Feinmann El Bueno hablaba sobre Bush:
Si el fuego le dio el mandato para invadir Irak. Si el fuego le dio el escudo feroz del retaliador. La imagen del Cruzado del Bien contra el Eje del Mal. Si le permitió realizar una campaña bélica que se fue revelando como un error gigantesco. Si le dio la felicidad de ser reelegido por un pueblo que deberá meditar, de aquí en más, sobre el concepto de “culpa colectiva”, que muchos pretenden privativo de los alemanes. Si tuvo todo esto lo tuvo por el fuego de las Torres. Ahora lo está por perder. O son muchos los que desean que algo ocurra, y pronto.
Lo está por perder por el huracán Katrina. Que, como todos sabemos (y Feinmann también), "no se propuso derrocar a Bush. Ni perjudicarlo."
Doscientos millones de ciudadanos estadounidenses no vencieron a Bush hace menos de un año. No quisieron vencerlo. Y ahora una casualidad del destino -aunque irremediablemente atada a los cambios climáticos y a los tratados ecológicos que Bush se negó a firmar hace unos años- hace que el tipo se tambalee.
Cuando sentimos que las cosas escapan a nuestro radio de acción, siempre esperamos merecerlas. Que una venganza nebulosa y abstracta actúe sobre nuestros males. Y a veces no nos hacemos la idea de que esto sólo pasa cada cien años.
El resto del tiempo -los derechos del consumidor, el repudio a una acción política, la educación pública, el derecho a la protesta, la salud, las elecciones de octubre- sigue dependiendo de nosotros.
Hace 4 años.
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