Kafka, la angustia y la ley de cierre lunes, 9 de marzo de 2009



La pregunta es vieja: ¿Hay algo más seguro que la determinación?
Las respuestas son viejas, también. Por supuesto que la determinación es cómoda. Muchos lo han intentado explicar desde el lugar de la estructura consolativa de las religiones, pero vayamos a un ejemplo reciente y más pop: ¿Dónde reside el punto de satisfacción de los grandes públicos con la franquicia cinematográfica Destino Final? En que, después de cuentas, las cosas se cumplen tal como "debían" ser. Más allá de algunas volteretas argumentales en el medio, en donde se coquetea con esta idea de "escaparle" al destino (la otra gran clave de satisfacción para los espectadores: Escape from Alcatraz, Shawshank Redemption), hay un momento en el cual sabemos que lo que tenía que ser, fue. Y entonces salimos de la sala aliviados y conformes.
Lo insoportable para nosotros, humanos, no es saber que las cosas fueron como tenían que ser, debido a algún orden estático e inmodificable. Así como tampoco es insoportable (y aquí la esencia cómoda de la justicia poética de Michael Clayton o El Jardinero Fiel) constatar que, finalmente, el orden fue modificado por medio de una intervención certera por parte de un individuo o colectivo (abriendo así un nuevo camino esperable). Da igual: en ambos casos, las cosas fueron, ya están, cerraron.
Lo verdaderamente insoportable es lo indeterminado.

En este sentido van algunas intervenciones de Slavoj Zizek en su obra Visión de paralaje:

Las trampas del puro sacrificio
La función de la Prohibición no es introducir perturbaciones en el reposo previo de la inocencia paradisíaca, sino, por el contrario, resolver cierto callejón sin salida terrible.
(…) El reposo primordial es primero perturbado por el acto violento de contracción, de autoabandono que brinda la densidad adecuada al ser del sujeto; el resultado de esta contracción es un callejón sin salida que desgarra al sujeto, lanzándolo al círculo vicioso donde sabotea sus propios ímpetus; la experiencia de este callejón sin salida es tremenda en su aspecto más aterrorizador. Para expresarlo a la manera de Lacan, esta contracción crea un sinthome, la fórmula mínima de la coherencia del sujeto –a través de él, el sujeto se convierte en una adecuada criatura, y la angustia es precisamente la reacción a este exceso de proximidad con el propio sinthome. Entonces el callejón sin salida se resuelve a través de la prohibición que brinda alivio al externalizar el obstáculo, al transponer el obstáculo inherente, la espina en la garganta del sujeto, en un impedimento externo. Como tal, la prohibición hace surgir al deseo propiamente dicho, el deseo de superar el impedimento externo que, luego, da lugar a la angustia de estar enfrentado al abismo de nuestra propia libertad. (…)

La dificultad de ser Kantiano
Todo padre sabe que las provocaciones del niño, por más salvajes y “transgresivas” que puedan ser, en definitiva ocultan y expresan una demanda dirigida a la figura de autoridad, para que establezca un límite firme, para que trace una línea que signifique “hasta aquí y no más allá”, permitiendo así al niño adquirir una clara noción de lo que es posible y de lo que no. (¿No pasa acaso lo mismo con las provocaciones histéricas?) Es esto precisamente lo que el analista se rehúsa a hacer, y lo que lo hace paradójicamente tan traumático es el establecer un límite firme que sea liberador. La misma ausencia de un límite firme termina por sentirse como algo sofocante. Es por esto que la autonomía kantiana del sujeto es tan difícil: su implicancia es precisamente que no hay nadie allí afuera, ningún agente externo con “autoridad natural” que pueda hacer el trabajo por mí y fijarme el límite, que soy yo el que debe plantearle un límite a mi natural falta de reglas. (…) El hombre precisa de un amo para poder ocultar el callejón sin salida de su propia y difícil libertad y autorresponsabilidad. En este preciso sentido, un ser humano “maduro” y verdaderamente esclarecido es un sujeto que ya no necesita un amo, que puede asumir la pesada carga de definir sus propias limitaciones. La básica lección kantiana fue bien alcarada por Chesterton: “Todo acto de voluntad es un acto de autolimitación. Desear acción es desear limitaciones. En este sentido, todo acto es un acto de autosacrificio”.


Las preocupaciones de un padre de familia
por Franz Kafka

Algunos dicen que la palabra «odradek» precede del esloveno, y sobre esta base tratan de establecer su etimología. Otros, en cambio, creen que es de origen alemán, con alguna influencia del esloveno. Pero la incertidumbre de ambos supuestos despierta la sospecha de que ninguno de los dos sea correcto, sobre todo porque no ayudan a determinar el sentido de esa palabra.

Como es lógico, nadie se preocuparía por semejante investigación si no fuera porque existe realmente un ser llamado Odradek. A primera vista tiene el aspecto de un carrete de hilo en forma de estrella plana. Parece cubierto de hilo, pero más bien se trata de pedazos de hilo, de los tipos y colores más diversos, anudados o apelmazados entre sí. Pero no es únicamente un carrete de hilo, pues de su centro emerge un pequeño palito, al que está fijado otro, en ángulo recto. Con ayuda de este último, por un lado, y con una especie de prolongación que tiene uno de los radios, por el otro, el conjunto puede sostenerse como sobre dos patas.

Uno siente la tentación de creer que esta criatura tuvo, tiempo atrás, una figura más razonable y que ahora está rota. Pero éste no parece ser el caso; al menos, no encuentro ningún indicio de ello; en ninguna parte se ven huellas de añadidos o de puntas de rotura que pudieran darnos una pista en ese sentido; aunque el conjunto es absurdo, parece completo en sí. Y no es posible dar más detalles, porque Odradek es muy movedizo y no se deja atrapar.

Habita alternativamente bajo la techumbre, en escalera, en los pasillos y en el zaguán. A veces no se deja ver durante varios meses, como si se hubiese ido a otras casas, pero siempre vuelve a la nuestra. A veces, cuando uno sale por la puerta y lo descubre arrimado a la baranda, al pie de la escalera, entran ganas de hablar con él. No se le hacen preguntas difíciles, desde luego, porque, como es tan pequeño, uno lo trata como si fuera un niño.

-¿Cómo te llamas? -le pregunto.
-Odradek -me contesta.
-¿Y dónde vives?
-Domicilio indeterminado -dice y se ríe. Es una risa como la que se podría producir si no se tuvieran pulmones. Suena como el crujido de hojas secas, y con ella suele concluir la conversación. A veces ni siquiera contesta y permanece tan callado como la madera de la que parece hecho.

En vano me pregunto qué será de él. ¿Acaso puede morir? Todo lo que muere debe haber tenido alguna razón be ser, alguna clase de actividad que lo ha desgastado. Y éste no es el caso de Odradek. ¿Acaso rodará algún día por la escalera, arrastrando unos hilos ante los pies de mis hijos y de los hijos de mis hijos? No parece que haga mal a nadie; pero casi me resulta dolorosa la idea de que me pueda sobrevivir.

Odradek como un objeto que es transgeracional, inmortal, fuera de la finitud, fuera del tiempo, que no despliega ninguna actividad orientada a un objetivo, sin propósito, sin utilidad, es la encarnación del goce: “el goce es lo que no sirve para nada” como expresa Lacan en su Libro 20: Aún. Hay diferentes figuraciones de la Cosa-goce –un exceso inmortal (o, más precisamente, no muerto)– en la obra de Kafka: la Ley que de algún modo insiste sin existir realmente, haciéndonos culpables sin que sepamos de qué; la herida que no cura, y que no nos deja morir; la burocracia en su aspecto más “irracional”; y el último pero no definitivo, “objetos parciales” como Odradek. Todos despliegan una especie de “mala infinitud” pesadillezca… no hay ninguna resolución adecuada, la Cosa simplemente se prolonga… Nunca alcanzamos la ley, la carta del emperador nunca llega a su destino, la herida nunca cierra (o nunca me mata). El punto es leer al mismo tiempo estos dos rasgos: el goce es lo que no podemos alcanzar nunca, obtener, y aquello de lo que no podremos nunca desprendernos.

3 comentarios:

Eleonora dijo...

Hola,
los "hay que" (en sus múltiples manifestaciones) aplacan la angustia de decidir.
me acuerdo de una de las lectures en ted.com, un tipo comentaba (si mal no recuerdo, se refería a los productos con ínfimas variaciones que copan los supermercados) que cuantas mas opciones, más complicada se vuelve la eleccion. a contramano de lo que, en principio, se podría pensar: que la multiplicidad de opciones implica mayor libertad (cuánta más información se tenga, más libre para decidir y hacer se es); la reacción es la angustia y la dificultad de decidir. incluso al haber elegido, la duda persiste.
en gral., lo determinado, las pocas opciones (aunque no su ausencia) tranquilizan.

Fede / Billie dijo...

Eleonora: creo que diste en la tecla.
Justo ayer le explicaba algo parecido a una amiga, en relación a mi tesina. En Comunicación en la UBA, la tesina puede ser una investigación sobre política, economía, sociología, ecología, antropología, medios, semiología, etc... o directamente un ensayo. O directamente un documental. Estas opciones, lejos de ayudarte a decidir más rápido, te paralizan.
Y otro ejemplo, más cotidiano, que va en el mismo sentido: cuando voy a la costa de vacaciones y subo a comer al parador, hay tres opciones: hamburguesa, milanesa o filet de merluza. Desde que me cantan el menú hasta que dije "Milanesa napolitana" pasan quince segundos. En cambio, las veces que salgo a lugares más exclusivos y con una "amplia carta de platos", la decisión se me vuelve prácticamente imposible.

Igual hay otra lectura que puede hacerse del texto, y tiene que ver con lo insportable que nos es estar frente a algo que no termina de cerrar: "La herida nunca cierra (o nunca me mata)"...

Eleonora dijo...

jaja, bien por los ejemplos.
Supongo que si la herida nunca cierra es porque antes que un objetivo, se busca la idea de lo que ese objetivo es, sería, o reportaría (“cuando haga/tenga/sea, etc. voy a… etc.”). Y por eso, o no se alcanza nunca (a un paso de la meta, algo “sucede” y hay que volver a empezar –si es que eso es posible-: autoboicot, desbarrancar en el éxito) o bien, llegados al punto, eso no “da” aquello que se esperaba (y claro, si se trataba de la fantasía del logro, y no del logro). Y se pretende más. Correr el límite.