por Martín Caparrós
Crítica, 18-09-2009
Ayer, tras tanta tinta, tanta cháchara chocha, tanto tonto tanteando al tuntún, la Honorable Cámara de Diputados de la Nación –Argentina– terminó votando a favor de la ley más debatida de los últimos tiempos porque el gobierno había cambiado algunos de sus artículos. ¿Puedo decir que ese proceso de negociación que Morales Solá en La Nación definió como “un gesto desesperado”, Susana Viau en Crítica de la Argentina como “un mamarracho mezquino”, Clarín en Clarín como “una marcha atrás” y Macri como “fachista” en todos lados, me pareció un gran momento democrático? O, por decirlo de un modo menos precioso y más preciso, un ejemplo infrecuente de funcionamiento de los mecanismos de la democracia de delegación.
Digo: un gobierno pretende sancionar una ley para regular una cuestión que visiblemente le importa mucho, y la presenta a la consideración de los legisladores; los oficialistas, faltaba más, dicen que la votan, pero una cantidad de diputados de otros partidos dice que así no porque tal, porque cual. Entonces el gobierno, que por supuesto quiere que aprueben su ley, la cambia para conseguir el apoyo y el consenso –el famoso consenso– necesarios y, al fin, gracias a esos cambios, logra la media sanción más complicada.
Si esto no es lo que pensaban los que inventaron el sistema parlamentario, que vengan y me expliquen cómo era. Todos los demócratas que le reprochaban flamígeros al gobierno su tozudez, su obcecación, su caprichonería, su autismo y, por supuesto, su autoritarismo ahora lo acusan de haber modificado su proyecto para ganar los votos que necesitaba. Lo acusan de haber cooptado a ciertos opositores: cuando socialistas, solanistas y otros explicaron por qué se oponían, el gobierno medio satifizo sus demandas y les permitió –los obligó– a votar a favor. Fue una maniobra –perfectamente democrática– bien hecha y ahora estos opositores tienen que explicarles a muchos de sus votantes, que los votaban por opositores, por qué votaron a favor de una ley del gobierno –en un asunto que sale del blanco o negro fácil y pasa al gris, siempre más complicado de traducir en un minuto de televisión o tres de radio.
Los demócrata-reprochistas acusan al gobierno, además, de haber apurado el trámite –después de haberlo acusado antes, durante meses, de darle largas–, e incluso se retiraron de la sesión alegando que empezó media hora tarde. Mientras tanto, los grandes medios, abroquelados como nunca, insisten en su defensa acérrima de la libertad oíd mortales. Ya escribí hace quince días aquí mismo lo que pienso cuando veo a Clarín, La Nación y otros buenos muchachos enarbolando la “libertad de prensa”; también lo escribió aquí mismo ayer, mucho mejor, Reynaldo Sietecase.
Insisto: me sorprende que hoy nadie salga a hablar de democracia. La democracia no es mi fetiche favorito pero ustedes, estimados, que se llenan la boca con democracia, se hacen gárgaras de democracia a la mañana, buches de democracia después de las comidas, lavativas de democracia tras las deposiciones, deberían festejar alborozados. Señores Pro, señoras Acuerdo, señoritas coberas, señores y señoras etcétera y etcétera, ¿no deberían proclamar su felicidad porque el congreso por fin ha servido para algo, los mecanismos democráticos para algo, para algo los debates de un proyecto? (...)
Hace 5 años.
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