por Justin Rowlatt
BBC, 06-08-2011
Islandia no parece un país en medio de una crisis.
En mi primer día allá, el sol brillaba y en el centro de Reikiavik las tiendas y boutiques, cafés y restaurantes estaban llenos. De hecho, Reikiavik se veía como cualquier otra próspera ciudad del norte europeo.
Sin embargo, Islandia fue el país que recibió el golpe más fuerte cuando se disparó la crisis económica de 2008. Y su recuperación es la razón por la cual el país se presenta ahora como un modelo alternativo para lidiar con la deuda que acosa a tantas economías en la actualidad.
Los bancos islandeses quebraron de una manera espectacular, pero en vez de inyectarles millones de dólares de los contribuyentes para reforzarlos, Islandia sencillamente los cerró.
Sus deudas eran tan enormes que, sinceramente, el país no tenía mucha opción. No obstante, fue una estrategia radical. Islandia efectivamente le dijo a los acreedores "váyanse al diablo". Deudas externas fueron canceladas, incluyendo US$8.000 millones en depósitos de ahorradores británicos y holandeses. Al proceso se le ha llamado "Quebrándose para recuperarse".
La gente por encima de los bancos
Como dice la municipalidad, Reikiavik es la capital más norteña del mundo, y en esta crisis algunos la proponen como modelo.
El presidente islandés está convencido de que la estrategia está funcionando. Cuando me reuní con él en su austera mansión en una imponente lengua de tierra que sobresale en una bahía en las afueras de Reikiavik, Ólafur Ragnar Grímsson recita una serie de estadísticas económicas impresionantes.
Me contó que la economía está creciendo más rápido que la de la mayoría de los países europeos, y con un déficit presupuestario en el sector público menor. El desempleo está bajando e Islandia acaba de conseguir mil millones de dólares con intereses favorables en el mercado internacional.
Pero la estrategia de Islandia abarca más que sólo reorganizar su sector bancario, me dice el mandatario. Se trata también de afirmar la voluntad del pueblo sobre las instituciones financieras. "En Europa hay un conflicto entre la voluntad democrática de la gente y los intereses de los mercados financieros", señalo Grímsson con mucha seriedad, inclinándose sobre su escritorio antiguo. Para él, si Europa no defiende la democrácia, el proyecto europeo no tiene sentido.
Las dos caras de la corona
Islandia desolló las funestas advertencias de desastre inminente que disparaban las agencias de calificación crediticia y otras instituciones, recordó el presidente, y el país está bien, aseguró. Tener su propia moneda le trajo ventajas y problemas a los islandeses en la crisis.
La implicación es clara: los demás países deberían seguir el ejemplo de Reikiavik.
Pero Islandia contaba con un arma clave en su armería que no está disponible en otras endeudadas naciones europeas: su propia moneda -la corona islandesa-. Y, cuando los bancos colapsaron, lo mismo le pasó a la corona.
Esa es la principal razón de que haya tanto movimiento en Reikiavik. Los precios efectivamente se redujeron a la mitad para la mayoría de los turistas. La capital islandesa pasó de ser una de las ciudades más caras del mundo a, bueno, sólo un poquito cara.
Pero como Gunnar, el taxista que me recogió en la mansión presidencial, me explicó, el colapsó de la corona le costó caro a los islandeses.
Virtualmente todo lo que se vende aquí es importado así que cuando la moneda se devaluó, los precios de todo -desde autos hasta materiales de construcción, pasando por los alimentos- se infló. Al mismo tiempo, los sueldos bajaron.
Fue un apretón tremendamente doloroso, me dijo Gunnar, que se sintió aún peor por el hecho de que durante los años de auge muchos islandeses fueron seducidos para que sacaran préstamos en monedas extranjeras y sus cuotas se doblaron o triplicaron. "Nunca lograré pagar mis deudas", me dijo Gunnar. "Es mejor abandonarlas y dejar que me embarguen la casa".
Atrapados por la deuda
Gunnar parecía resignado a la pérdida, y es sólo uno de los miles de islandeses en esa situación. En una modesta oficina, en las afueras de Reikiavik, conocía a otro de ellos, Guomundur Andri Skulason.
Skulason asegura que ni los bancos ni el país han salido de la bancarrota. A diferencia de Gunnar, no se resigna, así que fundó una asociación de deudores para luchar por sus derechos.Skulason citó las cifras del banco central que revelan que 25.000 hogares están atrasados con sus deudas. Eso es casi un 25% de todos los hogares en el país. En marzo pasado, el ministro de Finanzas dijo que realmente era el 40% de los hogares, me dijo.
Las hipotecas y otros préstamos representan una gran parte de los activos de los nuevos bancos que Islandia creó de las ruinas de los viejos. Skulason piensa que cuando los islandeses se den cuenta de que nunca podrán pagar sus deudas, las abandonarán. Y entonces se hará el verdadero ajuste de cuentas.
"Yo no creo que Islandia se escapó de sus problemas", dijo. "Este país y sus bancos todavía están en la bancarrota".
La vigilia del vikingo
El vikingo que fundó Islandia ahora vigila su banco.
De regreso a la ciudad, subí a una colina azotada por el viento que se encuentra en el centro de Reikiavik, para ver de cerca la magnífica estatua de Ingólfur Arnarson, el primer colono de Islandia. Se mantiene erguido, con su ropaje vikingo, al lado de la proa de su barco, con una enorme espada al lado.
En el pasado, podía ver sin ningún obstáculo las feroces aguas del Atlántico norte, en dirección a la costa de Groenlandia. Pero ya no. El poderoso vikingo ahora observa desde las alturas una fortaleza cuadrada y negra. El feo edificio es la sede del Banco Central de Islandia.
Al parecer, a pesar de todos esfuerzos de Islandia, no es fácil escaparse de la trampa de la deuda. Que el vikingo Ingólfur vele sobre el banco quizás es más pertinente de lo que parece a primera vista.
Hace 5 años.
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