Vienen bancando este proyecto. Francia disputó tres de las últimas seis finales de la Copa del Mundo, más que cualquier otra selección del planeta. El logro es apenas comparable con el de Alemania, que entre 2002 y 2014 jugó dos finales y llegó siempre a los siete partidos. La palabra clave, que los pundits repiten como un mantra, es "proyecto". Esto no garantiza que un día te puedas quedar afuera en primera vuelta: Francia quedó eliminada de Corea-Japón y en Sudáfrica tras apenas tres partidos, y todavía están frescas las imágenes de un Neuer desesperado jugando de delantero contra Corea del Sur en el minuto 92. Los mundiales, dijimos, vienen cada vez más competitivos. Pero también recalcamos una obviedad: es más fácil (incluso más probable estadísticamente) ganar apoyados en un proyecto que hacerlo esperando el milagro.
La selección multirracial que Francia llevó a tierras rusas fue un equipo joven, práctico y con oficio, acaso las cualidades modelo 2018 de todo aquella selección que quiera ser más que un mero rejunte de estrellas. Su performance fue de menor a mayor: de aquel debut con dudas frente a Australia, pasando por su victoria por la mínima frente a Perú y aquel 0-0 acordado con Dinamarca, a brillar contra Argentina (todos brillaron contra Argentina, pero esa es otra historia), ganarle con autoridad a Uruguay, golpear en el momento justo frente a Bélgica (el equipo que mejor fútbol jugó a lo largo del torneo) y controlar el trámite frente a Croacia en una final llena de emociones, que no tanto de fútbol. Para ser campeón hay que ganarle a todos y Francia cumplió. A veces, con creces.
El conjunto galo estuvo capitaneado por Didier Deschamps, uno de los campeones de Francia '98 que antes del torneo había sido fuertemente cuestionado. Pero hay otro punto interesante de comparación entre estos campeones y los que levantaron el trofeo en el Stade de France. Olivier Giroud, el 9 titular del conjuno francés, no marcó un solo gol en todo el torneo; lo mismo le había pasado al delantero Stéphane Guivarc'h en aquella Francia victoriosa de 1998. Pero mientras la tarjeta de Guivarc'h indicó tres tiros al arco, incluyendo uno en la final contra Brasil, Giroud se irá de Rusia sin haber pateado una sola vez al arco en todo el torneo. Su contracara en el conjunto francés es Antoine Griezmann, de discreta primera ronda pero de impecable performance en cada una de las etapas definitivas del torneo. Sin brillar, pero cumpliendo con su labor de manera más que eficiente, el ex-joven Paul Pogba también aportó su buena cuota de experiencia y se convirtió en uno de los principales artífices de la victoria. Y qué decir de Kylian Mbappé: todos hablan de su futuro, pero se olvidan del presente de este joven talento del Paris St-Germain que fue la pesadilla de cualquier defensa durante toda la competencia.
Croacia dio pelea y llegó lejísimos, más de lo que sus jugadores se imaginaban antes de comenzar el Mundial. Venían, además, con el envíon anímico que les dio el haber dado vuelta los partidos de octavos, cuartos y semis. Sin embargo, esta vez -más por virtudes ajenas que errores propios- no le encontraron la vuelta al partido. Visiblemente cansados luego de tres prórrogas, sus pases descordinados no era tanto el resultado de que los delanteros no se entendían: la fatiga también juega un papel en ese microsegundo en el que dudás si picar al fondo o no.
Livianos. Pitazo final. Los jugadores franceses se abrazan. Griezmann se emociona, pero aparte de eso no se adivina euforia en sus miradas. Los croatas simplemente dejan de correr. No lloran, no están desconsolados: saben que para ellos ya es un orgullo haber estado jugando una final en el Estadio Olímpico Luzhnikí. Hay abrazos entre jugadores de ambos equipos, Deschamps saluda, uno por uno, a los croatas. Se está por largar la tormenta en Moscú y los voluntarios apuran el armado del escenario para la entrega de premios. Para muchos de los franceses y croatas que seguían el partido por televisión, el encuentro que esos once futbolistas disputaban con una camiseta con los colores de su país era un asunto de vida o muerte. Para los profesionales del deporte que corrían detrás de la pelota, siempre estuvo claro que era un juego.
Los franceses posan junto a la Copa para las cámaras. Se van pasando el trofeo y encaran, de a uno, a los fotógrafos. Muchos llevan consigo sus teléfonos celulares, graban fragmentos (historias, según el lenguaje de nuestro tiempo) que luego subirán a las redes sociales con su nombre, su marca. Hugo Lloris, que minutos antes le había regalado a los croatas el tanto que los puso de vuelta en partido, mira la repetición del gol en la pantalla gigante y se ríe.