Seif, palestino
por Martín Caparrós
Seif es un chico tan normal. Él lo repite una y otra vez:
–Nosotros somos chicos normales, como todos los chicos. La situación alrededor puede ser distinta de otras, nuestras ideas a veces pueden ser distintas, pero antes que nada somos chicos, chicos como todos los chicos.
Seif nació en 1991 en Birzeit, un pueblo cisjordano a treinta kilómetros de Jerusalén. Su madre trabaja en una ONG que gestiona microcréditos para mujeres palestinas; su padre es un ingeniero que participa en algunas de las construcciones más importantes de la región. Seif es un hijo de esa clase media ilustrada que los palestinos han mantenido a través de todas sus dificultades.
Y tenía una vida normal: iba a una escuela católica bilingüe, jugaba al fútbol y a la computadora, miraba Tom & Jerry, dibujaba, se peleaba con su hermana mayor, estudiaba lo menos posible. Seif siempre miraba las noticias, porque su padre las miraba y él no tenía más remedio, así que desde muy chico supo que en su pais había problemas, pero la primera vez que entendió que estaba sucediendo algo terrible fue aquella noche, septiembre de 2000, cuando el noticiero mostró la entrada del ministro israelí Ariel Sharon y sus custodios militares en el Monte del Templo, en Jerusalén, donde está la mezquita Al Aqsa, y los enfrentamientos que siguieron. Aquel día siete palestinos murieron y unos 300 quedaron heridos –junto con 70 policías israelíes–; al otro día la violencia se desencadenó en la franja de Gaza y Cisjordania: sólo en la semana siguiente hubo unos 50 muertos y 3.000 heridos.
–Antes de eso éramos libres. Había conflicto, pero no lo sentíamos como ahora. La vida era distinta antes de todo eso.
LAS PIEDRAS. Seif tenía nueve años. Unos meses más tarde, una mañana, descubrió que su escuela, de pronto, estaba mucho más lejos. Su escuela estaba a unos ocho kilómetros de su casa, en Ramallah, la sede de la Autoridad Palestina, y Seif solía ir en un taxi con su hermana. Pero aquel día un control israelí en la carretera les cortó el camino: desde entonces, cada mañana durante varios años, Seif y su hermana tuvieron que bajarse del coche, pasar un control militar, caminar un kilómetro de carretera vacía bajo el sol, esperar media hora o quizá dos para pasar otro control y, recién allí, buscar otro taxi u otro medio de transporte para seguir viaje.
–Yo era un chico que solamente quería ir a la escuela, y de pronto me encontraba con un soldado feo que me apuntaba con una ametralladora y me daba órdenes. Fue horrible.
Alrededor del puesto de control solía haber pedradas, corridas, disparos: era un símbolo del enfrentamiento, y los jóvenes de la zona lo atacaban.
–¿Vos estabas de acuerdo con ellos?
–Sí, claro, estaban defendiendo sus hogares, nuestra tierra. Quién sabe que les habra pasado. Quizás su hermano había muerto, su padre…
–¿Y vos tirabas piedras?
Seif se calla un momento y después habla muy bajo. Con su barbita y sus ojos serenos parece bastante mayor que sus 17 años, salvo cuando tropieza con una pregunta que no puede o no quiere contestar, y sonríe como el chico que es. Al final dice que no, que no lo hizo.
–¿Por qué?
–Quizá tenía miedo, no sé. No quiero hablar de eso.
Dice, pero se queda pensando y dice que tirar piedras no va a conseguir nada: “Podés lastimar a un soldado, dos soldados, pero ellos tienen ametralladoras, qué les vas a hacer. No es una buena manera. No sirve”. Algunos de sus amigos sí participaban de los enfrentamientos. En Cisjordania todos cuentan historias sobre algún chico que murió, algún chico que se pasó meses en la cárcel por tirar una piedra.
–¿Y charlabas con tus amigos sobre el conflicto?
–Siempre. Hubo una época, cuando yo tenía doce, trece años, que parecía que era lo único de lo que hablábamos.
LAS RELIGIONES. La familia de Seif es católica, aunque sus padres no son muy practicantes. Pero su abuela le contaba historias de Jesús antes de dormir, su hermana iba a la iglesia, y Seif solía ir también. Aunque ahora ya no va: quizá me aburrió, dice; yo quiero ir, pero siempre se me ocurre algo mejor que hacer. Y además hace ocho años que no ve a sus abuelos: ellos viven en la Franja de Gaza y, desde que empezó la Segunda Intifada, las dos partes de la familia quedaron separadas por las prohibiciones.
–Pero seguís creyendo en Dios.
–¡Por supuesto!
–¿Y por qué Dios les ha enviado tantos conflictos?
–No sé… La vida es así. Tenés que enfrentar estas cosas. En el Paraíso no te vas a encontrar con estas cosas, pero aquí en la Tierra tenés que pasarlas, es como un examen para ver si podés ir al Paraíso o no.
Dice, la voz muy seria, reflexiva. Los cristianos son menos del dos por ciento de los cuatro millones de palestinos, y los católicos son una minoría dentro de la minoría. Seif dice que en su pueblo no tienen problemas con los musulmanes, que todos se conocen y se tratan bien, pero en otros lugares no es así. Cristianos y musulmanes conviven hasta cierto punto: ni los unos ni los otros suelen aceptar que sus hijos e hijas se casen, por ejemplo, y se cuentan muchas historias de crímenes cometidos para lavar el deshonor de una pareja mixta.
–O sea que para buscar novia te tenés que limitar al dos por ciento de la población, una de cada 50 chicas. Tus posibilidades disminuyen mucho.
Seif se ríe: uy, no lo había pensado. Pero ahora no le importa: desde hace unos meses está de novio con una compañera de clase –católica–. Seif y su novia salen a pasear juntos, pero no de la mano: sería una provocación, dice, mucha gente se sentiría molesta y podría reaccionar.
LA CALMA. Hace tres años, con la elección de Mahmoud Abbas y su plan de paz, la situación en Cisjordania se alivió, y Seif tuvo la sensación de que su vida volvía a ser casi como antes: él y sus amigos cada vez hablaban más de deportes, de música, de Star Academy, de las chicas. Seif, ahora, está en el último año de la escuela y hace muchas cosas normales: mira la tele, pasea o chatea con sus amigos, con su novia, juega al basketball, baila en un grupo de dabkeh, una danza tradicional palestina:
–Me gusta, y me permite por expresar mi amor por mi país, por nuestra cultura.
A veces incluso visita Jerusalén, tan cerca y tan lejos. Sus padres –como muchos palestinos– no están autorizados a entrar en territorio israelí, así que él va, de tanto en tanto, con su hermana. Igual es complicado: tienen que pedir un permiso a las autoridades y nunca están seguros de conseguirlo. También dibuja mucho: sobre todo a Handala. Handala es un personaje muy conocido en Palestina: un chico refugiado, pobre, descalzo, que siempre aparece de espaldas, como enojado, ante escenas de la realidad; Handala las mira, se calla, ejerce la crítica con su mirada invisible. Lo inventó el dibujante Nagi Al-Ali, un gran caricaturista político asesinado en Londres, 1987, y Seif lo admira y reproduce:
–Handala es como la conciencia de los palestinos.
Desde sus seis años, Seif siempre fue a los campamentos de verano que organizaba la iglesia católica de Birzeit: allí los chicos hacían música, deportes, artes, juegos, bailes. Y el año pasado hizo un curso para ser líder en esos campamentos.
–A mí siempre me gustó la idea de ser el que enseña, el que organiza, el que maneja.
–Así que te gusta tener poder…
–Sí, me gusta. Me gusta poder decirles a los demás lo que sé, contarles cómo hacer las cosas.
Seif es vicepresidente del consejo de su escuela, y querría ser algo así en la universidad de Birzeit, una de las más prestigiosas de Palestina, donde piensa estudiar. El año pasado fue seleccionado entre muchos para representar a los chicos palestinos en un debate alrededor del reporte Gracia Machel sobre los niños y la guerra, en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York. El viaje fue largo: Seif tuvo que ir a tomar el avión a Amman, capital de Jordania, porque los palestinos de Cisjordania no tienen derecho a usar el aeropuerto israelí. Pero la llegada a Nueva York fue uno de los grandes momentos de su vida:
–Yo lo había visto, por supuesto, en fotos, en películas, pero nunca imaginé que fuera tan alto, tan inmenso…
En Nueva York, Seif contó cómo los chicos palestinos sufrían por la guerra: dijo, sobre todo, que había muchos chicos que iban clase y que, de pronto, habían quedado del otro lado del muro de separación que los israelíes habían construido en su país y no habían podido volver a sus escuelas, y qué cuál era la culpa de esos chicos, que qué mal podían haber hecho para que, de pronto, los castigaran separándolos así de sus escuelas, de su educación, de su futuro.
EL ODIO. La educación y el debate están entre sus intereses centrales. Últimamente Seif ha dado unos cursos organizados por la YMCA para chicos de la región: allí discuten sobre cuestiones de género –“muchos creían que las mujeres son inferiores, pero al final aceptaron que son iguales a los hombres”–, sobre las drogas y el cigarrillo –“convencí a algunos de que no fumaran, estuvo muy bien”–, sobre el HIV-Sida –“ése fue para contarles sobre los cuidados y precauciones”– o sobre cómo respetar al otro, al que piensa distinto, “porque antes que nada somos todos personas, más allá de ser cristianos o musulmanes, fatah o hamas, lo que sea”. Pero hay un tema que le preocupa por encima de todo:
–Yo no sé qué va a pasar con mi país. Los israelíes van a seguir acá, no se van a ir, se van a quedar en la tierra que nos robaron. En el mundo nadie sabe lo que está pasando acá. Les dicen que somos terroristas; nosotros somos gente normal, pero vinieron los israelíes y nos robaron nuestra tierra, y entonces tuvimos que hacer cosas que nunca habríamos hecho.
–¿Vos odiás a los israelíes?
Seif se queda callado, casi avergonzado. Al fin dice que sí con una sonrisa de disculpas:
–Sí. Sí. Esta era nuestra tierra y ellos nos la sacaron. Nos sacaron todo lo que teníamos, después cuando quisimos recuperar nuestro país nos atacaron, y después construyeron el muro de separación, los controles, todas esas cosas.
–¿Conocés a algún chico israelí?
–No.
–¿Nunca hablaste con ninguno?
–No.
–¿Nunca pensaste en hablar con alguno?
–No. No hay nada de qué hablar, es nuestro país y ellos nos lo robaron.
Por tradición familiar, por cultura, por educación, por elección, Seif privilegia el diálogo, la comprensión. Pero ese mecanismo tiene un límite: no consigue aplicarlo al conflicto en su país.
–¿Ni siquiera te da curiosidad saber cómo son esos chicos de tu edad que viven a pocos kilómetros de acá?
–No. Son lo mismo que nosotros, viven vidas normales, sólo que nosotros sufrimos por lo que ellos hacen. Ésa es la única diferencia. Ellos son gente común, nosotros somos gente común. Ellos matan gente con ametralladoras, y nosotros los atacamos con piedras.
–¿No se podrían juntar chicos jóvenes de los dos lados para que conversen, se conozcan?
–No. Ya te dije, con ellos no hay nada que hablar. Yo estoy en contra del tat bei’, el encuentro entre ellos y nosotros. No tenemos nada que decirnos. Ellos siguen matándonos en Gaza, no podemos hablar con ellos. No hay nada de qué convencerlos. Es nuestra tierra, cada día mueren ocho o diez de los nuestros, ¿qué vamos a ganar con conversar? Al final, todos ellos van a ser soldados y van a matar a nuestra gente.
El año próximo Seif va a ir a la universidad a estudiar arquitectura, porque quiere hacer casas para sus compatriotas y quiere ser un muchacho normal. Y también quiere seguir haciendo sus campamentos, sus charlas, y bailando dabkeh y jugando al basket y saliendo con sus amigos, con su novia, y quiere intervenir en la política universitaria y quizás, algún día, en la de su país.
–Sí, a veces pienso que me gustaría. Pero claro, para eso tendría que tener un país… Ése es nuestro problema.
Hace 5 años.
5 comentarios:
mmmm....su última frase lo resume todo
Admiro (esto, como tantas otras cosas tuyas, claro) que quieras poner sobre la mesa este tema. Para mi es como el cuento del huevo o la gallina y muchas veces ni tiene sentido seguir discutiéndolo. Por eso no voy a dar una opinión sobre el asunto.
Aparte me pone de pésimo humor.
Lo que si me sorprende es la prensa argentina, es lamentable la "cobertura" que están haciendo de todo el tema.
Y me sorprende que Caparrós pueda ser TAN gusano, no conocía esta faceta de él.
Le voy a pedir que haga un análisis un poco más serio sobre la pasividad/la mirada al costado/idiotez que la comunidad internacional está teniendo para con el asunto al no poder mediar. A ver si puede hacer algo medianamente útil.
Me alegra al menos saber cuál es tu opinión de todo el asunto (lo se de nuestras charlas, claro), que ni es tan blanco ni tan negro...
Un beso.
Es tan difícil poder hacer un acercamiento serio a un tema tan esquivo y complejo, que desde que comenzó todo esto poco y nada fue lo propio que tuve para decir. Apenas me mantuve lo más y mejor informado que pude, y me limité a reproducir una entrevista con posturas opuestas y una crónica que es apenas eso, una historia de vida. (En ese sentido me cuesta encontrar lo "gusano" en la nota de Martín, que por otra parte no es de este conflicto sino que fue realizada con anterioridad.)
Dicho esto, entre tanta opinión vertida en una suerte de River-Boca, me parece super loable que saques a colación un tema que se está tratando muy poco entre tanta "condena" a tal o cual país de Medio Oriente, y es el rol de la llamada Comunidad Internacional.
A esta altura me parece que tendríamos que hablar, directamente, de un fracaso explícito de Naciones Unidas en poder lograr algo parecido a un rol serio por parte de un organismo que se supone supranacional. Quiero decir: es INCREÍBLE que entre tantas diplomacia light no se pueda sacar algo más que una "resolución" aprobada por mayoría simple. Que la ONU no pueda evitar una guerra -como tampoco la del Líbano, como tampoco la de Irak, como tantas otras- es, sí, como decís, "idiotez" de la comunidad internacional. (Por supuesto que aquí juega cómo está formado el Consejo de Seguridad, con sus asientos permanentes y su poder de veto, que aparece incólumne tal cual fue formada durante la Guerra Fría.)
Hay otras aristas pero me gustó esa punta del ovillo. Es una veta original a un conflicto que, por diversos motivos que también podremos debatir, está siendo mal cubierto en todos lados.
Un beso.
No entiendo por qué decís que se trataría de "un tema tan esquivo y complejo". Lo que complejiza el tema es la permanente propaganda pro sionista que, como toda propaganda a favor del racismo, la invasión y la masacre, miente. Miente el Estado de Israel como mintió USA cuando destruyó Afganistán e Irak, mintió Alemania cuando invadió Europa y mintió España cuando masacró a América.
La entrevista de Caparrós a ese pibe es por demás explicativa de lo muy sencillo que es tema:
"No hay nada de qué hablar, es nuestro país y ellos nos lo robaron". "Sí, a veces pienso que me gustaría [intervenir en política universitaria y en la de su país]. Pero claro, para eso tendría que tener un país… Ése es nuestro problema".
Ése es el principal problema de los palestinos: les han ocupado a sangre y fuego sus tierras, sus ciudades, sus aldeas, sus casas, los han confinado a campamentos de refugiados, los han sometido a vivir presos en su país, les han negado sus derechos básicos, los han sometido al terror sistemático y, como se resisten y se rebelan, los bombardean cada dos por tres para que aprendan a no quejarse más.
Eso lo dice, en un lenguaje simple, un pibe palestino que no es miliciano -ni siquiera tira piedras-, no es musulmán sino católico y no es pobre sino "clase media ilustrada". Basta imaginar qué dirá por estas horas un coetáneo suyo en Gaza... si es que no es uno de los 1000 muertos sólo en estas dos semanas.
El tema no es esquivo ni complejo, como no lo es el del apartheid en Sudáfrica, el del genocidio en América o el del ghetto de Varsovia, por poner sólo un ejemplo del horror nazi. El sionismo ocupó Palestina -e invadió el Sinaí egipcio, los Altos del Golán en Siria, el Líbano varias veces- pero también ensució la memoria de los miles de polacos judíos que en Varsovia se alzaron en armas contra el ejército nazi. ¿No es justamente lo que vienen haciendo varias generaciones de palestinos?.
Saludos.
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