Combatiendo, el capital miércoles, 9 de marzo de 2011

















por Martín Caparrós

Todavía no se animan a sacar avisos en los diarios. Parece que les da como cosa, pero mientras tanto la oferta se difunde de boca en boca: por sólo unos cientos y un poco de paciencia, es posible lanzarse al safari más excitante de la historia. La idea, dicen, se le ocurrió a un galletitero de Munro, pero ahora se difundió y avanza: el comerciante recibe la plata y se hace el oso; el cliente se queda en un rinconcito, cara de nada, y espera: cuando llega el chorro, el cliente saca el magnum 357 y, sin decir ríndete forastero, le pone cinco balas entre los ojos pardos.

A veces el ladrón tarda mucho, días en llegar; a veces, incluso, no llega: los riesgos corren por cuenta del cliente. Pero en general funciona. Y no es fácil encontrar mejores condiciones para practicar caza mayor con blancos casi verdaderos: los ladrones, si están bien vestidos, se parecen mucho a la gente. Después, si alguna vez el tirador corre algún peligro, si alguien le quiere robar el anillo de bodas, va a estar preparado para repeler honestamente la agresión.

–Oiga, éste estaba demasiado gordo.
–Sí, la joda es que se alimentan a fideos.
–Claro, los muy brutos. Espero que la próxima me toque uno más flaco, es un blanco más interesante.

El deporte es el deporte, una escuela para nuestros retoños, la bebida de los pueblos fuertes, y así vamos. El problema es que cada vez hay más que no lo hacen por el placer, sino por el dinero. Lo fuerte es cuando lo hacen por el dinero. Ultimamente, muchos matan para defender los 200 pesos que tienen en la caja, y les parece bien.

Matar para defender los 200 de la caja es demasiado obvio: una metáfora berreta del capitalismo más salvaje. El capitalismo sin ningún disfraz: eso es incómodo.

La historia del siglo es la historia de los disfraces cada vez más lujosos que se fue inventando el capitalismo para subsistir, cuando reclamos y movimientos lo obligaban a disimular su condición: educación, medicina, jubilación, vacaciones, seguro de desempleo, jornadas restringidas, estabilidad laboral y tantos otros. La socialdemocracia, los estados benefactores, los populismos a la peronista son algunas de las formas del asunto. Ahora parece que al estado ya no le da para comprar trapos, y trata de no gastar en disfraces: por eso ha ido privatizando, dejando de disimular, abandonando sus prestaciones. Pero no se esperaba para tan pronto que privatizaran lo que fue el origen de los estados, su razón primera: la administración de la violencia.

En la Argentina, supongo, la idea empezó con los militares de la dictadura: privatizaron la parte de la violencia –las torturas, los asesinatos– que el estado no podía asumir en público. La idea prendió, y ahora buena parte de la seguridad que importa es privada: guardias personales, custodias en barrios e instituciones, policías laborales. Grandes empresas casi monopólicas se hacen cargo de lo que abandona el estado en su naufragio: se apropian de la violencia como se apropian del petróleo o los aviones.

El problema es que estamos en la Argentina, o algo que se le parece mucho, y les ha surgido la competencia del cuentapropismo. Y allí, como los galletiteros no tienen los medios para disimular, el capitalismo se muestra en todo su esplendor.

El menemismo, ya lo dijo Vladimir Ulianov, es la etapa superior del capitalismo: es el capitalismo audaz, desdeñoso, soberbio. Ese capitalismo audaz es el que ponen en acto los almaceneros que matan –y, peor, están dispuestos a morir– para defender los 200 pesos de la caja. Un capitalismo que no necesita disimular nada, que muestra sin tanguita que está dispuesto a matar por la plata a quien sea necesario.

–Mirá, me rompe las bolas tener que matarlo, pero si se llevaba la guita los chicos se me quedaban sin el regalo del día del Niño.
–Ah, no, claro, por los chicos todo.
–Ya lo decía el general: los únicos privilegiados, viste.

Hay una falacia fundadora: que la vida humana es, en sí, por mandato superior, invalorable, más importante que nada. Es falso: vale lo que se quiera pagar, lo que cada sociedad establece que vale –pregúntenle a un americano del siglo pasado cuánto valía la vida de un esclavo negro y podría haber dado cotizaciones muy precisas. Es falso, pero sobre ese mito se asienta la posibilidad de que exista este tejido social. Si queda establecido que una vida de chorro del coño urbano vale 199 con 90, seis pagos con tarjeta, todo se complica. Si los chorros se convencen de que los 200 pesos valen una vida, en una de esas les da por entrar matando: mejor que sea la del otro. Va a ser un problema para algunos, y puede resultar un mal ejemplo, quiero decir: un ejemplo.

El mecanismo capitalista solía ser más astuto: te iban sacando la vida de a poco, en 12 horas diarias 5 días por semana, 11 meses y medio por año, 38 años por vida, y te la pagaban también de a poco, no 200 sino un poco más. Era más pudoroso. Ahora, con el menemismo, la etapa superior del capitalismo, el capitalismo desdeñoso, están tan ensoberbecidos que no tienen tapujos en mostrarse tal como son: que la escuela se la pague el que pueda, que te cure lola, la luz para los iluminados y la vida por 200 pesos. Es interesante que se hayan vuelto tan impúdicos, que se confíen tanto. Se muestran y quizás no se dan cuenta de que se los ve feos, llenos de verrugas, con los pendejos malteñidos de rubio y la prótesis un poco atravesada. Se muestran demasiado. No creo que les convenga. Pero los que saben son ellos.

(julio 1993)

Publicado en Página/12. Recopilado en La patria capicúa


3 comentarios:

Cinzcéu dijo...

Hay una pequeña trampita, ¿no?, con esa fecha medio escondida al final.
En líneas generales coincido con los Caparrós de 1993 y 2011 y con la evaluación de que nada ha cambiado en estas dos décadas como para revisar el fondo político del discurso.
Es lo que el kirchnerismo no puede admitir: que la política existía (no sólo la del PC que hoy se le subordina 100% sin concesiones) en el país y en el mundo antes de 2003. Y que la mentira organizada desde el poder lleva un poco más de 8 años de historia.
Combatiendo el capital, sí, y entonces combatiendo sin lugar a dudas a su gobierno.

Fede / Billie dijo...

Sólo aclaro que la fecha al final figura así en el propio libro (La Patria Capicúa): como es un compilado de artículos periodísticos, al pie de cada uno aparece la fecha original de publicación. En el post intenté respetar ese formato --no es que quiera decir que coincida con "el Caparrós de 1993" y no con el posterior. De hecho entre 2008 y 2010 publiqué en este espacio varias de sus columnas en Crítica.
De hecho lo único "no inocente" en mi post es, justamente, rescatarlo y volverlo a publicar 18 años después. El implícito es que en 2011 algunas de las cosas que dijo en ese entonces siguen teniendo vigencia. Gobierne quien gobierne. Abrazo.

Cinzcéu dijo...

Muy justa y oportuna tu aclaración.
"En 2011 algunas de las cosas que dijo en ese entonces siguen teniendo vigencia. Gobierne quien gobierne". Totalmente de acuerdo, claro. Abrazo.