por Martín Caparrós
¿Será posible que todavía haya señoras y señores –unos veinte el viernes pasado entre los foristas de criticadigital– que sigan diciendo que cuando hablo del honestismo lo que hago es convalidar la corrupción o, con suerte, insisten, suscribo el “roba pero hace”?
He escrito ya varias –demasiadas– veces que la corrupción es un desastre –y la corrupción del poder es un desastre poderoso– y que por supuesto que tenemos que erradicarla, pero que eso es sólo el grado cero del asunto. Como si un DT te dijera pibe, respirá, acordate, respirá, cuando vayas a patear parate firme y abrí el pie y pegale cuando la pelota te queda a la altura del otro pie y, sobre todo, no te olvidés de que tenés que respirar. Claro que tenemos que respirar: pero todo el mundo respira y no por eso le pega mejor a la pelota, digo o, para cortar con las metáforas idiotas: la honestidad es la base, la condición necesaria pero no suficiente del asunto: no deberíamos votar a nadie porque sea honesto; no deberíamos votar a nadie que no lo sea.
Voy a insistir: llamo honestismo a esa idea tan difundida según la cual –casi– todos los males de la Argentina contemporánea son producto de la corrupción en general y de la corrupción de los políticos en particular. Llamo honestismo a esta tendencia a pensar que si los trabajadores ganan poco no es porque sus patrones se quedan con buena parte de lo que producen, y que si los desocupados no tienen trabajo no es porque el mercado argentino esté organizado para producir soja y servicios y comprar todo lo demás afuera, sino porque los políticos afanan.
Claro que los políticos afanan, y afanan los gerentes de marketing y los policías y los virtuosos ciudadanos que los coimean y los dueños de cementeras y las putas y los subdirectores de sucursal con 27 años en la empresa, y los políticos de nuevo, y habría que terminar con todo eso antes que nada, pero cuando lo terminemos seguirá habiendo millones de pobres en este país rico.
Llamo honestismo a esta manera de no pensar en qué ofrecen los candidatos, y los políticos en general, sino preocuparse por si resisten un archivo. Lo tengo dicho: se puede ser muy honestamente de izquierda y muy honestamente de derecha, y ahí va a estar la diferencia verdadera. “Quien administre muy honestamente en favor de los que tienen menos –dedicando honestamente el dinero público a mejorar hospitales y escuelas– será más de izquierda; quien administre muy honestamente en favor de los que tienen más –dedicando honestamente el dinero público a mejorar autopistas, parkings, teatros de ópera– será más de derecha.
Quien disponga muy honestamente cobrar más impuestos a las ganancias y menos iva sobre el pan y la leche será más de izquierda; quien disponga muy honestamente no cobrar impuestos a las actividades financieras y sí al trabajo asalariado será más de derecha.
Quien decida muy honestamente facilitar el uso de anticonceptivos será más de izquierda; quien decida muy honestamente acatar las prohibiciones eclesiásticas será más de derecha.
Quien decida muy honestamente educar a los chicos pobres para sacarlos de la calle será más de izquierda; quien decida muy honestamente llenar esas calles de policías y de armas será más de derecha. Y sus gobiernos, tan honesto el uno como el otro, serán radicalmente diferentes. Digo, en síntesis: la honestidad –y la voluntad y la capacidad y la eficacia–, cuando existen, actúan, forzosamente, con un programa de izquierda o de derecha.”
El honestismo, entonces, consiste en tratar de esconder esa evidencia detrás de la pelea por el prontuario. O sea: llamo honestismo al modo más reciente de disimular o negar u olvidar que nuestro país –y tantos otros– está como está porque sus estructuras económicas y sociales fueron armadas para que esté así, para que se beneficien unos pocos, para que se jodan los más. Y que los errores y excesos –intolerables– de nuestros políticos ladrones son sólo el aceite que el motor necesita, pero nunca el motor. Y que, de últimas, va a ser muy difícil dejar de usar aceite mientras sigamos teniendo este motor.
Hace 4 años.
4 comentarios:
Es ilustrativa la foto de Diamante porque justamente es personificado como el demócrata corrupto, al que se le opondrían los republicanos honestos, como Bob Patiño, que vienen a aplicar -muy honestamente- el programa económico de Reagan.
Este estereotipo del sindicalista/demócrata/peronista corrupto al que se le opone un honesto hombre un poco más a la derecha se repite en varios lugares, me parece que porque se suele usar a "la corrupción" (así como a la inseguridad) como fantasma a agitar cuando se busca lograr un cambio de gobierno que el poder ande pidiendo.
Lo cual no quiere decir ni que no existan realmente los curros con dinero público (obvio que existen) ni que estén bien, ni que yo sea peronista ni apoye al partido demócrata, creo que está claro.
"Va a ser muy difícil dejar de usar aceite mientras sigamos teniendo este motor". Coincido con Caparrós en la denuncia del honestismo, hijo bastardo y oportunista de la política, que se presenta ninguneando a su vieja. Como no hay consenso para cambiar de motor, usaremos mucho aceite, muchísimo, todo. Y después protestaremos porque no hay más aceite y apoyaremos a un honesto aceitero... primo hermano del que maneja el motor.
El honestismo es tratar de esconder, sin duda, y hace furor a ambos lados del falaz sistema oficialismo/ oposición. Saludos.
Caparrós tuvo bastantes dificultades para explicar lo que entendía por honestismo. Muchos pensaron que buscaba legitimar al Gobierno.
... lo cual muestra cuán arraigado está este concepto entre la ciudadanía argentina.
Cuando todos los programas se empiezan a parecer peligrosamente -en lo que son las elecciones videpolíticas del catch-all, donde los eslóganes tienden a diluirse para conformar al (ahora) mayoritario electorado apolítico-, la única diferencia la hace el archivo de uno u otro candidato.
Creo que lo cubriste bastante bien en el último post de tu blog. De todas maneras me parece que el juego de elegir "entre un deshonesto de izquierda y un honesto de derecha" es inconducente ya que, en tren de armar hipótesis, nuestras democracias ni siquiera están consiguiendo la hipótesis más básica que permitiría pensar en las otras, esto es, armar elecciones en las que los dos candidatos con mayores chances sean, efectivamente, opciones políticas y económicas antagónicas...
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