Julio de 1968. Las últimas páginas escritas en el cuaderno ya no aclaran día, mes ni sitio. Sobran páginas en blanco al final, demostración del propósito incumplido del primer diario de viaje para mis obras completas. De poder recordar lo que pretendí con esas impresiones, diría que tengo apenas, pero sin saber sin ser ciertos los datos, que llegué a escribir en un albergue de Venecia sobre ese anciano con gorra, traje negro y voz gruesa que arreciaba todas las noches en una fonda de fideos baratos, o de esa plaza de nombre perdido en Roma donde leí las primeras cincuenta páginas de un libro recién editado en Italia, El hombre unidimensional del tan mentado Marcuse, de la hermosa cara de una norteamericana arropada con una túnica y entusiasmándonos a varios a seguirla a la India. O en Niza, una tarde en un albergue en los altos y con majestuosa vista al mar, las elucubraciones de un negro de los Estados Unidos contándonos en difícil inglés cómo volver de la muerte: para eso había partido a Sumatra a pie seis meses antes. La última página del cuaderno es a bordo del "Río Tunuyán" recauchutando en Hamburgo y a media máquina: de regreso, a los cinco meses de haber partido. Cubierto de escamas oceánicas, mi cerebro digo, y vaya a saber qué día, calculo ahora. Epílogo de julio:
"Un barco parado a las tres de la mañana en alta mar es el fin del mundo conocido. Me desperté y no escuché los motores, y en cubierta, nadie. Descubrí que no se puede meditar apoyado en la baranda, en medio de la nada del universo. Necesito piezas estrechas, paredes con humedad, ventanas que den a pozos de aire. Sueño con esas cosas y una novia nueva y solícita. Recapitulo. ¿Podré recapitular? Hay recapitulaciones bravías, las que se sientan en bancos de madera para mirarte fijo, o las verdeoscuras pero tan llenas de sol y de trinos. Ahora lo comprendo todo, el barco está roto pero no tanto. Siguió andando, anduvo y a la mañana fueron otra vez las tostadas con panecillos de manteca. Creo que se arrima un tiempo político donde ya no lagrimear sobre revistas literarias y deudas al imprentero. Vuelvo entonces como un protohéroe. Nos queda la revolución, dijo París. Pero no es tanto por esa idea inmensa. No, Betty. La inutilidad de nuestro conformismo es proporcional a la historia de los milicos arrendando el país. No quedó nada, hasta yo partí, Betty. Me deben extrañar más que al boludazo de Illia. Entonces el asunto sería empezar. Cortázar ya no vuelve, Sábato habla de lo que escribió y Perón, de Mao y de de Gaulle. Está claro. ¿Cómo construir una izquierda que sea genuinamente nueva? Una cultura que se convulsione a sí misma, que se arrogue el derecho de reinterpretar las patologías de la Argentina. Habría una tarea intelectual no mansa que nos espera. Cuba no es una amorosa isla lejana con la que nos carteamos, y los obreros tampoco la otra lejanía 'peronista'. Más que desearte, Betty, vuelvo descuajado de hecatombes interiores. No es simple decirlo, lo sé, porque se necesitan palabras petulantes. Regreso porque tengo ganas de estar allá, eso es lo jodido, codearme otra vez con esa gentuza, ganas de sentarme a escribir una novela en un depto cerca del río. Me traigo una carcomida nota que me regaló Mordillo: Champion du monde, dice el título y está firmada por Marcel Proust. También el póster de Kim Novak en Vértigo y Lire Le Capital de Louis Althusser, que empecé a hojear mientras ella tomaba sol como si no pasase un carajo. Imagino una izquierda que piense desde su impericia, desde su descreimiento en una democracia inexistente. Que piense otra cultura para la revolución popular. Por eso vuelvo, Betty, para salvarlos, si no fuera por el barco que se para cada 50 kilómetros."
Nicolás Casullo
Hace 5 años.
5 comentarios:
Es el barco que no llega Betty, el barco que nos dejó con ese sinsabor de haber querido y habernos quedado a medias. Pero ¿es qué logramos algo con nuestra izquierda?. Luchamos, eso seguro, pero ¿no nos queda, acaso, el gustito, de tratar, de afianzar vínculos, de ganar batallas y ver un destino incierto para nuestros ideales?. Y al 2009 ver que nuestro cuerpo muere, porque el cuerpo siempre muere esa es nuestra debilidad, y ver que la democracia se bambolea entre el querer y el ser.
Sigamos el camino de vuelta que emprendió ese barco. No dejemos que, como la carne, las ideas se pudran.
Nicolás Casullo -un ensayista indiscutible- aprobó tesinas sin leerlas, deliró con mundos quizás mejores y lamentablemente murió auténtico kirchnerista. Una pena. Requiescat in pace, Nicolás.
Supongo que esas es otra contingencia de la carne, del mundo palpable.
aprobó tesinas sin leerlas
Booom.
Suscribo el "boom" de Nacho. que casos conocés, Cinzceu?
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