Apuntes mundialistas: el día del arquero domingo, 1 de julio de 2018

El fútbol es injusto y por eso, a veces, es tan lindo.

España-Rusia era, a priori, uno de los encuentros más desiguales de esta Copa del Mundo. De un lado, un all-star compuesto por figuras de la talla de Busquets, Iniesta, David Silva, Isco y Asensio; del otro, un equipo que ocupa la 70° posición en el ranking de la FIFA y que tiene a veinte de sus jugadores militando en el intrascendente campeonato ruso. Desde ya que estaba el factor localía, pero incluso con eso en mente la mayor parte de los comentaristas descontaba una cómoda victoria para el conjunto español. "Ya nos podemos considerar en cuartos ya que Rusia es imposible que nos pueda meter un gol. Va a ser el partido más tranquilo que vaya a tener España en la historia de los Mundiales", tuiteó por la mañana Manuel Esteban, redactor jefe del diario AS.

Su vaticinio venía cumpliéndose como un relojito. A los doce minutos, tras un centro español, un tal Sergei (Ignashevich) se quedó mirando a un tal Sergio (Ramos) en lugar de mirar la pelota, que le dio en el talón y se terminó metiendo. España estaba 1-0 y todo pintaba para goleada. Pero el equipo conducido por Fernando Hierro cometió un pecado mortal: en lugar de seguir buscando el partido, se dedicó a venerar al dios español de la posesión, haciendo circular la pelota con un tiki-taka que apuntaba a desgastar a la selección rusa. Lo que no calculó es que los rusos saben mucho de resistir y, ante la ausencia de un plan B, se dedicaron a hacer lo mismo que venían haciendo desde el pitido inicial: aguantar, mandar el pelotazo a la nada, cortar los ataques con faltas. Un juego rústico derivado de sus propias limitaciones, un estilo oh too familiar en los equipos chicos de este mundial.

En eso estaba la cosa cuando, de uno de los tantos córners que Rusia ganó en el primer tiempo, salió un centro de Aleksandr Samedov que Gerard Piqué saltó a disputar con la mano arriba, presagiando problemas. El árbitro cobró penal y Artem Dzyuba, que había arrancado el Mundial en el banco de suplentes, lo pateó con muchísima frialdad para poner el empate. "Cada uno de nosotros debe morir en el terreno de juego", había dicho Dzyuba en una entrevista con la FIFA antes del partido. "Ya sean 95 minutos ó 100, el tiempo que sea necesario".

Desde entonces se dio un partido horrible, manejado por el holandés Björn Kuipers con mentalidad de "siga siga". Los rusos se cansaron de atender a cada mediocampista español que recibía la pelota después de la mitad de cancha. Incluso cuando los integrantes de la Roja, de mejor manejo del balón, lograban hacerla circular, los locales se encargaban de dejar su marca con una patadita a la pasada medio segundo más tarde. Un festival de rusticidad que dejaba entrever el inocultable objetivo de resistir hasta los penales, porque no había forma que un equipo plantado así lograra un gol de jugada.

Hubo una indudable falta de pericia por parte de Hierro, que esperó hasta el alargue para hacer ingresar al explosivo Rodrigo y de sacar a Asensio, de flojo partido. El gran aprendizaje para los equipos grandes en este Mundial es que si los rivales se cierran atrás la respuesta no puede ser lloriquear frente a los micrófonos sino buscar alternativas en el campo de juego. Sea como fuere, el tiempo pasó y Rusia logró su primer gran objetivo: llegar a los penales.

No me detendré demasiado en el portero español David de Gea, ya que a esta altura de la noche todos conocen la estadística que dice que le patearon 7 veces al arco en todo el mundial y recibió 6 goles (sumado a que no pudo detener un sólo disparo en la tanda de penales). Sí puedo hablar de Igor Vladimirovich Akinfeev, ese arquero de 32 años que atajó toda su vida en el CSKA Moscú y que desde 2004 defiende el arco de su selección. Akinfeev llegaba cuestionado por una serie de malas atajadas en Brasil 2014, incluyendo un blooper frente a Corea que le costó la derrota de su equipo. Pero en esta Copa del Mundo demostró estar concentradísimo desde el día uno y mostró un buen nivel en la primera ronda, en especial en las victorias frente a Arabia Saudita y Egipto que sellaron el pase a octavos del país anfitrión. Esta tarde en Moscú metió una doble atajada frente a Iniesta y Aspas en el minuto 85 que ayudó a Rusia a llegar con vida a la prórroga. En la ronda de tiros desde el punto del penal, se convirtió en héroe al contener los disparos de Koke y Aspas. Los hinchas españoles, que llegaban confiados, que fueron con nada mientras el Luzhniki se convertía en un volcán de emociones.





















No hay mucho para decir sobre el atípico choque entre Croacia y Dinamarca, que entregó dos goles en los primeros cuatro minutos tras un concierto de imprecisiones en defensa y luego decayó hasta convertirse en un encefalograma plano, con un equipo croata bien lejos de aquel que se llevó nueve puntos del grupo que compartía con Argentina (es cierto que nuestra floja selección sacó la mejor imagen de todos nuestros rivales) y un conjunto danés tan falto de ambición como durante todo el torneo. A minutos del cierre del segundo suplementario, Ante Rebic encontró un pase profundo y se escapaba solo hacia el gol cuando lo hachó Mathias Jørgensen, que fue amonestado. Penal para Croacia y todo parecía cocinado en los pies de Luka Modric, pero no contaban con Kasper Schmeichel, el hijo del mítico arquero del Manchester United, que detuvo el disparo. Vendrían, entonces, los penales.

Si el partido en sí fue un embole mayúsculo, la tanda de penales hizo que valiera la pena la espera. Fue una definición electrizante. Ningún futbolista tiró la pelota a la tribuna, pero Schmeichel detuvo dos penales y Danijel Subasic tres. El arquero croata, by no means un portero brillante y responsable parcial del gol danés en la primera jugada de peligro, de pronto se convirtió en el ídolo de la jornada. Schmeichel se fue con las manos vacías. "¿Cómo explicar qué ha ocurrido? Es un extraño sentimiento", dijo el danés. "Recordaré este sentimiento y será útil en el futuro. Volveremos"

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