Una experiencia de la humanidad universal, del sinsentido del conflicto en el que se hallan comprometidas las partes, puede tomar la forma de un simple intercambio de miradas que lo dice todo. Durante una de las manifestaciones anti-apartheid en la vieja Sudáfrica, cuando una tropa de policías blancos estaba dispersando y persiguiendo a manifestantes negros, un policía corría detrás de una señora negra, bastón de goma en mano. Inesperadamente, la señora perdió uno de sus zapatos; obedeciendo automáticamente sus “buenos modales”, el policía recogió el zapato y se lo alcanzó; en ese momento, ambos intercambiaron sus miradas y se dieron cuenta de la inanidad de la situación. Después de semejante gesto de cortesía, es decir, después de haberle entregado el zapato perdido y haber esperado a que ella se lo ponga, era simplemente imposible para el policía continuar persiguiéndola para golpearla con su bastón; de manera que, después de saludarla con una inclinación de su cabeza, el policía dio la vuelta y se alejó...
La moraleja de esta historia no es que el policía haya descubierto de repente su bondad innata, es decir, no se trata del caso del bien natural ganando por sobre la formación ideológica racista; por el contrario, el policía era, casi con certeza, en cuanto a su posición psicológica, un racista común. Lo que triunfó aquí simplemente fue su formación “superficial” en los modos de la cortesía. Cuando el policía estiró su mano para alcanzar el zapato, este gesto fue más que un momento de contacto físico. El policía blanco y la señora negra vivían literalmente en dos universos socio-simbólicos diferentes, sin comunicación directa posible: para cada uno de ellos, la barrera que separaba los dos universos quedó por un breve instante suspendida, y fue como si una mano espectral, de otro universo, se introdujera en la realidad ordinaria.
Hace 5 años.
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