Me voy a poner un poco antropológico, con perdón.
Toda cultura implica cierto grado de clasificación. Un mundo sin clasificaciones es un mundo en estado de naturaleza. Así como lo humano es lo cultural y lo cultural es clasificar... clasificar es humano.
El tiempo es una medida muy humana -cultural, clasificatoria-, algo que nos inventamos para que domine nuestras vidas -y vaya si funciona.
A veces suena arbitrario, universal de más. Gran parte del mundo occidental festejara en pronto 2006 años. 2006 veces que pasaron 365 días (366, por momentos) desde que a alguien se le ocurrió imponer un conteo desde un momento determinado: el colmo de la convención.
(Por si no lo sabían, hoy el día tendrá un segundo más. Sí: según una orden enviada por el Observatorio Central de Paris a "las autoridades responsables de la medida y distribución del tiempo", el 31 de diciembre del 2005 los relojes deberán medir 23h 59m 59s, luego 23h 59m 60s y ahí sí oh 0m 0s del 1º de enero de 2006. Así lo decidió la representación del Coordinated Universal Time, UTC. Qué simpático.)
Dentro de poco termina otro "año" -otra parcela virtual generada artificialmente- y pareciera como si nos dispusieramos traspasar una puerta muy física. Y entonces se suma otra clasificación.
Cada diciembre, los medios masivos de comunicación se empecinan en realizar balances del año que se va. La excusa es clara: sobreinformación. Sin ir más lejos: la portada de hoy de Clarin.com tiene 2.060 palabras. Multipliquen eso por noticias de último momento, crónicas policiales, notas de opinión, sucesos internacionales que tuvieron lugar en países que no sabíamos que existían, datos bizarros y descartables (La Nación dedica una nota en su edición de hoy titulada Poca conformidad con los regalos de Navidad: El 70% está disgustado con lo recibido)... y tendremos un collage posmoderno de información sin procesar que puede volver loco a cualquiera que intente descifrarlo por sí mismo.
Por eso, el balance, el top 5, los más y los menos (otra de La Nación: Aníbal Fernández aseguró que Cristina Kirchner fue "el personaje del año"). Un intento desesperado por clasificar.
Por que este es el otro costado de la cuestión: la clasificación ayuda a vender.
(Por algo Hollywood inventó un sistema de géneros hace ya ochenta años: cuando la película lleva la etiqueta de "comedia romántica", uno ya sabe qué esperar. Qué protagonistas, qué diálogos, que obstáculos, incluso hasta qué personajes secundarios. Y lo más importante: un final cantado. Una estructura del consuelo armada de forma tal que, una vez terminada la película, nos alegremos que todo haya resultado como esperábamos. La conformidad frente a la ausencia de imprevisibilidades.)
En el caso de los balances, la clasificación ordena y facilita el consumo, pero también colabora a una selección y jerarquización frente a la multiplicidad de hechos sucedidos. Relaja la angustia de quienes se sienten avasallados frente a la tamaña cantidad de sucesos que tienen lugar en un momento histórico en el que "tenemos" que saber cada vez más cosas sobre "el mundo".
Por eso, no importa si estuviste en coma cuatro desde el primero de enero del año que se va: alcanza con leer los resumenes, y ya tenés casi todo lo "hace falta" saber. Lo que se dice, un gran alivio. También resulta maniqueo, reduccionista, esquemático, simplificador. Pero nos dicen que ayuda. Y entonces.
Hace 5 años.
3 comentarios:
Caramonchon, tus análisis me encantan. Los seres humanos necesitan esquemas para todo.
Pero a pesar de todo, dejame decirte lo que todos: FELIZ AÑO NUEVO!
...y que seamos más felices (es eso posible?)
Eshcarabush
Clasificar, sí, pero luego sacar relaciones para simplificar el mundo.
A pesar de todo, la vida te ofrece una vuelta gratis alrededor del sol a cambio de que la vivas.
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