La leyenda Dylan ataca de nuevo
por Jorge Fondebrider
Revista Ñ, 19 de agosto de 2006
Hace unos años, el conservador Harold Bloom planteaba que la crítica musical, orientada al rock, sólo podía ser monosilábica e interjectiva. Y se explicaba: hay muy poco que decir sobre esa música, que es una subespecie bastante simple, si se la compara con las complejidades de la música clásica o del jazz. Luego, la descripción de un concierto de rock tiene muchos puntos de contacto con la descripción de una ceremonia religiosa: se cree o no, y para que el texto resultante tenga sentido quienes escriben y quienes leen deben ser forzosamente miembros de la misma secta.Más rotundo y con mayor conocimiento de causa, unos años antes, Frank Zappa —a quien nadie podrá imputarle fácilmente rasgos conservadores— dijo que los críticos del rock son "gente que no sabe escribir y que hace entrevistas a personas que no saben hablar para gente que no sabe leer".
Ahora bien, a pesar de sus énfasis respectivos, ni Bloom ni Zappa señalan algo que quizás sea fundamental: el paso del tiempo. Me explico: las deficiencias que uno y otro les achacan a los críticos de rock tal vez se relacionen con que, dado que es un tipo de música identificada con la juventud, los que ejercen su crítica también se ven obligados a profesar ese credo. Acaso por eso, tienen que exagerar su entusiasmo, escondiendo su indigencia detrás de mitos más bien ramplones —equiparables a los que sostienen a la farándula— lo que de otra forma resultaría anodino. Dicho de otro modo, los críticos de rock no hablan de música, sino de una serie de datos que permiten adivinar la pertenencia a un determinado grupo social que procede según determinados códigos. Se podrá decir, y con razón, que eso mismo ocurre con todas las músicas. Sin embargo el mero paso del tiempo enfrenta a los críticos de rock con un problema hasta ahora no resuelto, pero que resulta ineludible: los que inventaron ese género o se murieron o tienen más de sesenta años. Y ése, justamente, es uno de los principales temas que, desde su credo dogmático o su lugar de supuesta pertenencia, los críticos de rock no resuelven: qué pasa cuando esa música, por décadas automáticamente asimilada a la juventud, es practicada por gerontes. La respuesta no es sencilla. Por ejemplo, ¿qué juzga un crítico de rock ante cada nuevo disco de los Rolling Stones? ¿Que es milagroso que Keith Richards siga vivo? ¿Que Ronnie Woods ya no sea alcohólico? ¿Qué Charlie Watts se haya recuperado del cáncer? ¿Son esos argumentos o méritos musicales?
Si para avalar la hipótesis de la decrepitud uno se quedara con sus discos recientes —repetitivos y muy lejos de la calidad que alguna vez tuvieron—, bien podría suponerse que lo de los Rolling Stones es apenas un negocio y nada más, y nuevamente, tampoco estaríamos hablando de música. Distinto es el caso de otros contemporáneos de esa gente que, con algo más de dignidad, siguen arriba de los escenarios. Paul McCartney, por ejemplo, a los 63 años —acaba de cumplir los 64 de la canción— editó Chaos and Creation in the Backyard (2005), acaso uno de los mejores álbumes de toda su carrera. O Neil Young, de 61 años, con el bucólico Prairie Wind (2005) y con el político Living with War (2006), demostró estar en muy buena forma. David Gilmour, de 60 años, editó On an Island (2006), que resultó mucho más interesante que todos los últimos discos de Pink Floyd, su grupo. Por su parte, el líder de los Kinks, Ray Davies, de 62 años, también editó Other People's Lives (2006), un magnífico ejemplo de cómo las canciones pueden parecerse a la literatura. ¿Qué decir entonces de Bob Dylan, quien, con 65 años, el 29 de agosto editará en todo el mundo —la Argentina incluida— Modern Times?
[El artículo completo, acá]
Hace 4 años.
2 comentarios:
No está muy parecido a Ricardo Darin en esa foto??
Jaja es cierto!
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