En dos de mis tres años "privados" de colegio secundario, tuvimos como directora a una mujer absolutamente retrógrada. Esta señora -a quien llamaremos Ana B.- se caracterizaba no sólo por su rígida autoridad, sino por tener ciertos aires elitistas que incomodaban a más de un "progre teen".
Llamaba la atención porque impulsaba una disciplina casi militar en una escuela que ya había tenido su perestroika pegadógica (docentes más simpáticos, directores que se hacen los amigos... en fin, todas las boludeces características del típico colegio privado siglo XXI). Se la pasaba vigilando los pasillos y los cursos, "descubriendo" posters obscenos y retando a los alumnos. Recuerdo que una vez, por portarnos mal en la fila -qué gracioso suena recordarlo a los 19 años- nos hizo formar de nuevo, afuera, en el frío, mientras nos daba un sermón sobre educación, y gritaba y amonestaba a los que se iban.
Recuerdo esos años casi con nostalgia.
Un poder tan hijo de puta, aunque fuera a nivel local, potenciaba nuestras rebeldías, por más boludas que fueran, nuestras vías de escape, nuestras pequeñas victorias.
Insisto: uno con el tiempo vuelve sobre ellas y algunas parecen medias pavotas: escaparse un rato antes, contestarle a los directivos o ponerlos en ridículo, colgar imágenes o frases "prohibidas", practicar diversas formas de incorrección política...
Es sabido que la prohibición crea deseo. Y el hecho de tener prohibidas ciertas cosas básicas nos permitía practicar esto de enfrentarnos al poderoso, por más insignificante que haya sido su nivel y alcance, y por más tontas o nulas que hayan sido sus consecuencias. Es que, en muchos aspectos, era sólo un juego.
Pero un día nos encontramos fuera del colegio, sin más prohibiciones que las que nos imponía el mercado. Y el mercado marcaba una sola restricción: la plata. El tener dinero significaba un sí a todo. Desde ese momento, lo anteriormente prohibido (por el gobierno, por el sistema educativo) estaba disponible. Y entonces la lucha por poder hacer algo (sobre todo desde nuestro lugar adolescente) se transformó en una lucha por el dinero, enmarcado en una sociedad posfordista de multinacionales y empresas de call center.
Corrimos por más trabajo: explotame explotame que quiero mi celular y mi CD player para el auto. Y quiero salir con amigos, porque tomar en la calle está prohibido, pero en un bar puedo. Y un bar es plata. Y no tengo. Y entonces estudio y trabajo (quizas antropologia en un lado y movicom en el otro), y entonces 6 horas por día en un cubículo, por más que me intente convencer de que el ambiente es bueno y que dentro de poco voy a ser supervisor. Y corremos.
O quizás no haya ninguna relación entre una cosa y otra y la rebeldía ya la hayamos perdido de entrada, nosotros, posmodernos.
Hace 5 años.
2 comentarios:
Mi vida paso distinta, extraño en mi caso el colegio, es más añoro no haber hecho más cosas, a veces pienso que fui muy pasiva y nada rebelde, si retrocediera el tiempo, sería rebelde pero con mi vida personal, no dejaría que el destino me arrebate lo que mas amo hasta el día de hoy.
Amor, sabés que el cole para mi fue lo que para vos. Pero es cierto, cuanto más te prohiben, mas querés romper las reglas.
La rebeldía es algo distinto para todos. No creo que haya una sola forma... aunque todos los conceptos se podrían encontrar en algo: no dejarse chupar por lo que nos rodea y nos hace mal.
¿será?
Besos, JUchi
Publicar un comentario