ejemplos de revoluciones que se derrumban o deshacen no tanto por la acción de sus adversarios, sino por sus propios yerros. Las necedades, los maximalismos, los apresuramientos y las torpezas llenan páginas y capítulos enteros en la historia de todos los procesos de cambio social, político y económico.
Fue interesantísimo, además de sorpresivo, que el No se impusiera con cerca del 51 por ciento de los votos. Esa decisión popular soberana no les dijo que no a los cambios sociales. Sí se lo dijo, claramente, a la intención de Chávez de asegurarse la reelección indefinida.
Esa reelección sin límite de veces, cada siete años, arrastró el pronunciamiento popular sobre la inmutabilidad de los 69 artículos de la Constitución de 1999 que se pretendía reformar.
Y está bien que haya sido así. Venezuela, y todos nuestros países, necesitan cambios sin ninguna duda, pero también, y sobre todo, necesitan un altísimo respeto por la institucionalidad. Y eso no se cambia, no se puede cambiar, cada ocho años.
Y acá juega su papel, también, la gran abstención, que fue del 44,11por ciento y que tiene explicación, probablemente, en que muchos chavistas críticos prefirieron no ir a votar antes que hacerlo por el No.
Puede conjeturarse, entonces, que a Chávez lo que lo venció no fue la oposición sino su propia obstinación. Además de su cuestionable estilo, lo venció su error de cálculo: no advertir que su revolución ha dado pasos enormes e importantísimos para el mejoramiento del nivel de vida de vastos sectores del pueblo venezolano, pero que eso no autoriza a pretender la instauración de reelecciones eternas.
Y ésta es la lección principal de Venezuela, hoy: que ciertos principios esculpidos en los pueblos no pueden negociarse.
Así como es inalienable e irrenunciable el derecho a la memoria, y al juicio y castigo a los genocidas; y así como para las grandes mayorías es esencial oponerse a la pena de muerte, del mismo modo es innegociable el principio de la renovación del poder.
El culto personalista es un anacronismo político, pero ante todo es un peligro institucional básico. Fue a eso a lo que le dijo que no la mayoría de los venezolanos, incluidos esa notable masa de 44 por ciento que prefirió abstenerse.
No importa ahora analizar las razones por las que Chávez sucumbió a la tentación, probablemente entre ellas su temperamento “estructuralmente provocador y emocionalmente inestable”, como me dijo brillantemente una académica caraqueña. Lo que importa es que fue bueno lo que sucedió. Se fortaleció la democracia de Venezuela y de todo el continente. Hubiera sido un paso peligrosísimo hacia el autoritarismo latinoamericano que uno de nuestros gobiernos, en pleno siglo XXI, tuviera en sus manos semejante desmesura.
Hace 5 años.
1 comentarios:
Aguante Caparrós, chabón...
Un abrazo.
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