Hoy releí un breve ensayo de José Pablo Feinmann en el que tomaba ciertas citas y armaba un interesante debate entre quienes tomaban la historia como progreso inevitable, o la historia como progreso.
A mediados del siglo XIX, Marx y Engels anunciaban: "La burguesía produce, ante todo, sus propios sepultureros. Su hundimiento y la victoria del proletariado son igualmente inevitables."
A principios de los 60, Sartre afirmaba: "La desconolización está en camino; lo único que pueden intentar nuestros mercenarios es retrasar su realización."
Años después, con igual optimismo, Ernesto Guevara aseguraba: "Las represiones, lejos de quebrantar el impulso, favorecen el avance de la conciencia nacional."
Es decir: la historia lineal, homogénea, inevitable.
Y allá por los años 20, luego de la derrota de la revolución en alemania, aparece la interesante frase de Antonio Gramsci: "Pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad".
Las visiones opuestas a la inevitabilidad de la historia en general aparecen en tiempos de crisis, de guerras. Freud, en El Malestar de la Cultura, habló de una predominancia de la pulsión de muerte. (En el medio está la primera Guerra Mundial.)
Walter Benjamin dice: "Nada ha corrompido tanto a los obreros alemanes como la opinión de que están nadando con la corriente". No hay corriente de la historia. Nada está prefigurado. (En el medio está Auschwitz.)
Es la visión de la historia como catástrofe.
Feinmann concluye su ensayo diciendo que "el pesimismo de la razón no está contra el optimismo de la voluntad, sino que le otorga espesor y le resta inmediatismos, y errores, y derrotas, y víctimas."
Creo que tiene un punto.
Hace 5 años.
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