Nuestra idea predominante y espontánea de la identificación es la de imitar modelos, ideales, fabricantes de imagen: es notorio (en general desde la perspectiva condescendiente "madura") cómo los jóvenes se identifican con héroes populares, cantantes, actores de cine, deportistas... Esta noción espontánea es doblemente engañosa. En primer lugar, la característica, el rasgo con base en el cual nos identificamos con alguien, habitualmente está oculto -no es necesariamente una característica encantadora.
Si no damos la importancia debida a esta paradoja podemos llegar a graves errores de cálculo político; recordemos únicamente la campaña presidencial austríaca de 1986, con la controvertida figura de Waldheim en el centro. Empezando por el supuesto que Waldheim atraía votantes a causa de su imagen de gran hombre de estado, los izquierdistas se dedicaron a probar al público en su campaña que no sólo Waldheim era un hombre con un pasado sospechoso (probablemente implicado en crímenes de guerra), sino también un hombre que no estaba preparado para enfrentar su pasado, un hombre que evadía las preguntas cruciales que se le hacían con respecto a ese pasado, en suma, un hombre cuyo rasgo característico era el rechazo a "contemplar" su pasado. Lo que los izquierdistas pasaron por alto es que era precisamente este rasgo con el que la mayoría de los votantes centristas se identificaban. La Austria de posguerra es un país cuya existencia misma está basada en un rechazo a "contemplar" su tramático pasado nazi -al demostrar que Waldheim evitaba la confrontación con su pasado se destacaba el rasgo de identificación preciso de la mayoría de los votantes.
La lección teórica que hay que aprender de esto es que el rasgo de identificación puede ser también una cierta falla, debilidad, culpa, del otro, de modo que cuando destacamos la falla podemos reforzar la identificación sin saberlo. La ideología derechista, en particular, es experta en ofrecer a la gente la debilidad o la culpa como un rasgo de identificación (...)
Slavoj Zizek (1989), El sublime objeto de la ideologia, México, Siglo XXI, pp. 147-148
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