Inland Empire es la película más larga, más oscura y más retorcida de David Lynch. Lo cual ya es mucho decir.
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Con esta sí que la limó.
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En Mulholland Drive, su obra anterior, existía una coherente historia de suspenso que se transladaba a otra realidad recién en el último tercio de película. En Inland Empire, en cambio, estamos en pelotas desde el principio: el film avanza y vamos agarrando lo que podemos.
Daniel Quinn escribe: "El aumento de complejidad respecto a su predecesora estriba, principalmente, en la inclusión del tercer plano espacial -la ficción, la película dentro de la película- en los dos que ya enloquecían Mulholland Drive: realidad y sueño."
El espectador no tiene de donde agarrarse: no hace pie. Apenas si flota, bucea.
La pregunta clave es: ¿en qué momento deja uno de intentar entender la historia?
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Hay quien dice que Lynch juega con las cartas marcadas al elegir para Inland Empire un marco en donde (casi) todo está permitido, pero he aquí lo más alto del triunfo de Lynch. Se pregunta Chris Kaltenbach: "¿Hay algún director conocido que alguna vez haya hecho un film tan inescrutable y se haya salido con la suya? Luis Buñuel y Salvador Dalí salieron con algo narrativamente incomprensible pero visualmente inolvidable en 1929 con Un Perro Andaluz, pero sólo tuvieron que mantener a sus audiencias en trance por 16 minutos. Lynch tiene que mantener su vara directorial en alto durante tres horas. Cómo lo hace, sospecho, es el tipo de cosas que los seminarios sobre cine estarán discutiendo en las próximas décadas."
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Mientras que debajo de la atmósfera de Mulholland Drive había un drama hecho y derecho, acá la carata de emociones es más amplia: hay una historia triste y retorcida, sí, pero también hay terror y miedo del más primal y, sorprendentemente, un abandono de la solemnidad de trabajos anteriores. Lynch está tan sólo en esta idea de un cine radical, que no tiene más remedio que reirse. Reir por no llorar.
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Otra vez la fábrica de sueños de Hollywood recibe una cachetada y se transforma en una pesadilla. Contradiciendo esa dulce voz que nos informa que estamos en el lugar "where dreams make stars and stars make dreams".
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¿Por qué preguntarse por la estructura? Inland Empire es un fascinante laberinto, como la litografía de Escher.
"La ilusión de que existe un 'flujo' de tiempo resulta de nuestra estrecha capacidad de entendimiento, que sólo nos permite percibir una franja estrecha del continuo espacio-temporal total. ¿No es algo similar a lo que ocurre en las narrativas alternativas? Mas allá de la realidad ordinaria, existe otro oscuro dominio pre-ontológico de virtualidades en los cuales la misma persona viaja hacia adelante y hacia atrás, 'testeando' diferentes escenarios..." escribió alguna vez Slavoj Zizek, a propósito de otra película.
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Lo cierto es que Inland Empire es una experiencia única de la cual distintas personas saldrán, según el caso, enojadas, asqueadas, sintiéndose insultadas, o quizás tocadas por algo mágico e irrepetible. Si tan sólo por la posibilidad de conseguir esto último, vale la pena el intento.
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Alguno saldrá diciendo que esta obra es un acto de onanismo elitista, el colmo del cine autor en donde un pequeño cúmulo de fanáticos se queda con todos los guiños mientras las grandes audiencias se revuelven en la butaca buscando la luz de salida. Esta vez, están equivocados. El propio Lynch lo desmiente: "El cine es como la música. Puede ser muy abstracta, pero la gente tiene ganas de otorgarle un sentido intelectual. Y cuando no pueden, se frustran. Pero pueden sacar una explicación desde adentro, si tan sólo lo permitieran. Realmente, saben más de lo que creen."
Imperio (Inland Empire) se estrenó en Argentina -mejor dicho, en Buenos Aires- el jueves pasado en las salas Arteplex Belgrano, Arteplex Centro, Atlas Santa Fe, Cinedúplex, Cinemark Palermo y Village Recoleta.
Hace 5 años.
4 comentarios:
Me diste ganas de verla... :D
Vaya nomás, estimado Xel-Ha, y después me cuenta ;)
Anoche salí de ver esta película del cineclub con dolor de cabeza y un amigo que me odió las 3 horas (y probablemente me sigue odiando). Pero mi sentimiento es distinto. Obviamente llegué a la conclusión de que es lo más... ¿bodrio? ¿bizarro? ¿descabellado? que haya visto en mi vida. Pero es simultáneamente fascinante, si uno deja de pensar y se abandona a percibir/sentir... dejarse llevar. Me encantó ver reflejado este pensamiento en esa última frase de Lynch que citás.
Si al menos valió la pena el intento...
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