Haití y la "contención democrática" martes, 2 de febrero de 2010

En agosto de 2008, Slavoj Žižek reseñó el libro de Peter Hallward Damming the Flood: Haiti, Aristide and the Politics of Containment (Encauzando la inundación: Haití, Aristide y la política de la contención), crítica que vale la pena repostear, especialmente luego de los hechos de público conocimiento en el país caribeño, y que echan luz sobre un aspecto poco escuchado en tiempos de discursos de victimización y apoliticidad.


















Democracia contra el pueblo
por Slavoj Žižek

Noam Chomsky señaló una vez: "Sólo cuando se supera la amenaza de la participación popular se contemplan con tranquilidad las formas democráticas". Él señalaba el "pasivizante" núcleo de la democracia parlamentaria, que la vuelve incompatible con la auto-organización y el fortalecimiento del pueblo. La agresión colonial directa o el ataque militar no son las únicas maneras de pacificar una población "hostil": mientras estén respaldados por niveles suficientes de fuerza y coerción, las misiones de "estabilización" internacional pueden vencer la amenaza de la participación popular, por medio de las tácticas -aparentemente menos abrasivas- de la "promoción de la democracia", "intervención humanitaria" y la "protección de los derechos humanos".

Esto es lo que hace del caso de Haití un perfecto ejemplo. Como Peter Hallward escribe en Damning the Flood, una detallada historia de la "contención democrática" de la política radical haitiana de las últimas dos décadas, "las gastadas tácticas de 'promoción democrática' nunca fueron aplicadas con un efecto tan devastador como en Haití entre 2000 y 2004". Uno no puede dejar de mencionar la ironía de que el nombre del movimiento político emancipatorio que sufrió esta presión internacional es Lavalas, o "inundación" en criollo: es la inundación de los expropiados que desborda las comunidades cerradas que protegen a aquellos que los explotan. Es por eso que el título del libro de Hallward es bastante apropiado, inscribiendo los eventos de Haití en la tendencia global de nuevas represas y muros que han surgido en todos lados desde el 11 de septiembre de 2001, confrontándonos con la verdad interna de la "globalización", las líneas subyacentes de división que la sostienen.

Haití fue una excepción desde el principio, desde su lucha revolucionaria contra la esclavitud, que terminó en enero de 1804 con la independencia del país. "Sólo en Haití", señala Hallward, "fue la declaración de la libertad humana universalmente consistente. Sólo en Haití fue esta declaración sostenida a toda costa, en directa oposición al orden social y a la lógica económica de turno." Por este motivo, "no hubo un sólo evento en toda la historia moderna cuyas implicancias fueran más amenazantes al orden mundial dominante". La Revolución Haitiana merece realmente el título de repetición de la Revolución Francesa: diriga por Toussaint-Louverture, fue claramente "adelantada a su tiempo", "prematura", y destinada a fracasar. Sin embargo, precisamente como tal, fue quizás un evento mayor que la propia Revolución Francesa. Fue la primera vez que una población esclava se rebeló no como una forma de regresar a sus "raíces" precoloniales, sino en nombre de principios universales de libertad e igualdad. Y un signo de la autenticidad de los jacobinos fue que rápidamente reconocieron el levantamiento esclavo -la delegación negra de Haití fue recibida con entusiasmo en la Asamblea Nacional en París. (Como era de esperarse, las cosas cambiaron luego de Termidor; en 1801, Napoleón envió una enorme fuerza expedicionaria para intentar recuperar el control de la colonia.)

Denunciado por Talleyrand como "un espectáculo horrible para todas las naciones blancas", la "mera existencia de un Haití independiente" era, en sí misma, una amenaza intolerable para el status quo propietario de esclavos. Haití, entonces, debía convertirse en un caso ejemplar de fracaso económico, para disuadir a otros países de tomar el mismo camino. El precio -el precio literal- por la independencia "prematura" fue realmente extorsivo: luego de dos décadas de embargo, Francia, el antiguo amo colonial, estableció relaciones comerciales y diplomáticas recién en 1825, luego de obligar al gobierno haitiano a pagar 150 millones de francos en "compensación" por la pérdida de sus esclavos. Esta suma, casi equivalente al presupuesto anual francés de aquel momento, fue luego reducida a 90 millones, pero continuó siendo un fuerte drenaje de recursos haitianos: al final del siglo XIX, los pagos de Haití a Francia consumían prácticamente el 80 por ciento del presupuesto nacional, y la última cuota se pagó recién en 1947. Cuando en 2003, en anticipación del bicentenario de la independencia nacional, el presidente Lavalas Jean-Baptiste Aristide demandó que Francia devuelva aquel dinero extorsionado, su solicitud fue rechazada de plano por una comisión francesa (encabezada, irónicamente, por Régis Debray). En un momento en el que algunos liberales de Estados Unidos reflexionaban sobre la posibilidad de indeminizar a los estadounidenses negros por la esclavitud, la demanda de Haití de ser compensados por la enorme suma que los antiguos esclavos debían pagar para que su libertad sea reconocida fue ampliamente ignorada por la opinión liberal, incluso cuando la extorsión aquí era doble: los esclavos fueron primero explotados, y luego tuvieron que pagar por el reconocimiento de su libertad duramente ganada.

La historia continúa hoy. El movimiento Lavalas ha ganado todas las elecciones presidenciales libres desde 1990, pero ha sido víctima -dos veces- de golpes militares patrocinados por Estados Unidos. Lavalas representa una combinación única: un agente político que obtuvo el poder estatal mediante elecciones libres, pero que mantuvo sus raíces en los órganos de la democracia popular local, de organización directa. Aunque la "prensa libre" dominada por sus enemigos nunca fue obstruida, aunque las protestas violentas que amenazaban la estabilidad del legítimo gobierno fueron plenamente toleradas, el gobierno de Lavalas fue demonizado sistemáticamente en la prensa internacional y tildado de ser excepcionalmente violento y corrupto. El objetivo de los Estados Unidos -y sus aliados Francia y Canadá- fue la de imponer en Haití una democracia "normal" -una democracia que no tocara el poder económico de la reducida élite; eran bien conscientes de que, si la idea era que funcionara de esa manera, la democracia debía cortar sus vínculos con la organización popular directa.

Resulta interesante observar que esta cooperación franco-americana tuvo lugar poco después de la discordia pública sobre el ataque a Irak en 2003, y fue celebrada -de manera bastante apropiada- como la reafirmación de una alianza básica que estabilizaba conflictos ocasionales. Hasta el Brasil de Lula aprobó el derrocamiento de Aristide en 2004. Una alianza así de impura fue utilizada para desacreditar el gobierno de Lavalas como una forma de ley de la calle que amenazaba a los derechos humanos, y al presidente Aristide como un dictador fundamentalista enfermo de poder -una alianza que iba desde ex militares, escuadrones de la muerte y "frentes democráticos" patrocinados por Estados Unidos a las ONG humanitarias e incluso algunas organizaciones de la izquierda "radical" que, financiadas por Estados Unidos, denunciaron con entusiasmo la "rendición" de Aristide al FMI. El propio Aristide dio una perspicaz caracterización de esta superposición entre izquierda "radical" y derecha liberal: "En algún lugar, de alguna manera, hay una pequeña satisfacción secreta, quizás una satisfacción inconsciente, en decir cosas que los blancos poderosos quieren que digas".

La lucha de Lavalas es un ejemplo de heroísmo de principios que enfrenta los límites de lo que se puede hacer hoy en día. Los activistas de Lavalas no se retiraron a los intersticios del poder estatal para "resistir" a una distancia segura, sino que heroicamente asumieron el poder del Estado, plenamente conscientes de que estaban tomando el poder en las circunstancias más desfavorables, cuando todas las tendencias de la "modernización" capitalista, el "ajuste estructural", pero también de la izquierda posmoderna, estaban en su contra. Limitados por las medidas ipuestas por los Estados Unidos y el Fondo Monetario Internacional, destinadas a establecer "necesarios ajustes estructurales", Aristide persiguió una política de pequeñas y precisas medidas pragmáticas (construyendo escuelas y hospitales, creando infraestructura, aumentando el salario mínimo) al tiempo que alentaba la movilización política de las clases populares en directa confrontación con sus enemigos más inmediatos -el ejército y los paramilitares.

Lo más controvertido de Aristide, aquello que le valió comparaciones con Sendero Luminoso y Pol Pot, fue su negativa a condenar las medidas adoptadas por el pueblo para defenderse contra el ataque militar o paramilitar, un ataque que habría diezmado por décadas al movimiento popular. Un par de veces en 1991, Aristide pareció tolerar el recurso a la más notoria de estas medidas, conocida localmente como "Père Lebrun", una variante de la práctica del "necklacing" adoptada por los militantes anti-apartheid en Sudáfrica -matar un policía asesino o un informante con un neumático en llamas. En un discurso el 4 de agosto de 1991, le aconsejó a una multitud entusiasta recordar "cuándo usarla [Père Lebrun], y cómo usarla", señalándoles que "nunca podrán volver a usarla en un Estado donde prevalezca la ley".

Más tarde, los críticos liberales intentaron trazar un paralelismo entre las llamadas "quimeras" -es decir, los miembros de los grupos de autodefensa de Lavalas- y los Tontons Macoutes, las notorias pandillas asesinas de la dictadura de Duvalier. El hecho de que no exista base numérica alguna para comparar los niveles de violencia política bajo Aristide y bajo Duvalier, no puede interponerse en el camino de la cuestión política esencial. Cuestionado sobre estos "quimeras", Aristide subrayó que "la misma palabra lo dice todo. 'Quimeras' son personas empobrecidas, que viven en un estado de profunda inseguridad y desempleo crónico. Ellos son víctimas de la injusticia estructural, de la violencia social sistemática (...) No sorprende que deban hacerle frente a aquellos que siempre se han beneficiado de esa misma violencia social".

Sin duda, los raros hechos de auto-defensa popular cometidos por los partidarios de Lavalas son ejemplos de lo que Walter Benjamin llamó "violencia divina": ellos deben ser colocados "más allá del bien y del mal", en una especie de suspensión político-religiosa de la ética. A pesar de que estamos tratando con lo que puedenn parecer sólo "inmorales" actos de asesinato, uno no tiene ningún derecho político a condenarlos, porque son una respuesta a años, incluso siglos, de explotación y violencia, estatal y económica.

Como afirma el propio Aristide: "Es mejor equivocarse con el pueblo que tener razón contra ellos". A pesar de algunos errores demasiado evidentes, el régimen de Lavalas fue, en efecto, una de las formas de cómo la "dictadura del proletariado" podría ser hoy en día: mientras participa de manera pragmática en algunos compromisos impuestos desde el exterior, siempre se mantuvo fiel a su "base", a la multitud de desposeídos y gente común hablando en su nombre, no "representándolos" sino directamente basándose en sus auto-organizaciones locales. Aún respestando las reglas democráticas, Lavalas dejó bien claro que la lucha electoral no es el lugar donde se deciden las cosas: que es mucho más crucial el esfuerzo en complementar la democracia con la auto-organización política y directa de los oprimidos. O, para ponerlo en nuestros términos "posmodernos": la lucha entre Lavalas y la élite capitalista-militar de Haití es un caso de antagonismo genuino, un antagonismo que no encaja en el marco del "pluralismo agonista" democrático-parlamentario.

Es por eso que el sobresaliente libro de Hallward no es sólo sobre Haití, sino sobre qué significa ser de izquierda hoy: preguntale a un izquierdista cómo se posiciona frente a Aristide, y quedará claro al instante si es un partidario de la emancipación radical o simplemente un liberal humanitario que quiere una "globalización con rostro humano".

5 comentarios:

Nacho dijo...

Hasta el Brasil de Lula aprobó el derrocamiento de Aristide en 2004

Y la Argentina de Kirchner.

Nacho dijo...

Bien Zizek (y bien Fede traduciendo), me debo un post sobre este tema.

gervas dijo...

algo había leído en mariborchan, pero sin mucho tiempo y en inglés. Gracias por la traducción, estaría bueno que hubieran más traducciones de Slavoj.

Unknown dijo...

Buenísimo.
Pensé que era un blog esto y no una tesis para demostrar la hipótesis del título. (Suspiros resignados)

Pablo dijo...

"Es mejor equivocarse con el pueblo que tener razón contra ellos" esta frase la escuché, diferencias más diferencias menos" en la "Patagonia rebelde"...