(escrito en algún día de ¿agosto? de 2005)
El hecho de escuchar música cuando hay cuarenta personas compartiendo con uno unos veinte metros cuadrados en movimiento implica un importante grado de autismo.
Quienes en sus viajes se limitan a mirar por la ventanilla están más pendientes del entorno. Son los que en las frenadas levantan las cejas; los que se asoman para escuchar mejor una discusión con el chofer; los que antes el paso de una ambulancia con urgentes sirenas entrecierran los ojos porque les duelen los oídos.
Con la música uno tiene otro ritmo, marcado por el comienzo y final de las canciones. Lo demás es secundario, accesorio. La vida urbana se desarrolla a otra velocidad, por el momento incomprensible.
La banda de sonido de este viaje en colectivo es Frank Black. Una señora parece gritar, un chico parece comentarle algo a su abuela, la chica sentada al lado mío parece hablar por celular. Pero si bien todo termina por parecer, nada termina de serlo. Todos abren la boca, pero de ellos salen guitarras, voces y una implacable batería. Se volvieron actores de cine mudo, en una película que no dirijo pero de la cual soy el sonidista principal. Un fracaso de taquilla: soy el único espectador.
Hace 5 años.
1 comentarios:
¿Agnes Heller?
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