Tres de tales salvajes, ignorantes de cuanto habría que costar a su dicha y reposo el conocimiento de las corrupciones de aquí (¡tristes de ellos, que, dejándose engañar del ansia de novedades, abandonaron su dulce cielo para ver el nuestro!), estuvieron en Ruán en tiempos en que el difunto rey Carlos IX se hallaba en esa población. Hablóles el rey buen rato. Se les hicieron ver nuestra pompa y maneras, y la disposición de una ciudad importante. Tras esto, alguien les preguntó qué habían encontrado más admirable. Tres cosas respondieron, y mucho siento haber olvidado la tercera, aunque recuerdo las otras dos. Dijeron ante todo que hallaban muy extraño que tantos hombres barbudos, corpulentos y armados (debían referirse a los suizos de la guardia del rey) se sometiesen a obedecer a un niño, y que no se eligiera más bien a uno de ellos para el mando. Luego, como en su lengua se llaman a los hombres "la mitad", los unos de los otros, expusieron que habían adviertido que existían entre nosotros personas llenas y hartas de toda clase de comodidades, mientras sus mitades mendigaban por las puertas, demacrados por el hambre y la pobreza. Y lo que asombraba a aquellos extranjeros era que esas miradas menesterosas tolerasen tal injusticia y no asiesen a los otros por el cuello y les quemaran sus casas.
Hace 5 años.
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