Eran las tres y media de la tarde. Hacía frío pero tenía calor. Salí apurado de la estación Retiro del subte y comencé a caminar hacia la terminal, en esas cuadras donde "lo popular" toma un matiz casi de estereotipo.
Al ritmo de pasos apresurados, pasé por precarios stands de venta de comidas al paso, tiendas de ropa deportiva a precios muy baratos, y enormes puestos de diarios con revistas viejas y vespertinos amarillistas.
De fondo se oían los gritos de los vendedores, que anunciaban ofertas desde la mañana -y no se cansaban. Yo les pasaba por el costado, pensando en otra cosa, mientras escuchaba la usual combinación entre el producto básico y la idea de su precio, resumida en un slogan: "Baratitas las medias"... "Remeras, dos por catorce"... "Empanaditas caseras, un peso"...
Hasta que en un momento, mientras me disponía a cruzar la calle Padre Mujica, oí una que no había escuchado antes. Giré la cabeza e intenté oir de nuevo, a ver si me había equivocado. Pero no. El hombre, de unos treinta y tantos, tenía en brazos -como madre a su hijo- a un pequeño muñeco que, gracias a un par de pilas, movía sus manos y piernas. Y entonces el comerciante repitió:
"A los bebées... a los bebées..."
Hace 4 años.
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