Nueva Orleans, Haití, Concepción... Los nombres cambian, pero la esencia es la misma. Comparto con ustedes un texto de Slavoj Zizek de su libro Sobre la violencia (Paidós, 2009) en el que el filósofo analiza el discurso racista sobre la "violencia" de la chusma y define elementos del actual orden mundial que quedan al desnudo con los desastres naturales.
(También recomiendo las "posibles respuestas de un desharrapado que saquea" de Roberto Gargarella)
Un extraño caso de comunicación fática
(...) Durante unos pocos días Nueva Orleans experimentó la regresión a un salvaje coto de saqueos, asesinatos y violaciones. Se convirtió en una ciudad de muertes y asesinatos, una zona postapocalíptica donde aquellos que Giorgo Agamben llama homini sacer -personas excluidas del orden civil- vagaban sin rumbo. Existe un temor creciente de que este tipo de desintegración de la entera estructura social pueda llegar en cualquier momento, que algún accidente natural o tecnológico -sea un terremoto, un fallo eléctrico o el famoso efecto Y2K- reducirá nuestro mundo a un primitivo estado salvaje. Este sentido de la fragilidad de nuestro vínculo social es en sí mismo un síntoma social. Precisamente cuando y donde uno esperaría un surgimiento de la solidaridad frente al desastre, hay un miedo de que explote el egoísmo más desesperado como sucedió en Nueva Orleans. (...)
En un análisis más profundo, lo primero que hay que advertir es su extraña temporalidad, una suerte de reacción a destiempo. Inmediatamente después de la irrupción del huracán hubo un alivio momentáneo: su ojo pasó a una veintena de kilómetros de Nueva Orleans. Tan sólo se contabilizaron diez muertes, asíque lo peor, la temida catástrofe, se había eludido. Después, con la resaca tras el huracán, las cosas comenzaron a ir mal. Parte del dique de contención de la ciudad se rompió, con lo que la ciudad se inundó y el orden social se desintegró... La catástrofe natural, el huracán, reveló estar "mediado socialmente" de múltiples maneras. En primer lugar, hay buenas razones para sospechar que Estados Unidos recibe más huracanes de los habituales debido al calentamiento global producido por el hombre. En segundo lugar, el inmediato efecto catastrófico del huracán, la inundación de la ciudad, fue en gran parte debido a un error humano: las presas de protección no eran lo suficientemente buenas y las autoridades estaban pocos preparadas para enfrentarse a las predecibles necesidades humanas que siguieron. Pero el golpe auténtico y más grande tuvo lugar tras el acontecimiento, bajo la forma del efecto social de la catástrofe natural. La desintegración del orden social llegó como un especie de acción diferida, como si la catástrofe natrual se repitiera a sí misma como catástrofe social.
¿Cómo leer este colpaso social? La primera reacción es conservadora. Los acontecimientos de Nueva Orleans confirman de nuevo cuán frágil es el orden social, cuánto necesitamos un refuerzo estricto de la ley y una presión ética para prevenir la explosión de pasiones violentas. La naturaleza humana es esencialmente malvada, el descenso al caos social es una amenaza permanente... Este argumento puede recibir también una vuelta de tuerca racista: los que cayeron en la violencia eran casi todos negros, así que aquí tenemos de nuevo la prueba de su falta de civilización. Las catástrofes naturales hacen aflorar a la chusma que en tiempos de paz normalmente se mantienen oculta y bajo control.
Desde luego, la respuesta obvia a esta línea de argumentación es que el descenso al caos de Nueva Orleans hizo visible la división racial persistente en Estados Unidos. Nueva Orleans era negra en un 68%. Los negros son los pobres y los menos privilegiados: no tuvieron medios para huir de la ciudad a tiempo. Fueron abandonados, murieron de hambre y desprotegidos. No sorprende que estallasen. Su reacción violenta debería verse como un eco de los disturbios de Rodney King en Los Ángeles, o incluso las revueltas de Detroit y Newark a finales de la década del 60.
De un mundo más fundamental, ¿y si la tensión que llevó al estallido de violencia en Nueva Orleans no era la tensión entre la "naturaleza humana" y la fuerza de la civilización que la mantiene a raya, sino la tensión entre dos aspectos de nuestra civilización? ¿Y si, en el esfuerzo por controlar estallidos como el de Nueva Orleans, las fuerzas de la ley y el orden se enfrentaron con la auténtica naturaleza del capitalismo en su forma más pura, la lógica de la competencia individualista, de la autoafirmación más despiadada, una "naturaleza" mucho más amenazadora y violenta que todos los huracanes y terremotos juntos?
En su teoría de lo sublime, Immanuel Kant interpretó nuestra fascinación por las acometidas del poder de la naturaleza como una prueba negativa de la superioridad del espíritu sobre la naturaleza. No importa cuán brutal sea el despliegue de la ferocidad de la naturaleza, no puede afectar a nuestra propia ley moral. ¿No proporciona la catástrofe de Nueva Orleans un ejemplo similar de lo sublime? No importa la brutalidad del vórtice del huracán, no puede interrumpir la espiral de la dinámica capitalista.
El sujeto que se supone saquea y viola
Hay, no obstante, otro aspecto de los sucesos de Nueva Orleans que es crucial respecto a los mecanismos ideológicos que regulan nuestras vidas. De acuerdo con una anécdota antropológica bien conocida, los "primitivos" a quienes se atribuye ciertas creencias supersticiosas (que descienden de un pez o de un pájaro, por ejemplo), cuando son interrogados directamente por estas creencias, responden: "¡Desde luego que no, no somos tan estúpidos! Pero algunos de nuestros ancestros efectivamente lo creían...". En pocas palabras, transfieren su creencia a otro. Nosotros hacemos lo mismo con nuestros hijos. Pasamos por el ritual de Santa Claus, puesto que a nuestros hijos se les supone la creencia en él y no queremos decepcionarlos. Ellos fingen creelo para no decepcionarnos a nosotros y a nuestra creencia en su inocencia (y para recibir regalos, por supuesto). ¿No es ésta también la excusa habitual del político deshonesto que se vuelve sincero? "No puedo decepcionar a la gente que cree en mí (o en ello)". ¿No es esta la necesidad de encontrar a otro que "realmente cree" lo que impulsa nuestra necesidad de estigmatizar al otro como "fundamentalista" (religioso o étnico)? De modo extraordinario, algunas creencias siempre parecen funcionar "a distancia": para que funcione la creencia debe haber un garante final de ella, aunque este garante sea siempre diferido, desplazado, nunca esté presente en persona. La clave, desde luego, está en que este otro sujeto que cree de modo absoluto no necesita existir para que la creencia sea operativa. Es suficiente con presuponer su existencia, esto, es, creer en ella, tanto en la forma del otro primitivo como en la forma del "se" impersonal ("se cree..."). (...)
Los acontecimientos de Nueva Orleans después de ser sacudida por el huracán Katrina proporcionan un nuevo añadido a esta serie de "sujetos que se presuponen...": el sujeto que se supone saquea y viola. Todos recordamos los reportajes sobre la desintegración del orden público, la explosión de violencia entre la población negra, los saqueos y las violaciones. Con todo, investigaciones posteriores demostraron que en la gran mayoría de los casos estas supuestas orgías de violencia simplemente no ocurrieron: los rumores no comprobados se reprodujeron como hechos probados por los medios de comunicación. Por ejemplo, el 4 de septiembre el jefe del Departamento de Policía de Nueva Orleans fue citado en el New York Times, en un texto sobre las condiciones en las que se encontraba la ciudad: "Los turistas pasean por aquí, y en cuanto estos individuos los ven, se convierten en sus presas. Los golpean, los violan en la calle". En una entrevista dos semanas posterior, reconoció que algunas de sus afirmaciones más chocantes eran falsas: "No tenemos datos oficiales que documenten asesinato alguno. Ningún informe de violación o asalto sexual".
La realidad de los negros pobres abandonados y dejados a su suerte sin medios de supervivencia se transformó entonces en el espectro de un estallido de violencia negra, de turistas asaltados y asesinados en las calles, que habían degenerado en anarquía, en un enorme coliseo llenos de bandas que violaban a mujeres y niños... Estos informes no eran palabras vacías, eran palabras que tenían efectos materiales precisos: generaron miedos que llevaron a las autoridades a frenar el despliegue de tropas, ralentizaron las evacuaciones médicas, llevaron a los oficiales de policía a abandonar la ciudad, prohibieron despegar a los helicópteros. Por ejemplo, los coches de la compañía de ambulancias Acadian quedaron guardados bajo llave cuando llegó el rumor de que las reservas de agua de un parque de bomberos de Covington habían sido saqueadas por asaltantes armados, noticia que resultó ser totalmente infundada.
Desde luego, el sentido de amenaza fue activado por un desorden y una violencia geniunos: los saqueos comenzaron en el momento en que la tormenta pasó sobre Nueva Orleans. Abarcaron desde robos menores a asaltos a mano armada, impulsados por la necesidad de sobrevivir. Sin embargo, la (limitada) realidad de los crímenes de ningun modo condena los "informes" del colapso total de la ley y el orden; y no porque tales datos fueran "exagerados", sino por una razón mucho más radical. Jacques Lacan afirmó que, incluso si la mujer del paciente está acostándose realmente con otros hombres, los celos del paciente deben ser tratados como una condición patológica. De modo parecido, incluso si los judíos ricos en la Alemania de los últimos años de la década del 30 "realmente" explotaban a los trabajadores alemanes, seducían a sus hijas, dominaban la prensa popular y demás, el antisemitismo nazi seguía siendo radicalmente "no verdadero", una condición ideológica patológica. ¿Por qué? Lo que la hacía patológica era la inconfesada inversión libidinosa de la figura del judío. La causa de todos los antagonismos sociales fue proyectada en el "judío", el objeto de un amor-odio perverso, una figura espectral de fascinación y repugnancia. Exactamente lo mismo se aplica a los saqueos en Nueva Orleans: incluso si TODOS los informes acerca de la violencia y saqueos fueran probados como fácticamente verdaderos, las historias que circulaban sobre ellas seguirían siendo "patológicas" y racistas, pues lo que motivó esas historias no eran hechos, sino prejuicios racistas, la satisfacción sentida por quienes fueran capaces de decir: "¡Ves, los negros son realmente así, bárbaros violentos sin ningún sentido de civilización!". En otras palabras, podríamos estas viéndonoslas con lo que podría denominarse mentir bajo la forma de la verdad: incluso si lo que estoy diciendo es fácticamente cierto, los motivos que me hacen decirlo son falsos.
¿Y qué hay del obvio contraargumento derechista-populista? Si decir la verdad fáctica implica una mentira subjetiva -la actitud racista-, ¿no significa esto, más allá de la corrección política, que no podemos expresar los meros hechos empíricos cuando los negros cometen un crimen? La respuesta está clara: la obligación no es mentir, falsificar o ignorar los hechos en nombre de alguna verdad política mayor, sino -y esto es algo mucho más difícil de hacer- cambiar la posición subjetiva propia de modo que decir la verdad fáctica no implique la mentira de la posición subjetiva de enunciación. (...)
Pero aquí no tratamos sólo del viejo racismo. Está en juego algo más, una característica fundamental de nuestra sociedad "global" emergente. El 11 de septiembre de 2001 fueron atacadas las Torres Gemelas. Doce años antes, el 9 de noviembre de 1989, cayó el muro de Berlín. Esa fecha señala el comienzo de la "feliz década de 1990", el sueño de Francis Fukuyama del "fin de la historia", la creencia de que, en principio, la democracia liberal había ganado, de que la búsqueda había acabado, de que la llegada de una comunidad global liberal estaba a la vuelta de la esquina, de que los obstáculos a este superfinal made in Hollywood eran meramente empíricos y contingentes (focos locales de resistencia donde los líderes no se habían percatado aún de que su tiempo había acabado). A diferencia de entonces, el 11 de septiembre es el símbolo principal del fin de la feliz década clintoniana del 90. La era en la que surgieron nuevos muros en todas partes, entre Israel y Cisjordania, alrededor de la Unión Europea, en la frontera con México. El auge de la nueva derecha populista es sólo el más eminente ejemplo de la urgencia por construir nuevos muros.
Hace un par de años pasó casi desapercibida una siniestra decisión de la Unión Europea: el plan de establecer una policía de fronteras europea para asegurar el aislamiento del territorio de la Unión y prevenir así el flujo de inmigrantes. Ésta es la verdad de la globalización, la construcción de nuevos muros que defienden a la próspera Europa de la marea inmigrante. Uno se ve tentado a resucitar aquí la vieja oposición "humanista" marxista entre las "relaciones entre las cosas" y las "relaciones entre personas": en la celebrada libre circulación desplegada por el capitalismo global, son las "cosas" (mercancías) las que circulan libremente, mientras que la circulación de "personas" está cada vez más controlada. No estamos tratando aquí de la "globalización" como un proyecto inacabado, sino con la auténtica "dialéctica de la globalización": la segregación de las personas es la realidad de la globalización económica. Este nuevo racismo de los desarrollados en en cierto modo mucho más brutal que los anteriores: su legitimación implícita no es naturalista (la superioridad "natural" de Occidente) ni tampoco culturalista (en Occidente nosotros también queremos preservar nuestra identidad cultural), sino desvergonzado egoísmo económico. La división fundamental es la que hace entre los incluidos en la esfera de la prosperidad económica (relativa) y los excluidos de ella.
Esto nos lleva de vuelta a los rumores y a las noticias acerca de "sujetos que se suponen saquean y violan". En Estados Unidos, Nueva Orleans se cuenta entre las ciudades más marcadas por el muro interno que separa a los ricos de los negros recluidos en guetos. Y es sobre quienes están al otro lado del muro sobre los que fantaseamos: viven cada vez más en otro mundo, en una tierra de nadie que se ofrece como pantalla para la proyección de nuestros miedos, ansiedades y deseos secretos. El "sujeto que se supone saquea y viola" está al otro lado del muro. (...) Más que cualquier otra cosa, los rumores y noticias falsas de los resultados del Katrina atestiguan la profunda división de clase de la sociedad estadounidense.
Cuando, a comienzos de octubre de 2005, la polícia española se enfrentó al problema de cómo detener el flujo de inmigrantes africanos desesperados que intentaban penetrar en el pequeño territorio español de Melilla, en la costa africana del Rif, desplegó el plan de construir un muro entre el enclave español y Marruecos. Las imágenes presentadas -una compleja estructura con la última tecnología- tenían una extraña semejanza con el muro de Berlín, sólo que con la función opuesta. Este muro estaba destinado a impedir a la gente entrar, no salir. La cruel ironía de la situación es que el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, el líder del gobierno europeo probablemente más antirracista y tolerante de la actualidad, se ve forzado a adoptar estas medidas de segregación. He aquí una señal clara del enfoque multiculturalista "tolerante" que predica abrir fronteras y acoger al otro. Si se abriesen las fronteras, los primeros en rebelarse serían las clases trabajadoras locales. Está cada vez más claro que la solución no es "derruir los muros y dejar entrar a todos", que es la exigencia fácil y vacua de los bondadosos liberales progresistas "radicales". La única solución auténtica es derruir el auténtico muro, no el del Departamento de Inmigración, sino el socioeconómico: cambiar la sociedad de modo que la gente no intente escapar desesperadamente de su propio mundo.
Hace 5 años.
1 comentarios:
muy buen texto, felicitaciones. Yo pasé el terremoto en Santiago, y pude vivir el miedo y la desorientación post tragedia, incluso del llamado 'saqueo legal', es decir, ir al supermercado y ver gente llenar locamente los carros con cosas que ni siquiera se me ocurre para qué las querían o en qué refrigerador caben. buen blog.
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