Más de 100.000 personas recordamos hoy, marchando desde Congreso hasta Plaza de Mayo, la sangrienta dictadura militar comenzada un día como hoy hace 30 años.
Un dato: las Abuelas de Plaza de Mayo, ahora amigas del presidente Kirchner, se negaron a firmar el documento único elaborado por 250 organizaciones para el acto. El documento en cuestión contenía fuertes críticas al gobierno nacional, algo que personas como Carlotto (quien tiene a un hijo como secretario de Felipe Solá y otro como diputado del oficialista Frente para la Victoria) obviamente no iban a aprobar. "Me parece injusto hablar contra el Gobierno", dijo. Los puntos controversiales del documento, acá.
Pero más allá de la politiquería, la marcha en la cual participé hoy fue una de las movilizaciones sociales más grandes de los últimos años. Muestra el buen estado del sano ejercicio democrático de expresión popular... y de otra sana actividad: recordar. Y que, a su vez, ese recuerdo no sólo quede en los museos, sino también en las calles. Que las consignas no sólo marquen los horrores del pasado, sino también los actuales (muchos de los cuales son consecuencias, directas e indirectas, del gobierno militar). El principal: que la dictadura haya impuesto un modelo económico que continúa hasta hoy, como afirma Alberto Dearriba en su libro El Golpe:
El supuesto objetivo del golpe de terminar con la subversión se desvanece con sólo observar hacia quiénes apuntaron el horror. (...) No es casual que el 30 por ciento de los desaparecidos eran obreros y el 18 por ciento empleados. Allí estaba el oponente principal.
El país dejó de crecer (...) La industria nacional, bombardeada por la abrupta apertura comercial, perdió incidencia sobre el producto total y se redujo el número de plantas fabriles. Era más conveniente cerrar la fábrica y convertirla en un depósito de chucherías importadas que producir a mayores costos. O venderla a empresas más poderosas para apostar a la especulación financiera. (...) La producción industrial se estancó y se produjo un fenomenal proceso de concentración. (...) Los empresarios que apoyaron el golpe se convirtieron en los patos de la boda. Les habían dicho que se terminarían los conflictos gremiales y la guerrilla, pero no que desaparecerían también sus empresas.
Alos trabajadores les fue peor: la reducción de la participación de los asalariados en el ingreso fue drástica. Los salarios cayeron entre 1975 y 1983 en más del treinta por ciento. La desaparición de miles de pequeñas y medianas empresas aumentó el desempleo.
Pero si algo signaría la vida de futuras generaciones sería la deuda externa, que saltó de 8.000 mil millones de dólares en 1975 a 45 mil millones en 1983, como producto de la especulación financiera. Un flujo masivo de fondos provenientes del exterior fue atraído por jugosas tasas de interés que permitieron a grupos locales y extranjeros controlar el proceso económico. Las decisiones empresariales abandonaron toda lógica productiva para fundarse en la lógica financiera. La deuda asumida por los más poderosos grupos privados fue estatizada. La pagaríamos todos aunque no hubiéramos disfrutado de la fiesta. (...)
La sucesión de gobiernos democráticos que se inició en el 83 reconomió esa deuda ilegítima y se allanó a buscar nuevos préstamos para pagar los intereses de la hipoteca que heredaron. Los banqueros acreedores comenzaron a dictar las políticas de ajuste tendientes a que la Nación reservara los recursos necesarios para afrontar esas obligaciones. De a poco, los organismos internacionales y la banca privada internacional empezaron a decirle a los políticos como debía organizarse el Estado argentino, cuanto debía gastar y en qué. Los acreedores internacionales establecen hoy cómo debe impartirse la educación, cómo debe ser el sistema de salud y quiénes deben pagarlo. Las dirigencias políticas perdieron capacidad de transformación para convertirse en simples adminstradores.
La lección de recordar y repudiar está clara (más allá de muchos resabios de autoritarismos, encarnados paradigmáticamente en Rico y Patti y todos sus votantes). Así lo destaca Guillermo O'Donnell en la revista Debate:
Diría que el principal aprendizaje es una valoración ambigua, a veces contradictoria, pero real, de la democracia como algo mejor que la alternativa autoritaria. Yo, durante la crisis del 2001 y 2002, me dije cien veces que, en otro tiempo, hubieran habido cien golpes de Estado, y el hecho de que eso ni siquiera estuvo planteado y ni siquiera existió el temor, es un avance, y es un dato muy valioso que permite mirar hacia adelante. Esto es una lección, y la marca de la Dictadura deja algo positivo.
El gran misterio es cómo reconstituir una Argentina que sea mucho menos desigualitaria, y eso creo que incluye una actitud activa por parte de todos: la sociedad tiene que ayudarse y no esperar que, como en un partido de fútbol, los jugadores diriman el partido.
Pero como bien termina señalando O'Donnell, hay que dar un paso más. Porque no es como decía Alfonsín. No: con la democracia no alcanza para comer y educar.
La dictadura que tanto repudiamos recién va a terminar cuando un campo popular organizado pueda inclinar la relación de fuerzas en la sociedad argentina hacia un mejor reparto de la riqueza.
Hace 5 años.
1 comentarios:
Yo también fuí. La verdad, re grossa
Capáz que nos cruzamos sin saber, je.
A mi me parece mal lo que les hicieron a las Abuelas, mas allá que anden demasiado "Kirchneristas" últimamente. No sé, eso de apagarles el micrófono es cualquiera.
Igual el acto no pude verlo todo, porque, como sabrás tan bien como yo, eramos tantos el viernes que no entrabamos en la plaza; asi que la agrupación con la que fuí (una de la facu), se desconcentró, casi apenas llegó a la plaza. Y me enteré del lío cuando uno de mis compañeros lo dijo.
Igual creo que es importante que hayamos sido tantos, mas allá de la gilada de siempre que lo usó para hacer miniturismo. Admito que a mi me vino bien que sea feriado porque, sinó, no hubiera podido ir ya que a esa hora estoy cursando los viernes.
Saludos.
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