RiP: A Remix Manifesto
Brett Gaylor
Canadá, 2009
El "manifiesto remix" al que el film hace referencia fue escrito por Lawrence Lessig, un abogado norteamericano que durante varios años lideró el movimiento open source. De allí que este documental lidie, justamente, con un tema bastante poco poco tratado en el mundo cinematográfico: el copyright.
La propiedad intelectual ha sido una cuestión muy poco discutida por fuera de los círculos informáticos --entre otras cosas porque estamos hablando de un tipo de propiedad privada, el núcleo incuestionable del capitalismo monopolista, sistema económico hegemónico e incontestado de las últimas décadas.
El principal problema con el artificio legislativo del concepto de "derecho de autor" es que parte de un concepto de "creación" individual, autónomo, absolutamente falaz. Y en este sentido la principal tesis del documental es muy clara: toda cultura se elabora en base a algo pasado. Cualquier obra se teje sobre otras obras previas, en un juego intertextual al que ni los mayores "genios" le han escapado.
La película prueba, de manera lúdica, desafiante, irreverente, cómo Walt Disney o los propios Rolling Stones han bebido de otras fuentes libremente, para luego intentar imponer su obra resultante como punto de llegada de la cultura. Cualquiera use estas imágenes acabadas (aunque sea para pintar un Mickey Mouse en la pared de un jardín de infantes) es considerado un criminal y será demandado. Como lo prueba el ya célebre caso de Jammie Thomas, una madre soltera de Texas, que fue obligada a pagar u$s 222,000 por haberse bajado 24 canciones en el Kazaa. En él, la Corte determinó que el 25% de su sueldo quede retenido hasta que termine de pagarle la multa a las discográficas. Los artistas supuestamente "perjudicados" jamás vieron un dólar.
¿Qué significa que un dibujo, una película o un par de notas de una canción serán propiedad privada? Que priva a otros de poder hacer lo que quieran con ella. Impide que las mismas pasen al dominio público por un período de tiempo que, en 1998, pasó de catorce a ¡70! años. En tal caso, ¿la propiedad intelectual alienta el desarrollo? ¿O más bien lo impide, beneficiando a los seis grandes conglomerados cinematográficos y los cuatro gigantes discográficos que hoy controlan el 90% de la música que circula en el planeta? Es interesante lo que señala Gaylor (dicho sea de paso, lo mismo que marca Joseph Stiglitz en Los felices 90): los propios Estados Unidos lograron su despligue económico ignorando las leyes de propiedad intelectual, hasta que alcanzaron un cierto desarrollo y -ahí sí- comenzaron a hacérselos valer a todos los demás.
Lejos de ser un ente inamovible, dado, el derecho de autor es hoy, más que nunca, un terreno de batalla. Artistas y usuarios tendrán que decidir qué ganan y qué pierden con seguir sosteniendo un modelo caduco, regresivo y privativo en donde los grandes ganadores son los gigantes de la industria cultural.
Los límites de lo que es posible compartir son tan estrechos que dan verguenza. Una muestra local: como denunció la Confederación Argentina de la Mediana Empresa, si yo tengo un almacén y pongo la radio para pasar el rato, tengo que pagarle a SADAIC 55 pesos mensuales en concepto de "compensaciones por la difusión pública de obras registradas". Estas son las leyes que tenemos. Los usuarios salen perdiendo, no hay dudas. ¿Y los artistas? La postura patética, persecutoria, mercantilista del grupo Metallica (algo así como "vamos a caerles con todos nuestros abogados, nuestro poder y nuestros millones hasta lograr destrozar al último adolescente que quiera compartir nuestra música con otros amigos sin que antes pasen por la caja") contrasta con la apuesta de Radiohead, ya fuera de EMI y pateando el tablero. La postura de la banda de Oxford: hagan lo que quieran con nuestra obra, para eso está. ¿No es la idea en un mundo híbrido, de mezcla, collage y reconversión?
Con respecto a esto último, existe un punto que la película no problematiza (aunque no es la idea, tampoco, ya que merecería otro documental aparte). El film destaca las maravillas del "ripeo", señalando que esto era lo que hacían -en su momento y a su manera- surrealistas, dadaístas y artistas pop como Warhol. Al hacer esto, iguala conceptualmente a estos artistas con cualquier usuario más o menos talentoso de una Mac que hoy quiera armar una canción sampleando una canción de Madonna. Algo, al menos, discutible.
Esta cuestión, me parece, merece un debate más profundo porque no está considerando uno de los principales aspectos de la intertextualidad en el arte: cuál es la distancia irónica, crítica, sarcástica de una obra con aquello a lo que hace referencia. Un ejemplo: el mundo en el que una obra como la Mona Lisa fue concebida podía ser resignificado, en la década de 1920, de una manera mucho más potente a lo que lo pueden hacer los nuevos productos del remix digital, que ya nacen en un contexto posmoderno, y cuyas obras referenciadas ya conciben de antemano un uso desviado, un ripeo futuro (cuando no son un ripeo ya en sí mismo).
Quiero decir: la celebración de la era digital que realiza este documental -muy efectiva en la lucha contra el concepto corporativo del copyright- está dejando de lado una aspecto central que tiene más que ver con la cuestión del status del arte, y que es: ¿Cómo son convocadas las citas, las referencias? ¿En qué casos la obra conserva una distancia paródica genuina, y en cuales es apenas un pastiche, una cita de la cita?
8 billies
Hace 4 años.
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